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Ciudad eterna

Los años 70 más allá de los relatos

El libro Partisanos y plebeyos reconstruye la historia del Comando de Organización y cuestiona el relato instalado de los 70 sobre una lucha entre “buenos y malos” en el seno del peronismo de aquellos años. Entre otros temas, aporta una mirada disruptiva sobre la “masacre de Ezeiza” que pone en entredicho la versión instalada por Horacio Verbitsky en las huellas de la no ficción de Rodolfo Walsh.

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El libro Partisanos y plebeyos reconstruye la historia del Comando de Organización y cuestiona el relato instalado de los 70 sobre una lucha entre “buenos y malos” en el seno del peronismo de aquellos años. | cedoc

El próximo 28 de abril se cumplen cincuenta años de una reunión en la que Juan Domingo Perón desairó al montonero Rodolfo Galimberti. Corría el año 1973 cuando, en lo que se conoció como el Juicio de Madrid, también resultó cuestionado Juan Manuel Abal Medina, secretario general del Movimiento Nacional Justicialista. En la picante reunión madrileña, que contó con voces estridentes como la de la activista Norma Kennedy, el viejo general calificó de “disparate” la propuesta lanzada por el dirigente juvenil a propósito de la creación de milicias populares. 

Fue así como Perón dio por terminada la llamaba Conducción Táctica que había encumbrado a fines de 1971 con Héctor Cámpora a la cabeza. Este llegó para reemplazar al delegado saliente, Jorge Daniel Paladino, quien había quedado excesivamente comprometido con la iniciativa lanussista del Gran Acuerdo Nacional (GAN). Entonces Perón consideró agotada esa etapa y bregó por una línea más dura destinada a poner contra las cuerdas a los militares, con el objetivo de que finalmente convocaran a elecciones abiertas. Fue la época dorada de los Montoneros, quienes hasta el verano de 1972-1973 contaron con la venia oficial dentro del movimiento justicialista. Los pasos de Perón para dar inicio al fin de esa experiencia se dieron antes incluso de la asunción presidencial del 25 de mayo. 

Al pasar revista a este y otros acontecimientos, el libro desarrolla análisis que trascienden lo anecdótico para desmenuzar la complejidad de los juegos de poder y el pensamiento estratégico que animaba al jefe justicialista. Al igual que Paladino y Cámpora, su secretario privado, José López Rega, también cumpliría una función en las luchas políticas del viejo general.

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Más allá de que se tratara de una táctica o una convicción ingenua por parte de los Montoneros, desde el punto de vista histórico lo del presunto cerco no puede tomarse más que como una fantasía. Perón fue un líder que a lo largo de su carrera política concentró un poder personal excepcional y todo sugiere que se rodeó de los colaboradores que él eligió, del mismo modo que no tuvo reparos al momento de desechar a figuras que poco tiempo antes ocupaban un lugar preponderante en sus planes políticos. Esto se evidencia en la relación que mantuvo con los delegados durante su exilio, a los que Perón consideraba meras piezas tácticas. Además, todo sugiere que en el momento final de sus funciones el caudillo justicialista, aprovechando las enemistades internas que por regla general habían cosechado, se ocupaba de producirles un deliberado desgaste político. Probablemente procediera de este modo para anularles la posibilidad de que utilizaran el capital político acumulado a fines de erigir algún tipo de liderazgo alternativo dentro de su movimiento.

Guerreros de la vieja guardia. El caso estudiado en Partisanos y plebeyos es el punto de partida para un análisis histórico de más largo alcance sobre aquellos años turbulentos. Porque la reconstrucción de la historia del Comando de Organización de la Juventud Peronista, cuyas redes iniciales datan de fines de los años 50, contribuye a apreciar un singular clima de época cruzado por la violencia política y un sinfín de conspiraciones reales e imaginarias. En detrimento de un relato instalado se advierte que, lejos de tratarse de creaciones ministeriales de ocasión, muchos de los militantes peronistas que combatieron a los Montoneros en los años 70 tenían una larga historia previa en ese movimiento político.

Cuando a comienzos de los 60 un conjunto de activistas barriales y sindicales crearon el Comando de Organización, las acciones de la Juventud Peronista (JP) no trascendían aún las páginas policiales de la prensa escrita, en la que eran tratados de “terroristas” al servicio del “tirano prófugo”. En medio de una febril militancia que incluía la edición de boletines clandestinos, el intercambio de cartas con Perón, huelgas pesadas, choques en las calles, fugas y tiroteos con la policía, fue que Alberto Brito Lima, un dirigente juvenil del barrio obrero de Mataderos, fundó el Comando de Organización. Esta agrupación tuvo un implante territorial significativo en La Matanza, Morón y otros distritos del conurbano bonaerense. Con el tiempo ganó peso en las comisiones directivas de algunos sindicatos importantes, y extendió su influencia a provincias del interior, como Chaco y La Pampa. 

Peronismo y montonerismo. La reconstrucción de distintos episodios de los años 60 muestra antecedentes de fenómenos que adquirieron notoriedad pública en los 70, por ejemplo el papel político desempeñado por la última esposa de Perón. Isabelita llegó al país en una misión orientada a dirimir la interna de su esposo con el sindicalista metalúrgico Augusto Vandor. Los jóvenes del Comando de Organización la custodiaron de los antiperonistas y los vandoristas en las inmediaciones del Alvear Palace Hotel y en su gira por el interior del país. 

El montonerismo se hace inteligible en una saga de sucesivos retos internos al liderazgo de Perón, al que los jóvenes de los 70 le añadieron un componente ideológico distintivo. En una diferencia notoria con los desafíos previos a su liderazgo (de los neoperonismos, del vandorismo y del paladinismo), el conflicto de los jóvenes radicalizados con Perón imbricó una puja de poder con disidencias ideológicas de alcance estratégico. No se advierten en los 60 y 70 novedades sustanciales en la ideología y el proyecto político de Perón y sus seguidores más clásicos como para que pueda hablarse de una renovación derechista del populismo peronista. Esto solo podría concebirse si el razonamiento es llevado hasta el final para sostener que el peronismo siempre fue de derecha. 

Visto de esta manera, el enfrentamiento que el peronismo tradicional mantuvo con las formaciones guerrilleras a partir de 1973 trasciende a la figura de López Rega como deus ex machina. Porque cuando a fines de los años 60 los estudiantes universitarios de izquierda comenzaron a sumarse con relativa masividad al peronismo, agrupaciones como el Comando de Organización ya hacía una década que usaban armamento, bregaban por una insurrección popular y leían los libros de Perón como si fueran textos bíblicos. Entonces López Rega no había llegado a España, y los Montoneros ni siquiera existían.

Ezeiza y la pluma de Rodolfo Walsh. En Partisanos y plebeyos se ensaya un análisis disruptivo del hecho que pasó a la historia como la “masacre de Ezeiza”. La idea misma de que el acontecimiento pueda calificarse como una masacre es puesta en duda por una reconstrucción minuciosa que da cuenta de un enfrentamiento armado entre activistas montoneros y la custodia oficial del palco. Una lucha entre irregulares de distinto signo que se enfrentaron en un espacio geográfico limitado revela un hecho muy diferente al mito de unos custodios disparando a mansalva sobre la multitud. Además de los nuevos datos que aporta el libro, es interesante la hipótesis interpretativa sobre el proceso de distorsión que sacó el episodio de Ezeiza de una causalidad explicable dentro de una trama de luchas políticas, para elevarlo a la intangibilidad de un escenario maniqueo con “buenos” y “malos”.

El 20 de junio de 1973, el entonces jefe de la inteligencia montonera, Rodolfo Walsh, intervino las comunicaciones de los custodios y confeccionó un informe. Años más tarde este habría sido usado por Horacio Verbitsky para escribir su célebre libro Ezeiza, publicado en 1985. El origen del mito de la masacre de Ezeiza hay que buscarlo en lo que podríamos denominar la narración walshiana. En algunos de sus cuentos policiales, y sobre todo en libros de no ficción como Operación Masacre y ¿Quién mató a Rosendo?, que al igual que el Ezeiza de Verbitsky empleaban dibujos con fines persuasivos sobre el lector, se hallarían los antecedentes de una lógica narrativa al servicio de causas políticas. 

Las flechas que representarían el recorrido unilateral de las balas, o demostrarían extraños rebotes, vendrían a ser la corroboración de la siempre exclusiva criminalidad de los enemigos de los justos. Se los puede presentar alternativa y/o simultáneamente como siniestros conspiradores o atolondrados gánsteres, pero todos los rasgos confluyen para revelar su malignidad. Así la narración walshiana logra convertir tiroteos entre facciones políticas y sindicales en masacres, asesinatos a sangre fría y las más oscuras conspiraciones.

En la Feria. El próximo 12 de mayo a las 18, en el stand de la Red de Editoriales Universitarias Argentinas (REUN) de la Feria del Libro, Partisanos y plebeyos será presentado en un panel en el que acompañarán al autor los doctores Darío Pulfer, director del Centro de Documentación e Investigación Acerca del Peronismo (Cedinpe), y Humberto Cucchetti, sociólogo investigador del Conicet. n

*Doctor en Historia (UBA). Autor de Partisanos y plebeyos. Una historia del Comando de Organización de la Juventud Peronista, 1957-1976, Buenos Aires-Rosario, Cedinpe-Unsam-Prohistoria, 2022, 312 páginas.