¿Querés ser feliz o tener poder? partió de una imagen que se instaló en mí de un recinto muy amplio de color verde azulado y de individuos muy pequeños que circulan en ese ámbito conformando una distopía, pero sin conciencia de la misma. La aparente libertad los mantiene en una dinámica orgánica en donde su existencia tiene sentido: entonces hablan, cuentan siempre lo mismo para no olvidar que una vez creyeron que la palabra es la vía para ponerse de acuerdo. La repetición nos da cuenta de un pasado y de que somos seres históricos. Luego me aparece la imagen de estos individuos sumergidos en cápsulas, las cápsulas se convirtieron, ya en el código de la puesta en escena, en boxes. Junto a esta imagen, deambulan preguntas en mí que le dieron mística al proyecto: ¿Para qué está el ser humano en este mundo? ¿Se pregunta cuál es su función en esta vida o simplemente se siente arrojado a una serie de estímulos que lo llevan a construir su existencia más o menos satisfactoria? ¿Pero qué sucede cuando termina la satisfacción primaria? ¿Se necesita algo más para soportar la existencia tan finita? ¿Alguien puede venir simplemente a esta sociedad para comer, dormir, tener sexo, reproducirse, morir y trabajar y seguir trabajando para continuar comiendo, durmiendo, teniendo sexo y reproduciéndose?
Las imágenes y preguntas me llevaron inevitablemente por mi formación tanto artística como académica, a la idea del panóptico de Bentham analizado por Foucault en su libro Vigilar y castigar, esa omnisciencia invisible de ser mirado sin ver el ojo que mira. Ser vigilado sin percibirlo. Un sujeto que pese a ser observado y controlado empieza a convencerse de que sus acciones son llevadas a cabo por decisión propia y no porque hay un mecanismo subrepticio que condiciona hasta los deseos.
En el tránsito de la generación de imágenes y del armado de esta experiencia teatral me encontré con dos elementos en esta rueda de causalidad y no de casualidad: por un lado con un grafiti dispuesto en una pared que bordea la Avenida Juan B. Justo que propone: “¿Querés ser feliz o tener razón? Y, por otro lado, investigando caminos posibles de estimulación hacia la escritura en los cursos que doy de dramaturgia, encuentro profesiones muy peculiares que se ejercen sobre todo en EE.UU., en algunos países de Europa y en menor cantidad también en la Argentina. A partir de estas profesiones muy particulares como paseador de patos, probadora de olores, sacadora de chicles profesional, empujador de trenes, abrazador profesional, felicitador profesional o probador de colchones, entre muchas otras, escribí veinte monólogos: diez atravesados por la noción de la felicidad y diez atravesados por la noción de poder. Los textos no se instalan en un lugar documentalista sobre las ocupaciones en sí mismas, sino que abordé el proceso de escritura desde un lugar de lateralidad a partir de una circunstancia dramática. Puedo decir que en la obra hay una lucha del concepto de arte moderno frente al arte contemporáneo. Lo moderno cree en la permanencia de la obra y lo contemporáneo está pensando en la muerte de la obra antes de que ésta perezca, así pues también en el espectáculo surge esta puja: ¿es teatro? ¿Es una performance? ¿Por qué no ser todo y no ser nada? Ser una nada que necesita una nueva definición: experiencia teatral con formato único.
Esta experiencia teatral se desarrolla en un espacio que borra los límites del espectador y de los intérpretes y presenta tres ámbitos concretos y teatrales dentro de la totalidad del espacio. Además, el espectáculo está atravesado por una trama sonora creada especialmente para la obra por Agustín Konsol a modo de trama urbana, ese sonido que nunca cesa y nos recuerda que nuestros sueños nunca más se remontarán a un estado anterior a la sociedad industrial. En cuanto a la estética de la obra –revive una poética de los años 50 tardío por lo cual la vestuarista de la obra Emma Yorio– tomó la referencia que seleccioné para basarme en la construcción de la imagen de los personajes: la del artista plástico americano Edward Hopper.
La pregunta que plantea el espectáculo es en sí un dilema, un dilema plantea una falsa elección, porque cualquier opción hiere la otra. No se puede elegir si ser feliz o tener poder porque siempre lo que se elige es algo dentro de las circunstancias dadas, pero vale la pena hacerse la pregunta, no sea cosa que nos estemos olvidando de ser felices en pos de un poder imaginario.
*Directora y dramaturga. Tiene en cartel la obra “¿Querés ser feliz o tener poder?”, todos los sábados a las 21 en Espacio Aguirre.