Suele decirse que el perfil de Julio María Sanguinetti es poco frecuente para un político contemporáneo. Ex presidente de la República Oriental del Uruguay en dos oportunidades, escritor, dibujante, crítico de arte y presidente honorario del Club Atlético Peñarol, Sanguinetti es también un periodista cabal.
A los 82 años de edad, no solo lo demuestra a través de sus conferencias y de su columnas, sino de la cuidadosa recopilación, conceptualmente tratada como una unidad, que ha titulado El cronista y la historia, donde reúne décadas de producción periodística que dedica a su esposa, la historiadora Marta Canessa.
Con la excusa de presentar este nuevo libro que ya ha agotado tres ediciones, Sanguinetti estuvo ayer en la Fundación Pablo Atchugarry de Manantiales, donde unas 500 personas se congregaron a las 20 horas, cuando el sol estaba lejos de ponerse, para escucharlo a él junto a Santiago Kovadloff, el invitado de lujo –y amigo- que lo acompañó.
Fue este intercambio profundo y diverso en ideas y, gracias al pragmatismo de Sanguinetti y a la capacidad pedagógica de Kovadloff, inusualmente entretenido. Y hubo espacio para todo, o casi, en el paradisíaco lugar donde Pablo Atchugarry –cuyo valor como escultor el filósofo argentino resaltó recordando a Hegel- nunca cobra entrada, de manera tal de contribuir a que el acceso al arte no tenga límites.
Kovadloff dijo que afirmar que todo tiempo pasado fue mejor es una “deformación de la nostalgia”, que el aburrimiento que genera la Historia es el necesario precio que hemos de pagar por entender quiénes somos, que “un hombre educado no es un hombre que sabe sino uno que no deja de aprender”, que muerto Chávez habrá otros Chávez que atraerán a vastos sectores de la sociedad por tener “respuestas definitivas”, que si hay libertad no puede haber “homogeneidad ni ausencia de tensión”, y que la tecnología, sin la comprensión del sujeto que está detrás y del uso que a ésta le da, “no nos va a salvar”.
Resaltó, además, que ser es “tratar de ser”, que amar al prójimo como a uno mismo es entenderlo como un sujeto que no nos pertenece, que las democracias son tareas incesantes porque los hombres no terminan de ser libres jamás, y que, cuando son verdaderamente republicanas, no dicen “síganme”, sino “vamos todos”.
El presente, subrayaron los dos, no es mera actualidad si no se incorpora el ayer, tarea para la cual es importante la construcción de la historia, que Sanguinetti distinguió de la subjetividad de la memoria, al tiempo que enfatizó que es imposible saber quién es “el chico con el botón rojo de Corea del Norte” ignorando el sistema que catapultó a su abuelo.
Después de criticar con preocupación el peligro que a su juicio conlleva el “actual relato catalán”, Sanguinetti evocó con entusiasmo las figuras de Bolívar, San Martín, Sarmiento, Mitre, Pellegrini, Sáenz Peña, Alberdi, Vélez Sarsfield y Thomas Jefferson. Y coincidió con Kovadloff en que el Uruguay ha sido tradicionalmente mucho más institucionalista que la Argentina, aunque opinó que hubo hombres de Estado como Frondizi, Illia y Alfonsín que intentaron quebrar esa tradición.
“Más institucionalidad, sí, pero menos creatividad también”, comentó entre risas el ex mandatario, que fustigó a Cristina Fernández y aseguró que el gradualismo económico de Macri “llevará tiempo” y es la única opción razonable para un gobierno sin mayoría.
Un gobierno que, a grandes rasgos y con su tradicional capacidad crítica, también defiende Kovadloff, quien sin embargo lamentó que su patria haya pasado de vetar de los billetes a figuras imprescindibles de su Historia, durante el kirchnerismo, para sustituirlas por animales, durante el macrismo.
Y quien, en otro gesto fraterno, estimó que Sanguinetti es un político raro. ¿La razón? “Julio piensa”, afirmó, antes de ser ovacionado