La irrupción pública del Movimiento Judío por los Derechos Humanos (MJDH) el 19 de agosto de 1983 generó tanto revuelo en la dirigencia de la comunidad judía como en los otros organismos: los primeros lo consideraban innecesario y los segundos, sectario. El bautismo de fuego fue en la marcha organizada ante el Congreso contra la Ley de Autoamnistía del gobierno de Reynaldo Bignone.
El MJDH era un grupo de familiares de desaparecidos, intelectuales y profesionales judíos encolumnados detrás de los dos grandes referentes de la resistencia contra los militares en la colectividad: el rabino Marshall Meyer y el periodista Herman Schiller. Para participar, debió lidiar con la dirigencia comunitaria que no quería que lo hicieran porque temían que se profundizara la ola de antisemitismo que asolaba al país en ese entonces.
“Los días previos fueron terribles; la DAIA nos presionó para que no fuéramos. Decían: ‘Los van a matar. Nuestra función es resguardar la seguridad de los judíos. Cuando se encuentren con la Juventud Peronista, que son todos antisemitas, los van a silbar y va a haber incidentes y van a quedar mal’. Decidimos salir igual”, recuerda Schiller.
Los dirigentes comunitarios temían que el MJDH se transformara en una competencia indeseada para la entidad en la lucha contra el antisemitismo. Meyer y Schiller siguieron adelante y decidieron reunirse en la sinagoga frente a la Plaza Lavalle, a metros de donde se juntaban los otros organismos, en Córdoba y Cerrito.
Pero los directivos del templo les cerraron las puertas. “Decidimos juntarnos en la puerta del Templo Libertad porque era algo simbólico. El cagazo que les agarró hizo que Guillermo Polack ordenara atrincherarse por lo que pudiera pasar”, resalta el periodista. Esto no impidió que se juntaran unas 1.200 personas y marcharan al Congreso con una pancarta que decía: “Aparición con vida de los desaparecidos, Movimiento Judío por los Derechos Humanos” y dos estrellas de David.
“A medida que íbamos avanzando, la columna recibía aplausos de la gente. Veían el cartel y nos ovacionaban. Cuando llegamos a la Plaza del Congreso, por los altoparlantes dijeron: ‘Hace su entrada el Movimiento Judío por los Derechos Humanos’ y hubo una ovación”, recuerda Schiller.
Organización propia. Eleonor Fritsman, una de las manifestantes, concuerda: “Participar y sentirme representada y contenida por nuestra colectividad, le dio un nuevo sentido a mi identidad. Me encontré reconfortada y orgullosa de que un movimiento por los derechos humanos surgiera en nuestra comunidad. Y también sentí que, por fin, podíamos, como judíos, manifestarnos ideológicamente dentro de nuestro país, además de ser vitales partícipes en la actividad cotidiana”, sostiene en una carta publicada días después por el periódico Nueva Presencia.
Meyer no pudo ser parte del acto ya que se llevó a cabo un viernes por la tarde y debía oficiar en la comunidad Bet El. Pero esa noche, en su sinagoga el tema estuvo presente cuando el rabino que lo acompañaba, Shmuel Avidor Hacohen, predicó: “Hoy hubo dos formas de celebrar el Shabat: concurriendo al templo o participando de la marcha y esta vez no sé cuál de los dos clamores llegó antes hasta el Altísimo”, sostuvo y Meyer sentenció: “Hay dos formas de rezar, mientras algunos estamos rezando acá, como siempre, algunos están rezando con los pies”.
Críticas de la ortodoxia. La presencia del MJDH en el acto provocó las críticas de la ortodoxia judía que descargó su ira contra el rabino de Bet El, con el que estaban enemistados.
“Nosotros, los judíos, los que somos fieles a nuestro legado, a la Torá, no necesitamos hacer alardes chillones ni estruendos callejeros para sostener el alto principio de los derechos humanos –afirmó el rabino Shmuel Levin, actual líder espiritual de la conducción de la AMIA–.
De esta manera, desde este encuentro bajo la advocación de la Torá, nosotros, los rabinos que nos apoyamos en la Torá, dejamos en claro que ningún judío, que se precia de su condición judía, puede participar de esa engañosa parodia de la llamada ‘columna judía’ en una manifestación que no hace a nuestras legítimas inquietudes humanistas. Los que han de intervenir de esa ‘marcha’ están al margen de los intereses auténticos de la comunidad y sólo persiguen propósitos inconfesables, reñidos con las aspiraciones del pueblo judío, de nuestra comunidad, de Israel, y de nuestra inequívoca vocación de sostenedores de los legítimos derechos humanos, inseparables de la concepción vitalista de la Torá, que dignifica la existencia humana en cada momento, sin ruidosas frases ni complicidades con fuerzas hostiles a nuestros valores y a Israel. Lo que sí es de lamentar es que se intenta usar el nombre judío ante la extraña pasividad de nuestros órganos comunitarios rectores.”
Los organismos de derechos humanos tampoco comprendían el porqué de la existencia del MJDH, al que consideraban sectario, por lo que les costó mucho poder integrarse como entidad junto a sus pares. “Cuando un grupo de judíos decidió concurrir a la marcha contra la Ley de Autoamnistía bajo el común denominador de ‘Movimiento Judío por los Derechos Humanos’, se alzaron algunas voces (en el campo democrático y aun en el ámbito de la lucha por la vigencia de los derechos humanos) que decían –otra vez–: ‘Ustedes siempre quieren hacer un gueto aparte y separarse de los demás”, afirma un artículo de Nueva Presencia tras la marcha.
Pese a esto, el MJDH siguió adelante y, lentamente, se fue convirtiendo en un referente del sector. La labor de Schiller y Meyer hizo que se fueran sumando cada vez más adherentes, lo que les permitió organizar su propio acto el 24 de octubre de 1983 en el Obelisco bajo el lema: “Contra la discriminación y la plena vigencia de los derechos humanos”.
Allí, cerca de diez mil personas se congregaron para escuchar los discursos del rabino, del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini. Faltaba una semana para las elecciones y un mes y medio para el retorno de la democracia. La pulseada estaba ganada.