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patriarcado de izquierda

Revolucionarios y machistas, moral guerrillera de los ‘70

Las organizaciones armadas tenían códigos de comportamiento tan conservadores en lo moral como en lo religioso. Pareja como “célula básica”, períodos de noviazgo y castigo a las infidelidades.

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En familia. Una aventura de su líder Santucho con una combatiente más joven provocó un debate en el ERP, que luego aplicó el manual “Moral y proletarización”. | cedoc

Si bien los años sesenta fueron la explosión del “drogas sexo y rock and roll”, esta idea no terminó de penetrar en los jóvenes latinoamericanos que emprendían el camino de la revolución social.

 La ex montonera Adriana Robles, en su libro Perejiles, recuerda que en el grupo de la UES “se comentó o habló que Balu fumaba marihuana”. “Se decidió separarlo de la agrupación porque un ‘falopero’ no era confiable como revolucionario”. “Así fue como Balu dejó de estar en la UES de Avellaneda... pienso que tal vez... le salvamos la vida”.

Por la misma época, para replicar acusaciones de la derecha las columnas de la JP cantaban “no somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros”.

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Revolución cubana. Los primeros cuadros guerrilleros se entrenaron en Cuba. Allí, el Che inculcaba una moral espartana donde las relaciones personales se subordinaban a la vida política: “Acuérdense de que la Revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada”... “No tengo casa, ni mujer, ni hijos, ni padres (…) sin embargo estoy contento, me siento algo en la vida”.

El modelo del guerrillero rural es el del hombre que sube al monte dispuesto a soportar meses de agotadoras caminatas y todo tipo de privaciones. El Che no descartaba la presencia de la mujer combatiente, pero veía su papel mas útil en la retaguardia.

El filósofo Tzvetan Todorov se refiere a lo solitario de la calidad del héroe: “El héroe es un ser solitario, y ello por un doble motivo: por un lado combate por abstracciones más que por individuos; por otro, la existencia de seres cercanos lo hace vulnerable”.

En definitiva, la concepción del guerrillero no difiere mucho del celibato sacerdotal. San Pablo dice: “El célibe se ocupa de los asuntos del Señor… mientras que el casado de los asuntos del mundo”.

En Argentina, donde la guerrilla será preeminentemente  urbana, la participación de la mujer fue  mucho más activa y numerosa, lo que generó la necesidad en los grupos armados de regular las relaciones personales entre sus miembros con la intención de evitar que a las dificultades de la clandestinidad y la represión se sumaran los conflictos de pareja.

Moral y proletarización en el ERP. En el caso del  Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) los cánones morales estaban muy influenciados por el origen norteño de sus jefes originales. Aunque el pensamiento trotskista es bastante amplio y libertario, Roby Santucho y su esposa, Ana Villarreal, pertenecían a familias tradicionales de Santiago del Estero y Salta, de fuerte contenido patriarcal y machista. Poco antes de iniciar la lucha armada Roby tuvo un romance con una compañera más joven y esto motivó un gran debate dentro de la cúpula del partido, que terminó con un fuerte cuestionamiento a su jefe.

En 1972, en la revista del ERP se publicó un artículo titulado Moral y proletarización, escrito por Luis Ortolani. Este texto se convirtió en una suerte de manual de iniciación  y en un código normativo para los militantes del PRT-ERP. Veamos algunas frases del texto:

“La forma de la hegemonía burguesa que se pretende imponer (...) predica un supuesto ‘amor libre’ que aparentemente liberaría a los miembros de la pareja, particularmente a la mujer de la sujeción tradicional. Pero lo que en realidad hace es establecer nuevas formas de esclavización de la mujer y de cosificación de las relaciones entre ambos sexos”.

“La pareja es una actividad política. (...) Sus integrantes pueden y deben encontrar en ella una verdadera célula básica de su actividad política, integrada al conjunto de sus relaciones (…) La construcción de una nueva familia parte (...) de la pareja monogámica como célula básica, demostrando su carácter superior como unidad de construcción de la familia socialista”.

En el PRT-ERP los conflictos por relaciones dobles e infidelidades que aparecían con frecuencia eran tratados en reuniones de célula o ámbitos donde todos opinaban y sugerían soluciones o sanciones. La vida clandestina facilitaba que algunos responsables mantuvieran varias relaciones a la vez en cada ámbito diferente que coordinaban.

En un momento, a nivel del buró central del partido se creó un tribunal de ética, pero en el acto de asunción, tres integrantes debieron renunciar porque reconocieron tener relaciones dobles desde hacía mucho tiempo.

En cambio, los primos hermanos del PRT-ERP, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) (que no se constituyó como grupo armado), mantuvieron siempre una actitud mucho más liberal respecto del sexo y las relaciones de pareja.

Código de Justicia Revolucionaria de Montoneros. Los  grupos originarios de Montoneros eran  de extracción católica. Firmenich y otros cuadros sostenían  las pautas morales tradicionales. Casamiento por Iglesia, fidelidad conyugal y familia numerosa. Sin embargo, el grupo de las FAR, que venía de militancia anterior en el Partido Comunista, tenía criterios menos estrictos.

En octubre de 1975, en momentos de mayor presión represiva y alto grado de militarización, Montoneros sancionó el Código de Justicia Revolucionaria que definía los diferentes tipos de delitos y sus penalidades. Veamos tres artículos que tienen que ver con el tema:

ARTÍCULO 16.-

Deslealtad: Incurren en este delito quienes tengan relaciones sexuales al margen de la pareja constituida, son responsables los dos términos de esa relación aun cuando uno solo de ellos tenga pareja constituida.

ARTÍCULO 21.-

Las penas que podrán ser aplicadas a criterio del Tribunal Revolucionario son las siguientes: degradación, expulsión, confinamiento, destierro, prisión y fusilamiento.

ARTÍCULO 28.-

La pena del fusilamiento podrá aplicarse a todos los delitos enumerados con excepción de los previstos en los artículos 6, 10, 12, 14, 16 y 17 del Capítulo anterior.

Con buen criterio, el delito de deslealtad no estaba incluido entre los que merecían fusilamiento.

El primer condenado a muerte (en ausencia) en base a este código fue el número dos de la organización, Roberto Quieto, quien fue secuestrado el 28 diciembre de 1975 cuando compartía un asado con su mujer e hijos en una playa pública de Martínez. Quieto había violado todas las normas de seguridad y en los considerandos de la sentencia se le adjudicaron: “rasgos individualistas y liberales especialmente en las malas resoluciones de su vida familiar”. Su esposa, Alicia Testai, nunca quiso ingresar a la clandestinidad y Quieto se exponía cada vez que visitaba a su familia.

Paco Urondo, quien inició una doble relación con la joven  Alicia Raboy, fue sancionado con degradación y enviado a Mendoza, donde cayó en manos de la represión.

Adriana Robles cuenta que a fines de 1976 (ante las dificultades de conseguir viviendas clandestinas) la organización estableció como obligatorio un período de seis meses de noviazgo antes de autorizar a las parejas a vivir juntos. Para muchos  seis meses era superior a la expectativa de vida de ese momento, por la continuidad y la velocidad de las caídas.

Concluyendo.  En los setenta los cánones morales de los jóvenes revolucionarios no estaban alejados de la cultura predominante: heterosexual, patriarcal, y machista.

En las organizaciones guerrilleras las normas de seguridad implicaban clandestinidad y secretismo absoluto aun entre los miembros de la pareja. Uno (hombre o mujer) podía alejarse de su vivienda por varios días sin darle al otro ningún dato. Pasada la hora marcada de seguridad, quien estaba en la casa debía evacuarla de inmediato y no regresar por ninguna razón. A veces por motivos operativos un hombre debía convivir días con otra mujer. La muerte, eufemísticamente llamada “caída” era el hecho cotidiano. En ese contexto la relación  se hacía muy compleja y hubo necesidad de regularla a veces de modo absurdo.

Entre los jóvenes guerrilleros de edad promedio 25 años o menos nadie tenía planes de largo plazo; aunque amaban la vida, sabían que la concreción de la promesa de estar juntos hasta que la muerte los separe estaba a la vuelta de cada  esquina.

León Trotsky dijo: “Los revolucionarios aman la época que les tocó vivir, porque es su patria en el tiempo.” Un tiempo que en los años setenta fue demasiado breve,  dos, tres años… a veces menos.  Demasiado poco para vivir, luchar, amar y morir todo al mismo tiempo.

*Autor de La lealtad-Los montoneros que se quedaron con Perón.