Todo se presenta en grandes cantidades, hasta lo anecdótico. La experiencia del coronavirus es un mosaico de individualidades descontextualizadas.
El mundo mundial empezó a desaparecer de golpe. Nuevamente un mundo en pedacitos, en naciones estados o en comarcas -nuestras propias comarcas-. Pocas miradas macro. Pobres miradas macro. Trump resaltando (sí, resaltando con un subrayado a mano como voluntariamente dejó trascender en una imagen en su discurso escrito) el adjetivo “chino” para referirse al virus en su conferencia de prensa. Expulsaba con su retórica el virus de su país. Todo lo que acontece entonces es invasión extranjera que, como una guerra, hay que repeler.
Pero en Argentina, hasta la segunda muerte confirmada, muchos medios se preocupaban más por resaltar que no era una víctima portadora “autóctona” sino una especie de culpable extranjero que violó nuestra soberanía sanitaria. Repito, pocas miradas macro. Pobres miradas macro.
¿Hay acaso algún apocalipsis que no sea personal? Nos sugiere el libro de Samanta Schweblin. No, seguro que no. Pero no por ello quiero dejar de poner en juego una noción. Quizás como una acción de conciencia social frente al riesgo individual, o quizás como uno de los faros del aprendizaje colectivo cuando el riesgo o la crisis mermen o acaben. Hablo de la frugalidad.
Ser frugal es tener una dosis de racionalidad para consumir sólo lo que hace falta. Lo justo. Es adquirir lo que hace falta -sólo lo que hace falta-, sean bienes o servicios. Es responsabilidad, conciencia, eficiencia. Es la valorización del tiempo y los recursos. Es apegarse a lo valioso y valorar el tiempo para dedicarlo a los íntimos. Por eso, aunque nos duela personalmente este elevado riesgo que padecemos, aunque sea difícil pensar estoy hoy, para quienes están perturbados en el medio de una crisis, es válido este de pensar cuan frugales poder llegar a ser.
Primer acto frugal. El pensador Franco «Bifo» Berardi provoca. Mucho. Es parte de su activismo y lo sabe. “La vida rica consiste en abandonar la necesidad de tener, de acumular, de controlar. La felicidad está en reducir la necesidad”. Pero ahora, en un pensamiento derivado de su vivencia en una Europa epicentro del virus, agrega: “No estamos preparados culturalmente para pensar el estancamiento como condición de largo plazo, no estamos preparados para pensar la frugalidad, el compartir. No estamos preparados para disociar el placer del consumo”.
Esta cuarentena está generando vivencias únicas y un intercambio informativo de lo que es vivir en casa. O del vivir encerrados sin el mundo exterior. O de lo que es consumir cuando todos tienen que consumir en situaciones de restricciones o carencias. Está forzando a una reflexión del consumismo. Una reflexión absolutamente ideologizada respecto al rumbo del mundo, y como vivimos nosotros en esa dinámica. Replantearnos relaciones y consumos es algo que no siempre hacíamos y que, sociológica y psicológicamente traerá efectos considerables en cada uno de nosotros.
Segundo acto frugal. Una serie de factores están transformando el panorama de las comunicaciones, generando preguntas sobre la calidad, el impacto y la credibilidad del consumo de contenidos, incluyendo al periodismo.
“Infodemia” es un nuevo concepto acuñado en el marco de la crisis internacional del Coronavirus. Refiere a un serio problema desinformación que aumenta la propagación producto de la desinformación a escala masiva. Técnicamente, es una epidemia de mala información, o bien mala información que propaga o posibilita una epidemia vía datos falsos, errados o maliciosos que se propagan por redes sociales. Se trata de una nueva afección causada por la propagación de noticias erradas o que causan pánico.
Teorías conspirativas que llegan por whatsapp, declaraciones políticas y posicionamientos oportunistas que nada tienen que ver con la verdad y miles de videos y promociones de productos de oportunidad se hacen presente en las redes. Sólo en los dos primeros meses del 2020, desde la aparición del virus, la firma de ciberseguridad Check Point señaló más de 4000 sitios web relacionados con el coronavirus que incluyen palabras como “corona” o “covid” y que son el 50% más maliciosos que los dominios registrados en el mismo período. Los esfuerzos de las redes sociales para chequear, las articulaciones de estos gigantes con gobiernos u organismos multilaterales son significativos, pero no dan abasto.
Aun así, UNESCO nos advierte que no todo es cuestión de fake news. Sí hay “desinformación cuando aparece información falsa y creada deliberadamente para dañar a una persona, grupo social, organización o país”. Pero es más significativa la “información errónea” en esta pandemia, que representa información falsa pero no creada con la intención de causar daño; o la “mala información”, basada en la realidad, pero utilizada para infligir daño a una persona, grupo social, organización o país con objetivos de oportunismo político, social o económico.
Por eso, establecer una rutina personal de consumo en base fuentes confiables (gobierno, organizaciones internacionales multilaterales, academia, referentes de tal o cual expertise) así como de valorar la información contextualizada, obviar contenido anónimo y la obligación de chequear antes de compartir, forman parte de una frugalidad informativa que depende mucho de la conciencia social de las grandes voces emisoras, así como la auto regulación individual también.
Tercer acto frugal. El mundo asistió impávido a soluciones nacionales, regionales y locales que competían unas con otras sin coordinación. La política se sintió asustada pero también escrutada. Y actuó rápido sin saber de lo bueno o malo de sus efectos. Se puso en pose.
Yuval Harari reflexiona que muchas personas culpan a la globalización por la epidemia del coronavirus, sosteniendo que la única manera de prevenir este tipo de brotes es construir muros, restringir los viajes, reducir el comercio. A pesar de las medidas de corto plazo que van ese sentido, el gran dilema es reconocer si la segregación será más importante que la cooperación. Si el ego o narcisismo político -entiéndase el poder político- primará por sobre una visión de solidaridad global.
Hay acá también una necesidad de frugalidad de la cantidad de narcisismo necesario para conducir gobiernos. Está tan interconectado el mundo que, al decir de Raghuram Rajan, si la pandemia tiene algún aspecto positivo es la posibilidad de una reformulación muy necesaria del diálogo público que centre la atención en los más vulnerables de la sociedad, en la necesidad de una cooperación global y en la importancia del liderazgo y la experiencia profesional.
En la idea de “dar la cara”, muchos gobiernos en America Latina entran en tentación de comunicar desde la emotividad y desde apelaciones nacionalistas. Además de la excepcionalidad que un alto riesgo o crisis necesitan -no son lo mismo-, empiezan a caer en emotividades que olvidan que el riesgo necesita modificar hábitos imperiosamente, y que el voluntarismo personal para gestionar o el exceso de emotividad no promueven ningún cambio efectivo. Que no se trata sólo de capear políticamente la adversidad, que no se trata sólo de que tan bien y sólido se vea un liderazgo, sino de que la comunicación de riesgo, como una política pública y a la vez un derecho ciudadano que debe llegar todos y todas, debe producir efectos reales en la sociedad a través de nuevas percepciones que cambien conductas y comportamientos.
Esta frugalidad es eminentemente de élites que detentan poder respecto a su narcisismo y a entender que la unilateralidad, la desunión y el voluntarismo decisional aportan más daños que beneficios. El ego no es malo como motivación en personas sometidas a tanta presión. Es malo cuando imposibilita decisiones mejores informadas; cuando quita chances al diálogo y al consenso; cuando es costoso para la democracia; cuando es costoso por las tensiones sociales que puede llegar a generar; cuando motiva políticas indebidas. De hecho, como expone Robert Travis, el exceso de confianza tiene una característica inquietante que no aparece acompañar demasiado al conocimiento, en tanto y en cuanto, mientras más ignorante sea un individuo, más confiado en sí puede llegar a ser.
La frugalidad es parte de una nueva confianza que quizás aparezca, con lo que consumimos y su impacto económico, con lo que nos formamos e informamos, y que además discute seriamente a los liderazgos y sus efectos reales en la ciudadanía.
*Director de la Maestría en Comunicación Política de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.