El juego Mafia consiste en una batalla entre una minoría informada y una mayoría desinformada. A los jugadores se les asigna personajes en secreto: son “mafiosos” o “ciudadanos”. Hay otras figuras como “el gobernador”, “el juez”, “el maníaco” o “la bomba”. También hay “sargento”, “vigilante” y “padrino”. Los ataques en el juego ocurren en la noche, cuando los participantes tienen sus ojos cerrados y no pueden ver las caras de sus asesinos. Lo único que puede salvarlos es una votación democrática en la que encuentren al culpable. Cuando “el pueblo” se pone de acuerdo, matan al sospechoso.
Esta versión del juego de cartas Poli-Ladron, que fue creada en 1986, durante el período soviético, para un trabajo de investigación, hoy es jugada en Buenos Aires por un grupo de jóvenes rusos que escaparon de su país, para no tener que ir a la guerra. Es, sin duda, una inquietante metáfora de la realidad de la que decidieron huir.
Son diez amigos, de entre 26 y 32 años y se conocieron en Argentina a principios de 2022 luego que estallara el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Fedor nació en Ucrania, pero vivió gran parte de su vida en el Óblast Vorónezh, Rusia. Hizo durante seis años la carrera militar rusa, en la que alcanzó una importante posición. Hasta que, con el comienzo de la guerra, le solicitaron que vaya a luchar contra Ucrania, su propio país.
Junto a su esposa sacó cuatro pasajes de avión en la línea Turkish Airlines: dos de ida, dos de vuelta. Aunque, desde el inicio, sabía que los dos boletos de regreso nunca iban a ser utilizados y eran solo un justificativo para salir de Rusia, cosa que no fue tarea difícil. Hoy está en Argentina en calidad de refugiado.
“Nunca me gustó el gobierno de Putin, incluso desde antes de la guerra. Cuando comenzaron los bombardeos enseguida supe que tenía que irme”, cuenta Antón, quien nació en Siberia. Su madre, abuela y hermana siguen en Rusia, pero no tiene miedo por ellas: “Son todas mujeres, no las van a llamar a la guerra. Puedo ayudarlas más desde acá”. Su plan a futuro es quedarse a vivir en Argentina, aunque, por el momento, tiene una visa de turista, que renovó. “Ahora no veo ningún buen escenario para Rusia. Siento que Putin me robó mi país, ya no tengo más a mi nación”, lamenta. Y agrega: “Reconozco la valentía de Zelenski”.
Sergei es el que une al grupo. A diferencia de los demás, él no llegó a Argentina a comienzos de 2022, sino en 2000, con su madre. También lo hizo escapando de un conflicto armado: para ese entonces ya había comenzado la segunda guerra chechena, brutal y sanguinaria, que culminó con la restauración del control ruso sobre el territorio. Su mamá no quería que fuera a la batalla. “Rusia siempre está en alguna guerra”, dice Sergei. Nació en Kazajistán, habla muy bien español, y es dueño de Apórt, su propio bar en Almagro, que funcionó como eje formativo del grupo de amigos. Apórt es un tipo de manzana que crece en Almaty, Kazajstán, y alma significa manzana. En la entrada de la cantina cuelga una bandera, aunque no es la de Rusia. “Para expresar mi solidaridad con el pueblo ucraniano”, justifica el paño azul y amarillo.
“Argentina fue una buena opción para emigrar porque acá no extraditan a las personas, excepto que seas un criminal”, explica. Hoy ya tiene ciudadanía argentina, aunque durante sus primeros años tuvo un DNI temporal, luego uno permanente, y más tarde fue por la nacionalidad. “Me alegra que Argentina se abra a gente de todo el mundo. Me enorgullece que no cierre sus puertas a los rusos que no quieren participar de la guerra. Lo único bueno del conflicto es que nos unió como comunidad”, expresa.
Daria llegó a Argentina en julio con un par de amigos. De su familia solo conserva relación con su madre, porque, en sus palabras, “en Rusia la mayoría está a favor de la guerra, o es indiferente. Yo estoy en contra, por eso estoy acá. Porque, en verdad, yo no quería emigrar”, afirma. “Putin es una bestia loca que hay que curar”, afirma. Uno de los amigos pasa uno de sus pulgares por su cuello, en referencia a la forma en la que “debería curarse”. Aunque Daria, más recatada, dice que debería estar aislado.
Iván, de 31 años, llegó desde Moscú. Es soldado y, en cuanto empezó la guerra, se fue de Rusia: “Es difícil decir quién me gustaría que gane la guerra. Pero, en este momento, Ucrania. Yo no soy médico, pero tal vez Putin esté loco. Ahora es solo un estratega. Todo se convirtió en un juego para él. No piensa en los rusos, ni en la economía de Rusia”, opina Iván. Cree que Buenos Aires es similar a Moscú: “Ambas son grandes ciudades, buenas para los negocios”. En cuanto a Zelenski, el ruso cree que cumple muy bien su rol como presidente.
A pesar de que los últimos años de su vida Andrei no los pasó en Rusia, se preocupa de igual manera por su familia y amigos: “Comparto el dolor de mi país y de mi gente”. “Llegamos desde diferentes ciudades y pudimos ser solidarios entre nosotros. Espero que eso continúe”, anhela. Andrei, junto a otros migrantes, prepara una guía para ayudar a sus compatriotas a escapar desde Rusia y llegar a Argentina.
Desde el 21 de septiembre, cuando Putin anunció el alistamiento de 300 mil reservistas, 700 mil rusos huyeron de su país para evitar ser convocados al ejercicio militar. Aunque los datos oficiales del Ministerio de Defensa de Rusia dicen que fueron 9 mil los soldados rusos fallecidos desde que comenzó la guerra, otras fuentes calculan que el número es mucho mayor: la OTAN estima que 40 mil soldados rusos murieron, fueron heridos, o permanecen desaparecidos desde el inicio del conflicto. La cuestión de las cifras es poco precisa y en Ucrania pasa algo similar: los registros gubernamentales creen que fallecieron 9 mil combatientes ucranianos, pero Rusia dice que fueron, al menos, 23 mil.
Los destinos de los rusos que escapan del servicio militar son de lo más variados: desde la fronteriza Finlandia, hasta Turquía, Israel e incluso Venezuela. Más de 65 mil rusos entraron a la Unión Europea (UE) desde la convocatoria a los reservistas, lo que significa un 30% más con respecto a la semana anterior al anuncio. La mayoría ingresó a Europa por Finlandia, que en muchos casos se utilizó como un país de tránsito con el objetivo de llegar a otras naciones de la UE. Durante las últimas semanas se registraron colas de autos de hasta 35 kilómetros en el paso fronterizo de Vaalimaa, entre Finlandia y Rusia.
Para quienes no pueden cruzar la frontera a pie o en auto, un pasaje de avión desde Moscú a Helsinki, capital de Finlandia, puede llegar a valer 75 mil rublos, lo que equivale a 1.100 dólares estadounidenses, o más de $ 300 mil (pesos argentinos), al cambio del blue. A estos precios se le suman las nuevas restricciones de Finlandia para los “turistas” provenientes de Rusia. Tras la convocatoria, la salida de turistas rusos aumentó considerablemente; se trata de una forma de escapar del país sin que sea evidente que se trata de una huida y, en cambio, se simule una salida turística. El Ministerio del Interior de Finlandia afirmó que los pedidos de asilo serán evaluados de manera particular.
El servicio militar ruso es obligatorio para hombres de entre 18 a 27 años. Para el comienzo de la guerra, el ejército del Kremlin contaba con 850 mil soldados activos, mientras que Ucrania tenía 170 mil, además de 100 mil reservistas. El Ministerio de Defensa ucraniano difundió audios de soldados rusos en los que los combatientes expresan que pasan sus días en condiciones terribles. Desde: “tenemos hambre y no hay nada para comer”, hasta “el plan no funcionó”. En otra tanda de supuestos audios revelados por The New York Times, las tropas rusas declaran que están perdiendo la guerra y que batallones enteros fueron aniquilados. Los soldados que están en actividad reciben un sueldo, una razón a considerar por quienes deciden permanecer en la línea de combate.
Tecnología que ayuda a escapar del horror
Los rusos no son los únicos que tienen un plan de escape. Gracias al talento como programador de un argentino, Alejandro Zuzenberg, la organización Helping To Leave (en español, “ayudando a salir”) trabaja las 24 horas del día en la evacuación de ucranianos. Desde la asistencia psicológica y financiera, hasta el tránsito a zonas seguras, la ONG ayudó a más de 100 mil personas. Algunos lo describen como una búsqueda de supervivencia o la “línea directa para la evacuación de ucranianos”. “Nunca nos imaginamos que un bot de nuestra plataforma iba a literalmente salvar vidas en una guerra. A pesar de la tristeza que produce lo que está pasando en Ucrania, nos genera mucho orgullo poder colaborar en el escape de miles de civiles hacia otros países”, asegura Zuzenberg.
A través de un bot por la red social Telegram se reciben las solicitudes de aquellos que necesitan ayuda. Dicho chatbot, desarrollado por el argentino, funciona en varios idiomas: ucraniano, ruso e inglés. El solicitante debe decir desde dónde necesita escapar. Jersón, Mariupol, Donetsk. Cuántas personas son, hacia dónde quieren ir y si tienen mascotas. De acuerdo con sus respuestas son derivados a alguno de sus voluntarios. “A mediados de marzo notamos una actividad de volumen inusual en una de las cuentas. Así fue como llegamos a Helping To Leave. En ese momento, nos pusimos en contacto con ellos, para ayudarlos con la creación del bot y arreglamos que la aplicación no tenga ningún costo para la ONG. El chat es el primer contacto con los civiles”, cuenta el creador.
Más de siete millones y medio de ucranianos escaparon de su país desde que comenzó la guerra. La ONU estima que, al menos, 6 mil civiles ucranianos fueron asesinados, aunque asumen que el número de caídos es mayor.
Los “agentes extranjeros” que cuentan la verdad
Los rusos en contra de Putin ya no son casos aislados, hay empresas y comunidades establecidas que expresan su opinión. Es el caso de Meduza, un medio opositor ruso, declarado en su país como “agente extranjero”, al igual que otros medios, como VTimes, que quebró poco tiempo después de haber obtenido dicho título. Meduza se presenta como la “Rusia real”, e invita a sus lectores a “poner triste al Kremlin”. El portal cuenta con más de un millón de seguidores en Instagram y afirma que en Rusia “contar los hechos es ilegal”. Pide apoyo para poder “pasar por encima de la propaganda de Putin”. A pesar de que la ley rusa de “agentes extranjeros” tiene sus años, con la guerra se recrudecieron sus límites. Se denomina con este título a las personas que se dediquen a actividades políticas bajo intereses de otros Estados que no sean Rusia, y que, para ese propósito, reciban fondos desde el extranjero. La ONG Memorial, que acaba de ganar el Premio Nobel de la Paz junto a otra ucraniana y a un disidente bielorruso, es también un “agente extranjero” para el Kremlin, que le expropió todos los bienes y oficinas. Además de tratar de contar la verdad, Memoria cometió otro pecado imperdonable para el presidente ruso: creó desde hace años un registro de los horrores del estalinismo. Al ser condenados, el mismo día que recibieron el galardón, el tribunal los acusó de “distorsionar la historia de la Unión Soviética”.