¿WhatsApp modificó las campañas? No solo WhatsApp. Es la convergencia de medios la que está modificando las campañas electorales y en realidad toda la comunicación, sea o no electoral. Lo que sucede en WhatsApp se hace público, y lo que se hace público también sucede en WhatsApp. Pero la principal cuestión con WhatsApp tiene que ver con la diseminación de contenido público, pero bajo instancias de diálogos más o menos íntimos. Esto diferencia a esta red (no es la única) de otras redes sometidas a la exposición y escrutinio público.
Funcionamiento. Pero no tiene un funcionamiento sencillo. Se expande descentradamente a través de una cantidad de grupos expansores con la idea que de cada grupo desborde a otros. Así, es difícil que WhatsApp ocupe centralidad si antes no hay una base sólida de voluntarios que actúen como expansores. No importa tanto la cantidad de contactos como la cantidad de grupos expansores. Es un trabajo que rinde más efectos si está organizado con mucho tiempo.
En segundo lugar importa mucho que el propulsor sea un intermediario de confianza. Por ejemplo, nótese que casi siempre formamos parte de alguna red de socialización más o menos íntima: familia, amigos, trabajo o conocidos unidos por afinidades previas. Ello es el corazón de la expansión geométrica, porque obra como fuente reputacional con menos filtros que otras redes.
Y también es interesante que, aún el contenido criticado o polémico dentro de un grupo, no paga costos de sanción o reprobación pública, por lo que hay mucho menos barreras o filtros que en las redes públicas. Insisto, actúa como un efecto cascada de grupo a grupo. Este se ve cotidianamente cuando uno forma parte de varios grupos cómo muchos contenidos se repiten.
Fidelización. Para colmo, distintas marcas, mediadas por empresas intermediarias, están generando acciones de contacto y fidelización vía WhatsApp, por lo que el modo de insertar contenidos en grupos creados con un sentido comercial o social se va ampliando y luego utilizando con fines políticos o para contenidos específicos, recordando que WhatsApp prohíbe el uso de sistemas automáticos para el envío de mensajes masivos. Pero sí incorpora usuarios e incluso va permitiendo que ciertas aplicaciones tengan ya sistemas de respuestas automatizadas, chatbots o modalidades de inteligencia artificial.
Ello trae aparejado que el primer punto a considerar es que, en política, actuar masivamente y sin consentimiento significa no solo saltearse protocolos de la red, sino contratar plataformas que violen esa normativa, por lo que su uso a gran escala es ciertamente realizado vía financiamiento ilegal.
Además, cualquier regulación carece de elementos legales y técnicos para insertarse en el monitoreo de conversaciones privadas. Y ahí radica su poder, porque seis de cada diez personas usa esta herramienta como su principal medio de comunicación cotidiana, sin distinción de clases sociales ni procedencia geográfica. No es casual que diferentes estudios internacionales evidencian que casi dos tercios de quienes consumen contenidos políticos tienen plena confusión con lo que leen en las redes sociales. Pero es toda una paradoja que la mayor cantidad de veces, esa duda se resuelve con un sesgo de confirmación, vale decir, con información que confirma las ideas o puntos de vista previos. Tampoco significa que todo contenido en WhatsApp sea de política, y además de tipo negativo, y además una fake news. Pero entre tanta circulación de contenidos, la acción deliberada y de tipo industrial que realizan los partidos acelera la diseminación de ese tipo de contenido.
Cabe recordar que las bajas de cuentas vía WhatsApp se dan por miles país por país, especialmente en cercanía electoral, y mucho durante los procesos electorales desde la propia empresa ante situaciones de sospecha de spam. Pero ese mecanismo regulador no alcanza por varias razones. En el modo más básico y amateur, muchos prestadores de estos servicios compran y crean miles de perfiles con números nuevos y las sanciones se dan ex post, vale decir cuando mucho del contenido se ha difundido, aunque más no sea parcialmente. El beneficio ya se obtuvo cuando llega la sanción. Y el bloqueo no genera desincentivos a tener nuevos perfiles sino exactamente al revés. Crece y crece exponencialmente. Debe entenderse esto: significa miles de chips nuevos. Ahí también hay un control poco efectivo.
Visibilidad. WhatsApp funciona como un expansor de prejuicios. Muchas prácticas o conductas condenables públicamente se van tornando más y más visibles. Y como los grupos tienen ese formato íntimo, son un caldo de cultivo para esto. Algunos se animaron a destapar la olla y lo político correcto ya no prima. Hablo de quienes participan en política. Así que en lo público si lo correcto ya deja de ser lo correcto, en la faz seudo íntima de WhatsApp esto se potencia y ya no hay filtros. Son cavernas, un submundo donde no abundan los filtros. Probablemente siempre existieron prejuicios, pero costaba exteriorizarlos. Hoy no. Y no solo no se pagan costos en hacerlos públicos, sino que los radicalismos ganan terrenos, ganan elecciones, ganan espacio y ganan en WhatsApp.
Es el lugar ideal donde los rasgos identitarios de personas y grupos se superponen incluso a normas democráticas. El tribalismo justifica múltiples modos de violencia en el nombre de la identidad. Justifican secesiones, humillaciones, falsedades, odios desde las identidades, o también sencillamente por no sentirse identificado frente a lo otro.
*Director de la Maestría en Comunicación Política Universidad Austral. (Presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales).