Río de Janeiro – La tuberculosis, considerada un mal del siglo XIX, continúa haciendo estragos en Río de Janeiro, principalmente en las villas miserias cariocas –las denominadas favelas–, un terreno propicio para esta enfermedad infecto-contagiosa que se trasmite tan fácil como un resfrío.
Entre 2001 y 2006, más de 100 mil personas resultaron infectadas con el bacilo de Koch en el Estado de Río de Janeiro y, al menos, 3.455 murieron, según estadísticas oficiales. No obstante, para Carlos Basilia de la ONG Foro Tuberculosis, “esas cifras están subestimadas”.
“La incidencia media en Río es de 100 casos por cada 100 mil habitantes, la mayor del país y el doble del promedio a nivel nacional", sostuvo la directora del hospital público Santa María (especializado en el tratamiento de tuberculosis), la doctora Hedi Oliveira. El umbral fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de cinco casos cada 100 mil habitantes, una tasa 20 veces menor a lo que se da en Río, subrayó.
En Rocinha, la favela más grande de Brasil –con más de 150 mil habitantes– y ubicada en la ladera de la colina que se derrama sobre los barrios acomodados del sur de la ciudad, se diagnostican 50 nuevos casos por mes, señaló el presidente de la Comisión Municipal de Salud, Carlos Eduardo.
La bacteria responsable de la tuberculosis, el bacilo de Koch, se propaga cuando las personas infectadas tosen, estornudan, hablan o salivan, con lo cual expulsan los gérmenes al aire. “Los lugares con gran densidad de población, con malas condiciones de higiene y de alimentación como las favelas, donde las casas precarias se apelotonan a lo largo de estrechos callejones de poca ventilación, son terreno fértil” para la propagación de la enfermedad, explicó Oliveira.
La especialista sostiene que la fuerte incidencia de la tuberculosis se debe a la falta de organización de la red básica de salud pública, que conforman dispensarios y otros puestos de atención médica . “Los pacientes son mal diagnosticados. En el hospital, el diagnóstico se toma una hora, pero en los puestos de salud eso toma varios días y el enfermo no vuelve” a buscar el resultado, se lamentó la médica.
Carlos Basilia, por su parte, se refiere a un estudio de la OMS según el cual “70 por ciento de los médicos del mundo no saben diagnosticar la tuberculosis”. Muchos, además, abandonan el tratamiento, que dura un promedio de seis meses. De hecho, de 2001 a 2006, 44 por ciento de los pacientes dejaron la medicación.
“Tomar los medicamentos cuando no se tiene qué comer provoca unas terribles náuseas”, manifestó Rita Smith, de 44 años, residente de la Rocinha. En ese sentido, la Secretaría de Salud implementó hace siete años un programa de “tratamiento vigilado” en el que los pacientes deben tomar sus medicinas en presencia de funcionarios de la Salud. Esa iniciativa llevó a reducir en 20 por ciento la tasa de abandono del tratamiento.
En muchos casos, los médicos detectan la enfermedad en el momento de una hospitalización de emergencia, explicó la directora del hospital Santa María. Esos pacientes le cuestan al Estado alrededor de 10 mil dólares por dos meses de cuidados, mientras que si la detecta a tiempo, el tratamiento sólo cuesta 43 dólares por seis meses, concluyó.