Hay muchas cosas que inspirar cuando empiezas a preparar una ópera, y en este caso lo importante es que no se hace esta obra en el Colón desde 1913. Eso te da una responsabilidad distinta”, dice Michal Znaniecki, responsable escénico de la puesta de Los pescadores de perlas, de Georges Bizet, ópera que regresa un siglo después al Teatro Colón, después de haber sido representada por última vez en 1913. El mismo Znaniecki. un artista visceral y sabio a la hora de su trabajo, insiste con esa responsabilidad: “Si no se ha hecho, y es tan celebrada, y está tan presente en otras casas de ópera del mundo, es muy interesante entender porque no pasa en Argentina. Entonces, he empezado a buscar una conexión importante con el público de hoy, porque es lo que busco siempre”.
—¿Cuál fue la conexión que encontraste entonces en una ópera creada por Bizet diez años antes de “Carmen”?
— Viaje como director de escena, ya que tengo esta cosa rara de ir a los lugares donde se desarrolla la pieza. Cuando hago Turandot voy a Beijing, cuando trabajo con otros títulos siempre viajo para ver que era la inspiración o que hizo de ese lugar un cuento de hadas en la cabeza de su autor. Por ejemplo, el caso de Sevilla y Carmen. Hice ese viaje a Sri Lanka, a otra s playas, buscando ese hilo del libreto y he encontrado las playas de hoy, las playas de basura. Terrible. Una cosa inimaginable: la pobreza. La ópera francesa es celestial, la sublimación absoluta de la realidad, y cuando vi la verdad, la basura, la nafta en agua, gente buscando comida en la basura (como si buscara perlas), entendí la ópera.
—¿Cómo se aplica eso a la dirección escénica?
—Las perlas que ahora son simbólicas; implican buscar valores en un mundo que no tiene más valores. Viene un enemigo, que vuelven a ser amigos, o amantes. Es una clave de lectura. Eso fue crucial. Me permitió entender cómo leer la historia y los conflictos.
—¿Qué sumaste entonces?
—Antes de la pandemia, la cosa más importante de mi relación con el mundo era la ecología, ver como se destruye solo, como un suicidio total. Entonces, pensar una puesta que habla de ese tema, de mirar la playa bonita que todos esperan, que todos sueñan, hasta sus habitantes, y verla cubierta de basura, me parecía una cosa maravillosa. Hoy puede sentirse no tan importante. Pero, por ejemplo, pedí recoger todas las botellas del teatro Colón que se tiran y con esto construir la escenografía. Y con esto generar algo importante. Es un truquito pero también una señal para el mundo de la ópera: reciclamos, por favor, y para darle valor artístico. Puede leerse infantil y banal, pero creo vale la pena.
—¿Qué se fue reconfigurando desde que aparecen esas decisiones?
—En cada acto tenemos esta basura, llegamos a una playa ideal, tenemos por pocos minutos la playa ideal, y en el descanso vuelve la ola, y vuelve la basura. Eso era lo impresionante. Yo allá limpiaba con voluntarios, y pasada la noche, volvía la basura. Ese juego era importante para encontrar la llave de un mundo sin valores. Tenemos esa transformación de volver a los valores, al amor, de un mensaje sencillo. Como director siempre busco un mensaje así, simple, pero ahora con la experiencia de la pandemia he vuelto a las relaciones humanas, y ahí sume una nueva dirección: no solo un mensaje ecologista, si no también de lo humano, que no importa a quien ambos y que también la guerra puede empezar en dos minutas. Aparece entonces Ucrania, personas que un día se transforman en soldados, me ayuda lamentablemente el mundo para generar ejemplos. Lo que parecía operística, se transformó en verdad.