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Ciudad de pobres corazones

Vivir en la calle

Quienes circulan por la Ciudad de Buenos Aires los ven. La mayoría son hombres, varios solos, algunos acompañados, casi todos con sus perros. Para el gobierno porteño son poco más de 2.400. Para las ONG, más de 10 mil, casi como en la crisis de 2001. Hay quienes van a un parador, otros se refugian en los cajeros automáticos. No pudieron pagar el alquiler, los echaron de una toma, se pelearon con su familia. Sus historias.

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CASOS. “Una cosa es vivir en la calle, otra es dormir en la calle. Hay lugares muy recónditos donde no es posible encontrar a las personas. No hay datos del interior, ni del Conurbano, solo de la Ciudad”, dice Salvia, del Observatorio de la Deuda Social. | Pablo Cuarterolo

Ezequiel está sentado sobre un cartón en el umbral de un edificio. Delante de él hay una lata que mueve cada tanto para, con el sonido de las monedas que le dejaron, llamar la atención de otros peatones. Lo rodean locales de comida: cafeterías, hamburgueserías, cervecerías y restaurantes. El largo de su pelo muestra que no se lo ha cortado en las últimas semanas, aunque agrega un toque de estilo con una gorra que usa con la visera hacia adelante. Se acerca la noche y refresca. Por suerte, tiene el cartón que impide que esté en contacto directo con el mármol helado del edificio. 

“Siempre viví en la calle. Desde chiquito, desde los 14 años. Fallecieron mis padres, y me vine para la calle. No fui más a mi casa. Desde ese día, no aparecí más”, recuerda. “Tengo cuatro hermanas”, cuenta. Aunque se corrige rápidamente, como si se hubiese olvidado, y agrega que su familia es más grande: “Y tengo otros tres hermanos que están detenidos hace unos siete años”.

“Le pido ayuda a la gente, y me la dan. Hay veces que se puede, otras que no. También cartoneo en la calle o vendo pañuelitos. Como sea, me la rebusco” 

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Cuando se le consulta por su actualidad laboral, Ezequiel responde que sí está trabajando: “Le pido ayuda a la gente, y me la dan. Hay veces que se puede, otras que no. También cartoneo en la calle o vendo pañuelitos. Como sea, me la rebusco”. 

Continúa contando sobre su vida: “Para lavarme voy al baño de un McDonald’s (hay uno enfrente). Pido permiso y me dejan pasar. Con la plata que me da la gente me compro fiambre y pan. O pido en las panaderías”. Come una sola vez por día.

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FOTOS: PABLO CUARTEROLO

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“Yo quisiera cambiar mi vida y el primer paso sería acercándome a mi familia otra vez. Pero no lo hago porque ya hace mucho que me alejé”, admite. 

Cuando termina la entrevista, Ezequiel se incorpora para buscar un lugar en el que pueda dormir. Se aleja caminando con una mochila al hombro y arrastrando el cartón. Decide instalarse a unos veinte pasos de donde estaba y se dispone a pasar la noche al resguardo del techo de una farmacia. 

(Ezequiel, 29 años, en avenida Callao y Corrientes). 

Del total de personas en situación de calle en CABA, el 74% son hombres y el resto mujeres. Ellas prefieren dormir en paradores antes que en las veredas 

De acuerdo con los datos oficiales del Censo 2022, en la Ciudad de Buenos Aires hay 2.416 personas en situación de calle; menos cantidad que el registro del año pasado. Más de la mitad del total (1.525 personas) pasan la noche en un parador. 

Sin embargo, organizaciones sociales aseguran que son al menos 10 mil los argentinos sin techo y que el número va en aumento. Los registros históricos de la Capital Federal muestran un número similar solo durante la crisis del 2001, cuando había 12 mil personas en la calle.  

Fuentes del Ministerio de Desarrollo y Hábitat del Gobierno de la Ciudad dicen que la diferencia en los resultados encontrados sobre la cantidad de personas en situación de calle se da porque las ONG hacen su censo durante cuatro días en los que “se corre el riesgo de duplicar a las personas censadas, dado que un 40% no se identifica”. 
“Una cosa es vivir en la calle, otra es dormir en la calle. Son dos definiciones distintas que impactan en la cuantificación. Hay lugares muy recónditos donde no es posible encontrar a las personas. No hay datos del interior, ni del Conurbano, solo de la Ciudad”, afirma Agustín Salvia, sociólogo, director de investigación del Observatorio de Deuda Social de la UCA.

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“Porque no pudo pagar el alquiler, estaba en una toma y lo sacaron, tuvo un conflicto con su familia; hay muchas razones por las que alguien puede tener problemas habitacionales. Lo que pasa con este primer grupo es que sus situaciones, que aumentan en las crisis, antes se resolvían. No era algo definitivo, era transitorio, se reincorporaban eventualmente. Hoy, es cada vez más difícil”, agrega Salvia. 

Una manifestación corta la calle. A pesar de la gran cantidad de personas, en el banco de la esquina, que tiene un amplio recibidor con varios cajeros automáticos, hay silencio. Casi como escondido, en un rincón, está sentado Jorge. Tiene una pared delante, por lo que nadie puede verlo, y él no puede ver a nadie. Lo único que alcanza a vislumbrar es una pizzería. Saluda a la gente que entra y sale a sacar efectivo. 

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Hace un año y medio que pasa los días ahí. Es mucho tiempo, opina. Duerme en la sucursal, pasa la mañana fuera, bien temprano puede bañarse en El Hogar de San José, entre las calles Alberti y Moreno, destinado a personas en situación de calle, y luego vuelve a las tres de la tarde, cuando termina el horario de atención bancario. 

“Yo tengo mi familia que vive en Avellaneda, y también tengo pareja, pero me gusta la calle”, sentencia. “La realidad es que no tengo trabajo ni DNI. Y ya soy grande, no quiero ser mantenido por mi familia. ¿Qué voy a decir? Mami, dame plata. No quiero. Prefiero venir acá. Salgo a rebuscármela, a buscar algo para mí”, explica. El documento de identidad lo perdió una mañana en la que salió adormilado del banco y olvidó su mochila dentro. Cuando volvió ya no estaba. 

En 2021 se denunciaron 33 hechos de violencia contra personas en situación de calle: 23 de ellas fallecieron tras los ataques

En la mitad de la charla se distrae con una mujer que lo saluda. La señora se dirige hacia la pizzería y él la sigue con la mirada. Su objetivo del fin del día, comer, está siempre a la vista. Luego retoma: “¿Qué me decías? ¿Ves?… Conmigo nunca hay problemas porque soy una persona educada. No molesto a nadie. A veces incluso limpio el recibidor del banco. Un gerente de acá también me da una mano”. 

Lo más difícil de atravesar son los días de agosto, cuando llega el invierno. “Yo no tengo ropa. En las noches en las que hace mucho, mucho, frío, ahí sí voy a casa con mi mamá. Sé que tengo un lugar al que ir”, recuerda. “Prefiero pedir antes que salir a robar. Yo sé que si pido la gente me ayuda. Con lo que hago acá, me voy a comer una pizza enfrente”, concluye.

(Jorge, 40 años, en Bartolomé Mitre al 1700).

Del total de personas en situación de calle en CABA, el 74% son hombres y el 26% son mujeres. Las mujeres prefieren los paradores exclusivos femeninos antes que la vereda, a diferencia de los hombres. En CABA hay 37 paradores disponibles, aunque ahora ya no los llaman así, sino Centros de Inclusión Social. Para asistir no hay que hacer trámites previos, solo manifestar la necesidad de pasar la noche en el lugar. Tampoco hay que esperar, ese mismo día ya se puede dormir en uno. 

Hay un segundo grupo: el linyera que no se siente integrado en la sociedad en la que vive. Afectado por cuestiones emocionales o psicológicas, transita por el espacio público en una especie de anomia y exclusión, vinculado con los procesos de crianza y socialización. A veces prefiere el espacio público a un parador. “Es difícil incorporarlos. Pueden resguardarse cuando su vida corre peligro, pero si no, no”, explica Salvia. “Acumulan su propio capital simbólico, que llevan por la calle. Guardan sus recursos de vida: cartón, vasos, cubiertos, un muñeco, ropa. No quieren dejar sus cosas al descuido y que se las saquen otros en la misma situación. Por eso los paraderos para este grupo son más complejos. Incluso, en muchos casos, no les permiten llevar todas sus pertenencias por una cuestión de espacio”. 

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A pesar de que duerme en la calle, Víctor no se define como una persona que no tiene vivienda. “La calle es mi casa, la calle es mi hogar”, expresa. Está apoyado contra una pared de un local de venta de celulares. Sostiene con firmeza sus dos muletas que lo ayudan a desplazarse. Le faltan las dos piernas. Se ubica en una peatonal, que en su momento fue “la calle de los cines”, pero en la que hoy pasan pocas personas a pesar de haberse reconvertido en una zona turística en la que venden alfajores y se encuentran casas de cambio y hoteles.

“No me da miedo la calle. No me parece peligroso, porque ya me sé manejar. Tengo con qué manejarme”, expresa Víctor con tono calmado y amable, que cuenta que siempre vivió sin techo. 

Víctor prefiere dormir en la calle antes que en los paradores: “No me gustan. Me revisan todo. Me revisa la policía”. No tiene trabajo y cuando se le pregunta si le gustaría tener, responde: “Sí. Por ahí, sí”. 

(Víctor, 30 años, en Lavalle al 600).

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El año pasado se viralizó, durante unos pocos días, un video en el que se veía a una mujer que prendía fuego a un hombre que estaba durmiendo en la calle en el barrio porteño de Pompeya. En 2021 se denunciaron 33 hechos de violencia contra personas en situación de calle: 23 fallecieron tras los ataques.

* En Plaza Lavalle hay un bebedero que, tímidamente, Jorge Efraín usa para bañarse. Al principio intentó evitarlo; le daba vergüenza sentirse tan expuesto. Pero luego ya no quedó otra opción. Se pone un short y con un chorro fino de agua fría se lava a la intemperie. “No tengo privacidad. La gente me mira, ve cómo me baño. Tampoco puedo descansar bien. No tengo una vida ordenada porque lo primero para tener una vida ordenada es tener un hogar. Soy mendigo, soy pobre”, lamenta. 

Tiene consigo un bolso grande en el que guarda papeles con anotaciones pulcramente acomodados. Algunos sueltos, otros en cuadernos. Sostiene un termo con agua caliente y un mate. Efraín es un gran lector. Guarda un libro que se titula Con Francisco a mi lado, adornado con una imagen de Bergoglio, además de una obra evangélica y una Biblia. De su cuello cuelga una cruz de madera que está en contacto con su pecho, tapada por sus varias capas de abrigo. “Yo creo en el Señor. Creo que es justo. Tengo que tener fe. Yo creo, confío”, revela. 

La línea 108 brinda atención telefónica durante las 24 horas del día para asistir a personas que no tienen hogar en la Ciudad de Buenos Aires. Parte del programa “Buenos Aires Presente”, se puede llamar si se tiene necesidad habitacional o “si ves a una persona en situación de calle”

Entre sus tantas anotaciones tiene el seguimiento de su clave fiscal, números de trámites, e infinitas contraseñas que debe recordar para lograr un subsidio habitacional que aún no puede cobrar. Le dijeron que le dieron de baja el trámite y que no saben por qué. El trámite se vuelve engorroso. Pero él, gracias a su anotador, puede llevar un registro escrito.

Terminó la secundaria de adulto. “Hice administración de empresas. Se debita ingresos, se acredita egresos”, repasa. Y destaca una salvedad: “No fui a la universidad –continúa su relato–, en el invierno tuve mucho frío. Siento la injusticia, la indignación. No solo para mi situación. En general. La gente está enferma de problemas económicos. Hay personas que no tienen ni para un té; nunca vi antes algo igual”. 

Todos los días, religiosamente, Efraín va a la Iglesia a las 7 de la mañana. “No podés dar algo que no tengas. Yo hago el bien. No me van a tumbar. Hay cosas que aprendí con mucho dolor y otras con amor”, afirma. Luego agradece y se despide, porque tiene que ir a rezar.

(Jorge Efraín, 41 años, Plaza Lavalle). 

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Comparada con otras grandes metrópolis, la Ciudad de Buenos Aires se encuentra en la mitad en el registro de personas sin hogar. En San Pablo, Brasil, para 2021 eran más de 31 mil, y 4 mil en Montevideo. “En todas las ciudades existe la expulsión de las sociedades. No es algo propio de Argentina. Las ciudades brindan más opciones para las personas con problemas de vivienda. Tienen cierta aceptación cultural. Algún alma caritativa lo resiste”, dice Salvia. 

Sergio tiene siempre una tarea difícil. No tiene que conseguir comida solo para él, sino también para dos más. Es un domingo para pasar en familia, y él también lo pasa con su familia. O sea, sus dos perros. Como guardianes se quedan al lado de Sergio, que los alimenta y acaricia. Están tranquilos, nunca ladran cuando alguien se acerca a su dueño. Lo acompañan desde hace mucho tiempo ya, incluso desde antes de quedar en la calle. 

“Desde febrero que estoy acá. Tenía mi casa, en Longchamps, con mi familia, todo. Tuve problemas con mi mujer, me denunció, y ahora no me deja ver a mis tres hijos. Me sacaron de mi casa. Mis perros vinieron conmigo cuando me fui”, relata. “Hay mucho problema de inseguridad en la calle. Una vez me robaron la comida de los perros, y otra, una manta”, recuerda. Los dos incidentes que nombra ocurrieron mientras él dormía, sin enfrentamientos. Y agrega: “A mí no me molestan. Se drogan, fuman, hacen de todo, y mirá que yo puedo ser peor quizás, siempre tuve problemas con las drogas, pero no busco estar con ellos. Ya nunca tomo, siempre estoy solo con los perros”. 

“Cuando llueve, pasando avenida Córdoba hay un lugar que tiene techito donde nos dejan quedarnos de buena onda”, cuenta. Sergio permanece ahí con sus perros hasta las 8.30, cuando abre el negocio. “Mis perros son mi mejor compañía. Llueve, hace frío, pero seguimos los tres. Son los que más me cuidan”.

(Sergio, 42 años, Florida al 600).

Salvia describe un tercer tipo de persona en situación de calle: los cartoneros. A veces vienen de espacios muy precarios del Conurbano y transitan por la Ciudad. Juntan materiales y organizan su vida alrededor del lugar donde acumulan. Su jornada es la de recolección, y esperan al camión de acopio hasta altas horas de la madrugada. Usan el espacio público como un dormitorio.