La frontera en el norte argentino es apenas una línea imaginaria, que por momentos sigue el dibujo natural por el que surcan los ríos, y por momentos sólo se puede imaginar surcando los desiertos de la puna, las selvas de las yungas o el monte arisco de la región del antiguo Chaco Gualamba, que tras la liberación de América quedó repartido entre Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil. Ese límite en Salta se desdibuja hasta lo invisible. Por sus puertas ingresa la mercadería ilegal que inunda ferias populares como las de La Salada, que proliferan por el país vendiendo artículos contrabandeados. También por Salta ingresa el 90% de la cocaína que entra a la Argentina, tercer puerto exportador de esa droga a nivel mundial, según el último informe de la ONU.
Todo eso se sostiene con una compleja red de postas, que empieza principalmente en Bolivia y se extiende por todo el territorio. Aunque hay cientos de pasos clandestinos, la mayoría de ellos florece alrededor de los dos principales pasos legales, que son Aguas Blancas y Salvador Mazza. A esto lo combaten sobre todo dos fuerzas del Estado: la Justicia Federal, saturada de expedientes del narcotráfico, y la Gendarmería Nacional, el gran actor del Operativo Escudo Norte, que dejó sin radares, durante más de diez años, la frontera con Bolivia, uno de los tres principales productores mundiales de cocaína.
El fenómeno del contrabando convive con el del narcotráfico. Mientras los bagayeros de Salvador Mazza descargan y cruzan a Yacuiba, Bolivia, las bolsas de harina que dejan cincuenta camiones diarios, de Norte a Sur, los narcos cruzan la cocaína. En cambio, en Aguas Blancas, los bagayeros viven una lucha diaria con las fuerzas del orden, a quienes esquivan frente a sus narices, en balsa o sobre sus hombros, enormes bultos de mercadería de contrabando; sobre todo ropa, zapatillas y hojas de coca, aunque en algunos casos se confisca cocaína.
Esclavos y violencia. En Orán, segunda ciudad más poblada de la provincia, a 270 kilómetros de Salta, la realidad de la frontera tiene a miles de ciudadanos como esclavos. Antes daba prosperidad con la caña de azúcar, las frutas y la madera. Ahora es sinónimo de violencia. El contrabando trae peleas entre los bagayeros, un ejército de más de 3 mil personas, y Gendarmería, que llegan hasta la muerte. Los cortes de ruta y las zonas tomadas de la ciudad por las trifulcas son moneda corriente. En los barrios, patotas se enfrentan con pistolas y el paco se consume a plena luz del día. No hay ni cincuenta camas entre todos los centros de rehabilitación para adictos. La desocupación en los departamentos del Norte ronda el 50%, según dijeron varios intendentes a un diario local.
“Dibujó con tiros la pared de su amante antes de volarse la cabeza”, dijo uno de los locutores de Los sicarios, programa de radio que tiene un bloque especial para las noticias de Orán, que presentan con la música de la serie Los expedientes X. “Así se escriben los grafitis de amor en la ciudad de Orán”, remató el otro conductor.
Un centro estratégico. Francisco Pizarro fundó la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán, la última que levantaron los españoles en América, en 1794, justo en el día de San Ramón Nonato. El conquistador eligió, además, llamarla con el nombre del lugar donde nació, la ciudad homónima de Orán, en el norte de Africa. En 1708, la corona perdió la Orán africana a manos de los argelinos. Pero Pizarro le devolvió a España una nueva Orán en la selva de Salta, centro estratégico para defender los caminos del comercio atacados por las tribus hostiles del Chaco Gualamba. “Expugnabo fidei inimicos”, un lema militar que expandió la corona, se puede leer en el primer escudo de armas de la ciudad. “Expulsamos al enemigo de la fe”, se traduciría. El escudo está hoy en el Arzobispado de la ciudad.
Hoy, más de 3 mil oranenses tienen que llevar el pan a su casa contrabandeando mercadería desde Bermejo, en Bolivia, a 32 kilómetros. Además, 800 comerciantes de Salta capital llegan todos los días para comprar lo que venden en sus negocios y desde ahí entra gran parte de la mercadería que alimenta las grandes ferias populares como la de La Salada, en el Gran Buenos Aires. Sólo en la zona de Orán, Gendarmería Nacional secuestró, durante 2010, ropa y zapatillas por más de 40 millones de pesos. Lo incautado sería comercializado, en su mayoría, en Córdoba y Tucumán. En la frontera, el contrabando, además de ser un delito, es hoy una de las principales fuentes de trabajo y un problema de difícil solución para las autoridades.
Gendarmería Nacional es la fuerza que controla las rutas y fronteras. Consultado por un medio local, un comandante en Orán dijo sobre el contrabando: “No podemos controlar cien autos, uno atrás del otro. Eso es aleatorio y también se basa en las características que pueda identificar el gendarme en cada vehículo. Gendarmería controla que no se comentan delitos o infracciones, en este caso que vulneren los reglamentos de la Aduana. Si una persona está pasando un bulto de manera ilegal, es una infracción. Si un comerciante contrató a veinte bagayeros para pasar ilegalmente la mercadería, es un delito. En el fondo, hay un problema social, propio de todos los sitios de frontera. Familias enteras obtienen sus ingresos a través de ese contrabando hormiga, que mueve mucho dinero”.
Las chalanas y las otras. Todos los días, el tránsito fronterizo con Bolivia en la ciudad salteña de Aguas Blancas, del departamento de Orán, se realiza desde hace décadas por medio de pequeñas embarcaciones denominadas “chalanas”.
Por sumas módicas, cruzan a vecinos y visitantes atravesando el río Bermejo en línea recta, uniendo esta localidad con el centro comercial de su vecina ciudad boliviana de Bermejo. A unos metros de ahí, se lanzan al río las balsas improvisadas de palos y gomas que cruzan con una maña asombrosa toneladas de mercadería de contrabando frente a las narices de las fuerzas de seguridad en la frontera. En la orilla argentina, los nadadores llegan arrastrando las embarcaciones. La caravana humana de bultos sube a taxis, remises y colectivos para tomar la Ruta Nacional 50, a 35 kilómetros de Orán. Pero antes deben sortear el puesto 28 de Gendarmería instalado sobre esa arteria vital, que espera transformarse en autopista desde hace seis años. La hilera de autos que transporta bagayeros y bagayos, como le dicen a la carga, frena cien metros antes del puesto. La gente se baja y pasa la carga caminando por el costado del control. Del otro lado suben a los mismos autos para llegar a Orán, donde la mercadería se entrega al comprador.
En la playa de camiones de Orán los bagayeros descomponen la mercadería y la entregan a sus dueños. Los pagos por la jornada acarreando bultos van de los $ 200 a los $ 400.
Con la Resolución Municipal 7.884 de 2012 se aprobó la explotación de la playa a Tomás Lino Cano por el término de tres años. Los bagayeros tienen ahí su punto de encuentro, trabajo y acopio.
Manuel Barrios es presidente de la Cooperativa 15 de Abril, que agrupa a los trabajadores de frontera en Orán. En abril reclamó en el Concejo Deliberante de la localidad respuestas acerca del destino del dinero que se recauda diariamente de cada vehículo que ingresa al playón.
“Aproximadamente 25 colectivos con gente que va de paseo de compras entra por día al playón después de pagar $ 250. Las camionetas tipo Trafic pagan $ 60 y los autos, $ 30. Entre las Trafic y los autos, entran diariamente al playón al menos sesenta vehículos. Un cálculo estimativo confirma que los ingresos rondarían, como mínimo, los $ 8 mil diarios y $ 240 mil mensuales”, aseguró Barrios.
El estallido. Ese fue el caldo de cultivo de lo que sucedería el 7 de mayo. La violencia estalló en la playa de camiones cuando la AFIP, secundada por un grupo de gendarmes, intentó secuestrar parte de la mercadería contrabandeada. Según fuentes de seguridad, buscaban drogas.
Los bagayeros se resistieron y retuvieron a los gendarmes, que se vieron ampliamente superados en número. Cerca de la noche, las fuerzas de seguridad y la Justicia intercambiaron los 15 bultos retenidos por los tres gendarmes secuestrados. Piedras, palos, gritos, herido y vecinos indignados.
El 18 de mayo todo terminó en muerte en un control de Gendarmería cuando llegaba un grupo de bagayeros en el puesto 28.
El oranense Gerardo Gabriel Tercero, de 20 años, fue acribillado por la espalda y murió desangrado en pocos minutos por la bala de un arma reglamentaria que le reventó una arteria.
Tres gendarmes fueron detenidos y el puesto fue luego atacado y destruido por los bagayeros. El juez federal de Orán, Raúl Reynoso, señaló en 2012 que la cantidad de efectivos de los tres escuadrones de Gendarmería, apostados en el norte en Aguaray, Tartagal y Orán, es insuficiente. “Es una frontera de 200 kilómetros”, recordó.
El 10 de junio, cercado por un operativo sorpresa, cayó José Luís García, alias “Cabudo”. Tiene un tatuaje en la cara tipo aborigen maorí. El día que fue detenido, la Justicia dijo que fue “un fuerte golpe al crimen organizado”. Cabudo había sido señalado como el que “motorizó” la guerra en el playón.
“El detenido sería el testaferro de una organización delictiva que financia el comercio ilegal en la frontera, para lo cual cuenta con una flota de colectivos que transportan voluminosos cargamentos de ropas al sur del país por un monto que supera el millón de dólares por mes”, decía el parte oficial.
La tensión sigue alta y en cualquier momento podría haber nuevos incidentes