Días de fragilidad, tristeza, congoja y miedo. Hay ciudades de Chile que aún no lograron recomponerse a un año del devastador terremoto, que el 27 de febrero de 2010 dejó 524 muertos y miles de familias sin casas. Concepción es una de ellas, porque fue, precisamente, la más afectada por el sismo de 8,8 grados que tuvo su epicentro a sólo 90 kilómetros.
Concepción queda a unos 500 kilómetros al sur de Santiago, tiene una población de medio millón de habitantes, y fue sacudida por el terremoto y por el tsunami que se desató luego del fuerte temblor. Paula Cárdenas, de 33 años, nació, se crió y formó su familia en esta ciudad, que poco a poco comienza a reconstruir sus paredes, calles y puerto, pero que nunca volverá a ser lo que era.
"Vivimos asustados, porque el año pasado no sólo tuvimos ese terremoto, sino que vivimos cerca de 80 réplicas en un fin de semana, y el 11 de febrero pasado volvimos a sufrir uno de 6,8, aunque por suerte no pasó nada", cuenta, en diálogo con Perfil.com, mientras rememora los días del horror que vivió con su marido y sus dos hijas pequeñas, y a días de dar a luz a la tercera.
"Para mí fue muy fuerte ver desaparecer todos los lugares donde crecí", confiesa Paula. Y cuenta que, si bien su casa no se dañó, la casa de su abuela, donde vivían también sus padres, se cayó casi completamente, sólo quedaron escombros y algunas paredes en pie.
"Ellos vivían en la casa de mis abuelos, donde pasé gran parte de mi infancia, en Talcahuano, a 15 minutos de aquí. Cuando ocurrió el temblor pensé que habían muerto aplastados, y no pude saber nada hasta el día siguiente, que supe que por suerte las paredes habían caído hacia afuera, y que ellos no tenían más que algunos golpes y rasguños.
Por esos días, sus padres decidieron quedarse allí a cuidar lo poco que les quedaba, "porque habían saqueos y robos, te robaban hasta el vidrio roto". Y cuenta que no hubo forma de convencerlos de salir de allí. Cuando finalmente decidieron ir a Concepción, a quedarse en la casa de ella, la casa quedó allí, abandonada hasta hoy, en ruinas. "Rescatamos algunas cosas, pero luego se robaron hasta los caños del baño", cuenta.
Paula rememora los duros días que le tocó vivir, sobre todo la primera semana. "No teníamos luz, ni agua, ni gas, ni comida, nada; entre los vecinos de la cuadra juntamos las provedurías que teníamos a mano, y cocinábamos todo en una misma casa, que de casualidad tenía una garrafa. Ahí comíamos también, y pasábamos lista, éramos 34 entre chicos y grandes", rememora.
Y relata que dormían en colchones en la entrada de la casa, con la puerta abierta y vestidos para salir corriendo cuando hubieran réplicas. "Nos pasábamos todo el día afuera de casa, nos daba mucho miedo entrar. Ahora estamos volviendo a la normalidad, pero con el sismo del 11 de febrero hubo pánico otra vez, mucha gente dejó sus casas y se vino a refugiar hacia el barrio donde vivo yo, que está sobre una montaña y es más alto", asegura.
Cuando fue el terremoto en 2010, Paula estaba a punto de parir a su tercera hija, que tenía fecha para el 2 de marzo. "No sé cómo hice, pero me aguanté. Supongo que por mis otras dos hijas. Sabía que si no, no sabría dónde iba a parir. Por suerte mi obstetra vive cerca de casa, y me controlaba seguido. Finalmente mi hija nació el 11 de marzo, que ya podía ir al Sanatorio, aunque funcionaba a medias: no tenía postoperatorio y neonatología, así que después de la cesárea me pasaron directo a sala común", cuenta Paula.
Volver a empezar. Con el sismo, sus padres y su abuela, de 85 años, se quedaron sin lugar donde vivir. Su papá para colmo se quedó sin trabajo, porque trabajaba en el puerto, que desapareció. "Tuvieron que volver a empezar. Al principio los ayudábamos entre todos, hasta que lograron establecerse y alquilar un departamento en el centro de Concepción", cuenta Paula.
Y dice que su abuela no quiere volver al lugar donde fue su casa (que tiene orden de demolición pero no tienen dinero para hacerlo, ya que el gobierno garantiza un subsidio pero sólo para su reconstrucción), y que por eso vive en la casa de sus hijos, rotando cada tres meses de lugar.
"Hay dos lugares que prácticamente desaparecieron y que son los que más me afectaron: uno es Dichato, un balneario en la costa, chiquito, tipo pueblo, donde iba todos los fines de semana, o iba a almorzar los domingos; ese lugar desapareció por completo, el mar se llevó todo, no hay ni una casa ni un comercio en pie, aunque ahora están tratando de reconstruir", cuenta Paula.
Y detalla que el otro lugar cuya devastación le afectó mucho es Talcahuano, el pueblo cercano donde estaba la casa de su abuela. "El puerto y la parte céntrica quedaron devastados, los barcos pesqueros, quedaron todos arriba de la calle, los conteiners y barcos se metieron cuadras adentro... Hasta el invierno estuvo todo cerrado y perimetrado, si caminabas por ahí te parecía un pueblo fantasma, todo desolador, triste, sólo habían quedado las fachadas de las casas y comercios".
Paula asegura que la gente afectada todavía tiene dificultades para asimilar lo sucedido, y dice que casi todos los eventos que se habían programado para conmemorar el año de la catástrofe en Concepción fueron suspendidos.
"El ambiente hoy en día es como de meditación, de estar tranquilos, nadie quiere hacer mucha cosa al respecto. Todavía hay mucha fragilidad en las personas para recordar esto".