El próximo martes el argentino Jorge Bergoglio será consagrado oficialmente en la Plaza de San Pedro como 266° papa de la Iglesia Católica. Protocolarmente, el papa Francisco entrará a la historia con títulos rimbombantes y muy antiguos. Incluso uno -el de "Pontifex Maximun"- es herencia de los emperadores de la Antigua Roma.
De hecho, hasta 1963 los papas fueron coronados como verdaderos césares romanos: con trono de oro en el altar de la Basílica de San Pedro, una impresionante corona, genuflexiones y hasta un palanquín en el que era paseado el papa por la plaza.
¿La razón? El papa ejerce como "Sumo Pontífice" de la religión católica -que cuenta con más de 1.200 millones de creyentes en el mundo-, el mediador espiritual entre el Cielo y la Tierra. Además, Francisco será el Jefe de Estado del Vaticano, que es una Monarquía Electiva. Bergoglio será así el primer argentino coronado como monarca y gobernante de otro país.
Ahora, aunque cabe imaginar que los rituales más sagrados se mantendrán inalterables, la misa de consagración del papa Francisco promete ser simple como la de los antecesores más próximos, con el agregado de la sencillez del argentino, que sorprende al mundo.
La ceremonia (que sigue la pauta de la consagración del papa Juan Pablo I en 1978) tendrá lugar en una audiencia pública al aire libre a la que asistirán jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo. La Plaza de San Pedro, el escenario, tiene capacidad para unos 30.000 fieles.
El Vaticano continuó la tradición de no cursar invitaciones, dejando abierta la posibilidad de que todos los países -incluso aquellos que no mantienen relaciones diplomáticas con Vaticano- puedan estar presentes.
Hasta ahora confirmaron su asistencia la presidenta Cristina de Kirchner, el vicepresidente de EE.UU., el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, los príncipes españoles Felipe y Letizia, y los holandeses Guillermo y Máxima, entre otros líderes.
Los instantes más simbólicos de esta "Misa de consagración" incluirán la imposición del Palio (por parte del decano del Colegio Cardenalicio, en este caso el cardenal Sodano) y la entrega del "Anillo del Pescador" (de parte del Cardenal Protodiácono, Jean-Louis Taurant).
Ambos objetos son los máximos símbolos del poder temporal del papa como líder de la Iglesia Católica y es difícil que el "establishment" del Vaticano reniegue de su uso, sobre todo por el peso que tienen los símbolos en el catolicismo.
Antiguamente los papas utilizaban piel de cordero sobre el hombro para simbolizar al pastor que guía el rebaño, pero con el pasar del tiempo se introdujo el uso del “Palio”, una banda blanca de lana de cordero con los dibujos de cruces negras y tres clavos, que representan la muerte de Jesucristo. Según el ceremonial papal, representa a “la oveja descarriada, enferma o débil que el pastor lleva a cuestas para conducirla a la vida”.
El "Anillo del Pescador" (una tradición que data del siglo XIII) debe su nombre al oficio de pescador de San Pedro, considerado el primer papa del Cristianismo. Cada papa porta un anillo hecho con los restos del usado por su antecesor y, como incluye el Sello que el papa estampa en leyes y documentos oficiales, es destruido a su muerte para evitar falsificaciones.
Otro de los artilugios que se espera haya en la consagración del papa Francisco es el “Báculo”, símbolo del pontífice como pastor de su Iglesia. En 2005 Benedicto XVI utilizó el báculo plateado de Juan Pablo II pero estrenó uno propio en 2009, de color dorado, 1,84m de altura y 2,5 kgs.
Lo que definitivamente no habrá es una corona, pese a que El Vaticano atesora un total de 20 tiaras papales, de las cuales la más valiosa -utilizada por el papa Pío X en 1903- está fomada por 529 diamantes, 252 perlas, 32 rubíes, 19 esmeraldas y 11 zafiros.
La tradición de coronar al flamante papa nació en el siglo X, con el papa Sergio III, y se llevó a cabo por última vez en 1963, al ser elegido el cardenal Giovanni Battista Montini como nuevo papa Pablo VI. Su coronación fue a la vista de miles de fieles, en la loggia principal de la Basílica.
Sus sucesores prefirieron prescindir de este pomposo artilugio medieval y programaron su consagración de forma más simple. En 1996, Juan Pablo II firmó la Constitución apostólica “Universi Dominici Gregis", que indica que cada papa tendrá una "solemne ceremonia de inauguración", pero permite que sea programada a gusto del pontífice.
Benedicto XVI, por ejemplo, cambió el "Juramento de obediencia" de todos los cardenales por un saludo de respeto prestado por doce personas, representando a todos los estamentos de la Iglesia: los cardenales decanos de los tres órdenes cardenalicios, un obispo, un sacerdote, un diácono, un religioso, una religiosa, un matrimonio y dos jóvenes. Hay que esperar para conocer -y seguramente sorprenderse- con los cambios que el papa Francisco impondrá en su propia coronación.
(*) Especial para Perfil.com