ELOBSERVADOR
Silvio Berlusconi

El fundador de la nueva centroderecha italiana

Italia se despidió del hombre que por muchos años fue la viva encarnación del poder. Inventó las campañas modernas, y cambió el modo y el ritmo de hacer política.

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Carismático. Una sonrisa para muchos, seductora. | cedoc

Genio para muchos italianos, frívolo para otros tantos, controvertido y carismático, mujeriego y multimillonario. Tuvo éxitos con sus empresas y problemas con la Justicia, y murió sin dejar herederos políticos. Ese fue Il Cavaliere. 

En estos días en los que todo el mundo habla de Silvio Berlusconi, son muchas las declaraciones y fechas recordadas por la prensa italiana que marcaron la larga carrera política del empresario, magnate, senador, expremier y eurodiputado, además de tantos otros cargos, títulos y reconocimientos.

Corría 1996 y el país estaba frente a unas elecciones claves cuando Cesare Previti –abogado, amigo y futuro ministro de la Defensa de Berlusconi– respondió a una pregunta del diario romano Il Messaggero sobre los planes que tenía Il Cavaliere en caso de ganar esa cita electoral: “No haremos prisioneros”, comentó Previti, tres palabras que por su dureza terminaron haciendo historia.

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La declaración de Previti apuntaba a varios objetivos. Por ejemplo, demostrar que con su ingreso en la política Berlusconi se preparaba para impulsar un estilo de gobierno caracterizado por dos principios: implacable con sus rivales y sin titubeos a la hora de asumir cuanto antes y con firmeza el control del poder y de los ganglios más importantes del Estado.

Las cosas no fueron en realidad como preveía el magnate, que terminó perdiendo esas elecciones frente a la coalición del Olivo, liderada por un emergente (en ese entonces) Romano Prodi.

Sin embargo, en esa ocasión Berlusconi logró un objetivo fundamental ya que atacó de manera frontal a la izquierda –a la que definía lisa y llanamente como “los comunistas”– y abrió camino a una derecha que comenzaba a su vez a descubrir nuevos y atractivos formatos. Iniciaba así un cambio de época marcado a fuego por Berlusconi y la irrupción de un renovado y más amplio frente conservador. 

Cómo llenar un vacío político. Dueño de un carácter desinhibido que a menudo resbalaba a la desfachatez, Berlusconi se mantuvo en el poder por años, a lo largo de un período que se caracterizó más por las inconsistencias políticas y vanidades que por los tan temidos drásticos cambios de régimen. Fue por otra parte una época en la que el centro, y sobre todo la izquierda, supo responder con fuerza al ímpetu berlusconiano. Sin olvidar la constante atención que la Unión Europea, además de muchos países de la región a nivel individual, tuvieron con las políticas impulsadas por el magnate.

Inicialmente bajo el ala del poderoso líder socialista Be-ttino Craxi, Berlusconi estuvo al frente del Palazzo Chigi (sede del gobierno italiano) en cuatro ocasiones, la primera de ellas en 1994. En esos primeros años de su nueva vida política “il Cav” –así lo llamaban muchos medios locales– intuyó que el estallido de la investigación judicial de Manos Limpias había generado un interesante vacío político: olfateó que algo, mucho, ya no era como antes. 

Acto seguido, tuvo la habilidad de organizar a las diferentes fuerzas de la centroderecha alrededor de su movimiento (Forza Italia, de hecho un partido-empresa) y de robarle una parte importante del electorado moderado a una centroizquierda conflictual y dividida, un viejo y mortífero vicio de esa fuerza política. Centroizquierda que a menudo no dudó en tratar al Cavaliere como al demonio, acusándolo de todos los males del país.

Como empresario y hombre de medios, Berlusconi comprendió a su vez que se estaba entrando en una era en la que la comunicación debía ser breve, rápida y simple: no había tiempo para largos análisis o sermones políticos. También debía cambiar el diálogo con el electorado apuntando a una relación directa pueblo-líder, sin mediación alguna.

Alérgico al delicadísimo tema de los “conflictos de intereses” que todo empresario que asume un cargo público debe respetar, y archienemigo de los fiscales que lo investigaron –por acusaciones de corrupción y a raíz de sus muy comentadas relaciones con mujeres–, fue protagonista de decenas de declaraciones explosivas, a menudo con poco o ningún apego a la realidad. A partir de sus primeros pasos en la política fue abriendo espacios al estilo que caracteriza a líderes muy de moda en los últimos tiempos, desde Trump hasta Bolsonaro.  

Al describir esta nueva era política de Italia, el sociólogo Luca Ricolfi destaca que “las capas débiles de la sociedad huyen de los partidos del establishment, incluso los progresistas, y prefieren en cambio, orientar sus preferencias hacia los partidos populistas”. Un diagnóstico válido en muchos países que los “progresistas” indicados por Ricolfi no dan señales de saber descifrar y mucho menos resolver.

A lo largo de las últimas décadas hubo momentos en los que al leer la información italiana del día a día Berlusconi aparecía por todos lados: las empresas y la Bolsa, la economía (como premier y por sus conglomerados), la TV (a la que revolucionó con contenidos claramente comerciales), la política internacional (Vladimir Putin era uno de sus amigos), el fútbol (el Milan de tantos triunfos, vehículo de sus proyectos), las mansiones y los veraneos (desde Córcega a las Bermudas), los tribunales, los papelones y los escándalos, con las llamadas “fiestas privadas” en primer plano. 

Todo esto terminó, una larga fase de la historia de Italia se ha cerrado. Por el momento no aparece, ni de lejos, un político que pueda presumir ser el heredero del Cavaliere. ¿Y que pasará con Forza Italia, el partido que según los sondeos tiene el 7,3% del electorado y del que era fundador, además de único e indiscutido líder? Lo que sí hay es una fortuna inmensa: se estima que su herencia suma unos 4 a 5 mil millones de euros.

Berlusconi tuvo funerales de Estado en la Catedral de Milán, luto nacional y saludos desde decenas de capitales del mundo, Casa Blanca incluida. Al transmitir el pésame, el Papa recordó por su parte el “temperamento enérgico” del expremier: de eso nadie duda, si hubo algo que no le faltaba a Berlusconi era energía, incluida la que puso ante los tribunales, de los que salió (casi) indemne, condenado sólo en uno de los 35 casos en los que fue imputado.

*Periodista.