Susana Rinaldi se presenta los domingos de julio a las 20, en la Terraza de Teatro Picadero. La acompaña, como casi siempre, Juan Carlos Cuacci, quien alterna entre piano y guitarra. Aunque el público sabe que puede esperar oír Yuyo verde, Tinta roja y Naranjo en flor, ella persiste con su tradición de no adelantar el contenido de sus conciertos. Lo que es seguro es que se trata de tango en la voz de La Tana, poderosa también a sus 85 años; y seguro, también, es que están presentes los protocolos anti-Covid, los padecimientos pasados y los miedos y cuidados presentes.
—¿Cómo viene siendo este regreso, con salas nuevamente abiertas?
—Maravilloso. Lleno de gente que estaba encantada de verme después de tanto tiempo. Pero al mismo tiempo yo, encantada: me pongo a cantar y se van todas las nanas que una puede tener. Agradezco profundamente la cantidad de gente que viene a verme no habiendo salido ningún cartel en relación a lo que yo podía llegar a cantar. Saludan con mucho énfasis y de pie al final del espectáculo.
—¿Hay miedo de algunas personas a volver al teatro?
—Aunque hay mucha gente así, me parece que mucha otra gente no pensó en eso y vino.
—¿Cómo te has cuidado dentro de tu casa el año pasado y este?
—Yo no vivo en una casa cerrada, sino en una muy grande, con grandes aperturas, en un lindo barrio. Puedo caminar dentro de mi casa; a partir de ahí me siento muy bien. No me ha hecho para nada mal estar encerrada en casa, me dio tiempo para estudiar, para leer muchísimo y eso me hace bien también. La paso fenómeno, pero claro, me gusta mucho más la cantidad de gente que fue al teatro y que agradece con aplausos lindísimos.
—¿Cuáles son tus primeros recuerdos con la música?
—Yo he cantado muchísimo, porque viví con mi familia en una casa donde había no solamente piano, sino también una pianola, un aparato que permitía hacer de cuenta que sos un gran pianista o una gran pianista, acompañando la canción que vos llevás adelante. Jugábamos mi madre, mi hermana, yo con ese proyecto de hacer de cuenta que éramos unas eximias pianistas. La música fue alimentando a toda la familia. Desde siempre, tenemos el corazón puesto en la música: mañana, tarde y noche, hasta hoy.
En 2014 Susana Rinaldi fue nombrada Agregada Cultural en París
—¿Cuándo te llegó el apodo de “La Tana”?
—Ese título me lo pusieron los jóvenes de la escuela de teatro, cuando nos recibimos juntos en la escuela de teatro de Cunil Cabanellas. Desde entonces, me quedó ese mote que me pusieron mis compañeros, la mayoría de los cuales ya no están entre nosotros, lamentablemente. Me quedó para siempre el nombre de La Tana, hasta hoy.
—¿Cómo enunciarías la vigencia del tango?
—El tango, si sabés buscarlo debidamente y no te quedás con los lagrimones, tiene una presencia muy fuerte. Mucha gente ama profundamente escuchar al tango: es lo que me pasa a mí, es lo que me pasó toda la vida. Nadie que busque que la expresión sea más completa ha levantado la mano para cantar sin tener al tango al lado. Algunos, en algún momento, cantan las obras famosas de la historia del tango; otros tuvieron la suerte de poder también componer una cantidad de tangos para los cuales servían no solamente el piano o la pianola de mis épocas, sino también la posibilidad de orejear, como se decía entonces. A mí me parece siempre nuevo el tango; no creo que fue hecho hace muchos años y que quedó cristalizado en determinada época. Creo que sigue al lado de uno, abrazándonos con fuerza a los que lo interpretamos y a la gente que tiene la generosidad de escucharlo también.
—Y en particular ahora, ¿qué tiene el tango para decirnos hoy, al mundo, en 2021?
—En una época como ésta, pienso que es muy importante lo que le pasa al público cuando escucha por primera vez. Hay gente que nunca se detuvo en el tango, que no lo escuchó nunca, que solo consideraron, por ejemplo, en el jazz nada más. Detenerse en las historias que cuenta el tango es un trabajo maravilloso; nos despierta día a día en la belleza del tango.
—¿Cómo fue tu encuentro y trabajo con Piazzolla?
—Además de otras personalidades de la historia del tango que actuaron con él, conmigo pasó una cosa muy, muy especial: a él le costó que yo le diera bolilla. Esa es la diferencia. Los dos sabíamos que valíamos la pena, él como el autor-compositor maravilloso que fue, y yo, como cantante que no existía, porque todo aquel que cantaba el tango lo hacía demasiado llorón y ausente de las novedades que se presentaban a raíz de la música de Piazzolla. Lo único lamentable es que lo hicimos fuera del país, en muchos lados de Europa donde actuábamos juntos. Muchas de las presentaciones que nosotros hicimos, por ejemplo, en Grecia donde estuvimos más de una vez, lamenté mucho no tener a mi lado gente de Buenos Aires. Pero tener a los griegos en primera fila escuchando la obra de Piazzolla y el canto mío fue inolvidable.
—¿Cómo ponderás tu experiencia en Francia?
—Yo le debo muchísimo a Francia. Desde que puse el pie en Francia, hicieron una presentación de esta mujer, que era yo, que le gustaba el tango. ¡Ellos no sabían lo que era el tango-canción, no sabían que el tango no era únicamente para bailar, creían que únicamente se ejecutaba a través de tal o cual instrumento legítimo! Ellos creían que el tango era para bailar, nada más. La gente descubrió que el tango se cantaba, que no únicamente se bailaba. Ahora que te lo estoy contando, aunque lo hice muchas veces, siento como si lo hiciera por primera vez. Me acuerdo de cada rincón de París donde estuvimos. Venían a vernos, porque querían copiar ese conjunto de historias que no eran musicales solamente, sino también las palabras de la historia del tango.
—No soy de aquí ni soy allá, dice una canción. ¿Cómo te sentís en relación a la Argentina?
—Yo me acostumbré a saber que, aunque digan lo contrario, a los argentinos no les ha interesado mucho toda la historia del tango. Gracias a Dios y gracias a la vida, como dice otra canción, nosotros hemos interpretado al tango, sea con una orquesta sinfónica, sea con una orquesta menuda. El tango argentino ha sido algo reconocido por el mundo, mucho más de lo que ha hecho la Argentina alrededor de esa música. Algún día va a llegar alguien y dirá: “¿Pero pudieron ser tan idiotas de no llevar adelante lo que esta gente está recogiendo por el mundo?”. Por suerte, yo no necesité nunca de la Argentina para cantar el tango, para ser recibida en todas partes. Ahora, cuando viene el tango a la Argentina, es mucho más fuerte. Que mis nietos me aplaudan me gusta mucho más, naturalmente, que el reconocimiento que puede tener de Fulano, Mengano, Perengano fuera de casa.
La voz en todos los rincones
—En Radio Nacional Folklórica, tenés una columna donde aparecés no tanto como La Tana, sino como Susy, en un espacio que se llama “Los cuentos de la Susy”.
—Me gusta mucho, porque estoy contando cosas que vivo y que he vivido. Además, me hizo revolver una vez más toda la biblioteca que yo tengo, con la cantidad de libros que tengo, sacando cosas de épocas diferentes. Me voy acordando de distintas personas que me dieron la posibilidad de conocer tal libro, de acercarme a tal otro. Ahora estoy leyendo un libro sobre la mujer en el teatro, en el cine, y un cuaderno sobre la importancia del actor en el teatro.
—¿Cómo es tu diálogo, tu llegada a la gente joven?
—Creo que he dado mi fuerza, bastante llamativa, como para que los jóvenes se acercaran más a la historia del tango, a averiguar efectivamente de qué se trata. Creo que he logrado cosas importantes. También hay otra gente dentro de la historia del tango que ha trabajado muchísimo en favor de la música del tango y la palabra que deja.
—¿Cómo es tu propia experiencia interna en el acto de cantar?
—Lo importante es que yo no canto todo como preconcebido o con un conocimiento que viene de lejos. Cada obra que yo interpreto es como si lo hiciera por primera vez. No me estoy mandando la parte. Si no puedo hacer ese proceso previo, entonces no me lanzo a cantar. Ese es el resultado que presento y que trae aparejada la coloratura.