En Colombia se realiza un plebiscito para votar por la aprobación o el rechazo de los Acuerdos de Paz. Todo el mundo quiere la paz, razonan los políticos. Va a ganar el Sí. Gana el No. La gente quiere la paz, pero no esa paz.
En EE.UU., se enfrentan una candidata que es la corrección política misma, esposa de un ex presidente y experimentada funcionaria, y un outsider, multimillonario, maleducado y provocador. Las bienpensantes poblaciones de ambas costas piensan que Hillary tiene la victoria asegurada. Gana Trump, con el voto de los empobrecidos blancos de las colinas y sorprendentemente, de los negros y los latinos, a los que despreció en su campaña.
En Italia se enfrentan los partidos políticos tradicionales a una agrupación creada por un cómico famoso, que se autodefine no como partido político sino como una “libre asociación de ciudadanos” porque está en contra del sistema político tradicional formado por partidos políticos. Su central de operaciones son las redes sociales. Todo el establishment cree que el poderoso partido de Berlusconi tiene el triunfo asegurado. Gana 5 Estrellas, la libre agrupación.
¿Qué es lo que está pasando? ¿Se han vuelto locos los ciudadanos? De ninguna manera. Simplemente, ocurre que, sin percibir los enormes cambios ocurridos en los últimos treinta años y sobre todo en la última década, la política y los políticos le siguen hablando a una opinión pública que ya no los escucha, de temas que no le interesan, en un lenguaje que no comprenden.
Por eso, como los malos actores, se estereotipan, exageran y gritan, tratando de atrapar una atención que les es cada vez más esquiva.
Vínculos. Y es que, con las redes sociales como emblema, estamos viviendo una revolución tecnológica inédita en la historia de la humanidad que, como no puede ser de otra manera, genera cambios enormes en las relaciones entre las personas y de las personas con las cosas, cambios cuya magnitud y extensión aún no podemos avizorar. Y la política no parece haber tomado nota. Algunos de esos cambios ya son claramente perceptibles, sobre todo en los más jóvenes y en los niños. Otros, corren como los incendios forestales, por debajo de la superficie, hasta que estallan sorprendiéndonos a todos.
Nuevos valores. Cambios en la ética. Valores que caducan. Definiciones que se transforman. Muchos jóvenes son hoy vegetarianos o veganos, pero no por dieta –o no solo por dieta– sino sobre todo por ética. Se niegan a matar animales para alimentarse.
Lo mismo ocurre con quienes rechazan el uso industrial de pieles y cuero.
Hay grupos que generan acciones solidarias para asistir a quienes lo necesitan auto -organizándose a través de las redes. Y no solo no solicitan ni esperan ayuda de los estamentos oficiales: la rechazan.
Están en contra del sistema que construyeron sus padres y se han constituido en un poder que ya no puede ni debe ser ignorado. No les interesa ir a lo profundo: surfean la información y toman de ella piezas con las que arman el mosaico de su realidad. Con eso les alcanza para hacer. Las antiguas creencias se derrumban como gigantes con pies de barro.
Género. Las mujeres irrumpen en la escena mundial y se hacen oír. El sexo ha dejado de estar en la privacidad y se muestra en toda su variedad de gustos y géneros. La tolerancia, el diálogo, la compasión, la inclusión, la convivencia, la paz, ganan terreno.
Transformaciones hasta hace muy poco calificadas de utópicas hoy son realidad y se despliegan como un tsunami que arrasa con los distraídos y los arrogantes.
Testimonios. Un artista hace un chiste fuera de lugar y recibe el repudio de multitudes.
Un productor tiene actitudes incorrectas con sus contratadas y desata una ola de indignación mundial que lo arrastra no solo a él, sino a varios cientos de abusivos como él hasta expulsarlos de su medio.
Las corridas de toros, las carreras de perros y el tiro al pichón están mucho más cerca de entrar en las catacumbas de la historia que de ser actividades lícitas.
En el país más armado del orbe, una multitud conmovida por sucesivos asesinatos en las escuelas exige que se limite la venta de armas a particulares. Eso, en lo público.
Cambio cultural. En lo privado, todos los adultos tenemos anécdotas en las que los niños y los jóvenes nos interpelan, nos contradicen, nos argumentan con datos extraídos de sus teléfonos móviles, de sus chats, de la tele. “Mamá, no fumes, que te hace daño”. “Abuelo, por qué no te ponés el cinturón cuando manejás”. “En esta casa tenemos que empezar a separar la basura en distintas bolsas”. “No vayas tan rápido papá”. Por supuesto, no todo es lindo. Los cambios de esta envergadura también traen cosas malas. Algunas, horribles. Nuevas formas de delito, de mentira, de degradación.
Pero cuando apareció el automóvil también aumentaron los accidentes viales, algunos de ellos atroces. Y no por eso renunciamos al progreso que significaba.
Algunos autores opinan que estamos ante una evolución. Otros que se trata de una revolución. Y hay quienes creen que esto es una mutación. Como cuando dejamos de ser simios para ser homínidos.
Personalmente, no sé cómo seguirá esta historia. He pasado los últimos años tratando con jóvenes universitarios del mundo en el posgrado que dicto en España, antes en la Universidad de Salamanca y luego en la Universidad Camilo José Cela. Ahora, quiero ir a los colegios secundarios. Quiero ocuparme de entrar en contacto con los más jóvenes. Pero no para enseñar. Mucho menos para hacer política. Para aprender. Sin renunciar, claro, a lo que pueda aportar. Pero poniendo el énfasis en escuchar, en dialogar, en comprender. Después de todo, ellos serán quienes disfruten o padezcan este mundo que estamos construyendo hoy. Y los que lo van a gobernar dentro de diez años más.
Merecen que los tomemos en cuenta.
*Ex presidente de la Nación.