Las PASO colocaron a Macri y a Fernández en una encerrona que los politólogos no vimos venir. Un candidato a la reelección saliente y un presidente virtualmente entrante deberán coexistir durante largos meses. Precisamente, lo que el artículo 95 de la Constitución de 1994 se propuso evitar. Es cierto que casi todos los presidentes latinoamericanos que fueron por su primera reelección consecutiva lo lograron, y que se diese esta circunstancia (uno que pierde una PASO sin competencia interna y por más de 15 puntos) era un escenario de muy baja probabilidad. Pero ocurrió. Para la próxima será necesario reformar el sistema para que esta calamidad no se repita. Ahora hay que lidiar con ella. Macri tiene derecho a seguir apostando por su candidatura, y Fernández la necesidad –la obligación, diría– de no arriesgar su capital político compartiendo los costos de la devaluación.
Modelos. El lunes, un Macri ofuscado y auténtico dijo, como gusta recordarnos, la verdad. Lo que estaba pasando con el tipo de cambio, los títulos argentinos y la Bolsa era consecuencia de lo que los argentinos habían votado. Pero no es tan simple como el Presidente lo puso. El cimbronazo financiero tiene componentes de pánico pero, también, de cambio de modelo. El dólar sube con la venia de Alberto Fernández, y las letras del BCRA son abandonadas siguiendo la sugerencia de Alberto Fernández: “Las tasas estaban demasiado altas”. Las acciones de las empresas argentinas en el Merval recuperan los valores premacristas. Los mercados, con sus múltiples integrantes, saben que viene un gobierno menos amigo del modelo de refinanciación permanente. No saben exactamente qué es lo que viene, pero creen saber qué es lo que se va.
Estas primeras opciones comienzan a escribir el nuevo perfil político de Alberto Fernández.
Lo conocemos como dirigente, jefe de Gabinete, legislador. Pero la presidencia es otra cosa. Tal vez, ni él mismo sepa qué le depara. Tan transformadora es la presidencia sobre quien la ejerce, que la biografía previa se vuelve poco relevante para descifrar lo que será. ¿Acaso la carrera de Menem en La Rioja permitía anticipar el menemismo de las patillas cortas y la globalización? ¿Y la trayectoria de los Kirchner en Santa Cruz? ¿El cardenal Bergoglio y el papa Francisco son los mismos hombres?
Seguramente algo de ellos es igual, pero mucho fue nuevo y diferente. El factor transformador fue el contacto con la escala global. Todos los otros cargos son de cabotaje, pero el presidente es el jefe del Estado. A cargo de las relaciones del país con el resto del mundo. Eso lo cambia todo. Y Alberto Fernández ya comenzó a dar sus primeros pasos como actor netamente global.
Visión. La visión geopolítica de Alberto Fernández aún no se ha hecho manifiesta. Es indudable el rol de Cristina Fernández en su ascenso. Cristina era la líder de la principal porción de votos de la oposición. Y estaba demostrado que esos votos cristinistas le eran irreductiblemente fieles. Una vez allí, la plataforma de la decisión de Cristina le permitió a Alberto Fernández completar la tarea, y llevar la construcción política del Frente de Todos hacia nuevos límites. La presencia de Alberto permitió sumar nuevos aliados y nuevos votantes. El rol de Cristina Fernández en la puesta en marcha de este nuevo ciclo justicialista fue central e insoslayable, y Alberto Fernández también se ganó un espacio propio en el resultado a partir de sus méritos.
No obstante, eso no quiere decir que la visión geopolítica fernandista deba ser la misma que la del kirchnerismo cristinista. En principio, porque los tiempos son otros y la visión geopolítica tiene que ver con una lectura del contexto. Todos los ciclos justicialistas se han caracterizado por una determinada interpretación del mundo, y su opción en materia de políticas públicas no ha sido otra cosa que una adecuación o respuesta a los conceptos de la época. La esencia del primer Perón es inseparable de su interpretación del orden de posguerra, plasmada en la famosa “tercera posición”. La verdadera política es la internacional, decía.
Pero también el menemismo y el kirchnerismo, los dos ciclos justicialistas de la democracia, estuvieron íntimamente ligados a una lectura geopolítica. Menem, asumido en el año 1989, descubrió el triunfo de Occidente y el ascenso irrefrenable de la globalización. Y todo su gobierno estuvo atravesado por este descubrimiento. Sobre el final, la doctrina menemista no era otra cosa que el globalismo: la Argentina tenía que transformarse dramáticamente, a través de las reformas neoliberales, comerciales y del Estado para no perderse el tren de la nueva etapa de las relaciones internacionales.
Y el kirchnerismo también nace de una interpretación de época. Tal vez a Néstor Kirchner le costó al principio encontrar su identidad internacional porque tenía demasiados problemas internos, aunque había heredado de Duhalde la lectura de que los tiempos en la región habían cambiado, y que la mejor opción de política exterior eran el regionalismo y la alianza con el Brasil de Lula y la Venezuela de Chávez.
Esa idea, que comienza a desplegarse durante el primer gobierno de Néstor Kirchner, encontró luego un fuerte relanzamiento con Cristina Fernández. Ella asume en plena explosión de la crisis financiera del año 2008, que culminó en un final a toda orquesta de las presidencias de George W. Bush, y con el paradigma de la emergencia de “nuevas potencias” expresadas por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) como nuevos protagonistas del orden mundial. Sin dudas, todo eso influyó fuertemente en la lectura de Cristina Kirchner y pudimos oírlo en sus discursos: la Argentina estaba llamada a integrar este nuevo mundo multipolar, abriéndonos a toda una innovación general de las políticas públicas.
Lecturas. De esta forma, los dos ciclos justicialistas estuvieron notablemente influidos por sus lecturas globales iniciales. Esto le presenta a Alberto Fernández un dilema inicial. Tal vez, como Raúl Alfonsín o Néstor Kirchner, llegará abrumado por conflictos domésticos que le consumirán sus primeras energías. Macri optó por creer en un globalismo liberal, a contrapelo de los Trump de su era. En sus primeros pasos, Fernández pareciera buscar un lugar intermedio. Continuar algunos de los conceptos suscriptos por el kirchnerismo diez años atrás, sin los excesos de la época. Ni Trump ni Maduro. Bolsonaro tampoco. Sabe todo aquello que, en el plano de lo valórico, no quiere ser. Falta la visión general. Que supone, necesariamente, un diagnóstico acerca de los procesos en marcha, y lo que se quiera hacer en ellos.
*Politólogo.