Paul Thomas Anderson acaba de estrenar su nueva película, Licorice Pizza, un film que se volvió un verdadero fenómeno en Twitter, fascinó a gran parte de los fans del director, dejó más que conforme a la crítica y consiguió ser nominada al Premio Oscar a Mejor película.
El director estadounidense ya tiene su lugar ganado en Hollywood, más allá de no contar con ninguna estatuilla de los premios de la Academia, es adorado tanto por el mainstream como por el sector más alternativo del séptimo arte. Para su nueva película eligió contarnos una historia de amor con muchos condimentos clásicos pero encarada con muchas subversiones, que finalmente, la hacen adorable. Por empezar, esta es la historia del romance algo implícito entre una chica judía de 25 años y niño actor de 15 que está haciendo su camino como hombre de negocios. La acción se sitúa en los años 70 en California, en donde abundan los carteles de neón, las convulsiones sociales y la buena música.
Uno de los puntos más transgresores de la película de P.T. Anderson es la inversión que hace del “código Lolita”. Si bien la literatura y el cine nos han relatado historias de amor entre hombres mayores y chicas menores desde hace décadas, esta vez el director se anima a contar lo opuesto con todo lo que eso implica en una época en la que el correccionismo político parece dictar el pulso del cine (y el arte en general). Lejos de una visión al estilo El graduado (1967), Licorice Pizza crea un ambiente de inocencia, en el que los dos personajes tienen comportamientos lúdicos y a la vez “incorrectos” para su edad, y es en ese desbalance en el que nace el amor.
El universo musical
La música comprende un universo más que principal en la obra de Anderson. Por empezar, la protagonista, Alana Haim, es parte de la banda Haim que tiene junto a sus dos hermanas, quienes también participan del film, al igual que sus padres. Paul Thomas ha dirigido varios videos de la banda y así eligió a Alana para que su primera incursión en cine sea este desafiante papel.
Por otro lado, la banda sonora de la película obliga a cualquier espectador a detenerse. Desde el momento más romántico del film musicalizado con “Let Me Roll It” de Wings y hasta uno de los más surrealistas con “Life On Mars?” de David Bowie, la película ofrece los sonidos más icónicos de la época: The Doors, Nina Simone, Suzi Quatro, entre otros.
Una mujer por fuera de los estereotipos
Otro punto que hace de Licorice Pizza una provocación a los postulados de Hollywood es la actriz principal. Alana Haim no solo no es una experta en actuación frente a cámara sino que no cumple con los estereotipos de belleza establecidos por la industria. Su rostro domina toda la película, su identidad judía se recuerda permanentemente e incluso su deseo por un chico menor de edad también la acompleja como mujer.
Tanto el personaje como la actriz elegida salen de la norma. Nos hacen enamorarnos de una historia a priori incorrecta, de una chica sin grandes planes para su vida, que se sube a la montaña rusa de un grupo de niños, mientras lucha contra la adultez, algo que se cristaliza en el episodio que vive con el excéntrico personaje de Sean Penn, una parodia de los galanes de Hollywood.
Posiblemente Licorice Pizza no logre llevar el Oscar a Mejor película, pero sí ha aportado al panorama general del cine. Un séptimo arte copado por las plataformas de streaming y los superhéroes, de vez en cuando demanda una historia de amor a la vieja usanza, mientras Paul Thomas Anderson despliega la maestría que lo ha hecho uno de los favoritos del cine contemporáneo.