Así como en su momento supieron marchar juntos contra la dictadura militar a comienzos de los años 80, Lula da Silva y Fernando Henrique Cardoso dejaron atrás décadas de desencuentros, peleas y desconfianza, para embarcarse en una misma dirección con rumbo a las elecciones de 2022 y con un objetivo en común: desalojar a Jair Bolsonaro del Palacio del Planalto.
Los dos ex presidentes se mostraron juntos ahora para ayudar a consolidar un frente amplio contra Bolsonaro. “Fue una larga reunión sobre Brasil, sobre nuestra democracia y sobre la negligencia del gobierno Bolsonaro frente a la pandemia”, tuiteó Lula al comentar el almuerzo que compartieron, días atrás, en la casa del jurista Nelson Jobim, que fue ministro de los gobiernos de ambos presidentes.
Las encuestas muestran a Lula muy al frente de Bolsonaro, tanto en primera como en segunda vuelta, pero el ex sindicalista metalúrgico sabe que una de las principales corrientes que llevaron a Bolsonaro al poder –el intenso “antipetismo” y “antilulismo” de amplios sectores de la sociedad brasileña– está latente. Según el último sondeo, el rechazo a Bolsonaro es del 54% y a Lula, del 36.
Esa polarización explica la primera reacción de Bolsonaro a la reunión Cardoso-Lula: “Hablando de política, para el año que viene ya hay una fórmula presidencial formada: un ladrón candidato a presidente y un vago como vice”, ironizó el presidente.
Lula da Silva es consciente de esa resistencia social a su figura y desde la sorpresiva recuperación de sus derechos políticos se ha esforzado por construir una imagen de estadista, preocupado por la desidia y el negacionismo del gobierno ante la pandemia, que ha provocado cientos de miles de muertos, y reclamando vacunas para el mundo en desarrollo a los líderes de los países poderosos.
En las últimas semanas, el líder del PT elogió a Joe Biden y ofreció una serie de entrevistas a la prensa extranjera, de la que recogió elogios por la moderación de sus palabras y su mensaje sobre la necesidad de fortalecer la democracia ante la amenaza que significa el bolsonarismo.
Lula no ha confirmado aún si será candidato pero no lo ha descartado: “Si en 2022 soy el mejor colocado para ganar, y estoy con buena salud, entonces sí, no lo dudaré”, dijo en una entrevista publicada esta semana por la revista francesa Paris-Match.
Segunda vuelta. Ya con Lula en la cárcel, en la segunda vuelta de las elecciones de 2018 Fernando Henrique Cardoso anunció que no votaría por el rival de Bolsonaro, el petista Fernando Haddad, sino que anularía su voto. “Creyó que el mal que el tsunami Bolsonaro podría provocar en la presidencia sería equivalente a la montaña de errores del PT”, sostiene el analista Thomas Traumann.
Pero el tsunami fue mucho más devastador de lo que imaginó el sociólogo que gobernó entre 1995 y 2003 y, semanas atrás, admitió que, si en 2022 hay una segunda vuelta entre Bolsonaro y Lula, como señalan por ahora las encuestas, votará por el petista. “No es tan feroz. No es un jaguar, es un gato pacíficado”, dijo el presidente honorario del PSDB. “Yo haría lo mismo si fuera al revés”, replicó Lula.
La foto y el “acercamiento” de Cardoso a Lula enfurecieron a su partido, cuyos candidatos presidenciales acumularon cuatro derrotas consecutivas ante el PT (dos ante Lula y dos ante Dilma Rousseff) y muchos de cuyos dirigentes se subieron al “tren Bolsonaro” en la segunda vuelta de 2018, inclusive notorios opositores de hoy del mandatario, como el gobernador de San Pablo, Joao Doria.
“Precisamos evitar las señales equivocadas” a la sociedad, dijo el actual titular del partido, Bruno Araújo, que destacó que los socialdemócratas “pueden conversar con todos, inclusive con los adversarios políticos”, pero trabajan para lograr una tercera vía, alejada de la polarización entre Lula y Bolsonaro, una opción que por ahora no entusiasma a la población, según las encuestas.
“El partido sigue firme en la construcción de una candidatura distante de los extemos que se establecieron en la democracia brasileña, dijo Araújo, que recordó que durante su gobierno Lula reclamó varias veces de la “herencia maldita” que recibió de Cardoso, que lo derrotó en dos elecciones presidenciales.
La reacción del PSDB fue tan virulenta, que Cardoso se vio obligado a matizar sus declaraciones. “Para evitar malas interpretaciones: el PSDB debe tener un candidato y lo apoyaré. Pero si no llegamos al segundo turno, no apoyaré al actual presidente, sino a quien se le oponga, inclusive Lula”.
Legado. Para la politóloga Ximena Simpson, que Fernando Henrique Cardoso, o FHC, como se lo conoce en Brasil, se haya mostrado ahora con Lula “es una señal de que está preocupado con su legado político” antes que con las chances de su partido, en el que tiene poca influencia y muchas diferencias con algunos de sus sectores. “Más allá de la disputa partidaria de 2022, que inevitablemente enfrenta al PT y al PSDB, FHC se muestra como un demócrata”, dice.
Por eso, el almuerzo entre ambos presidentes es casi una sentencia de muerte a los intentos del PSDB de construir una propuesta de centro. “Frente a la polarización, la estrategia de construir un frente democrático contra Bolsonaro parece ser la opción más acertada”, explica Simpson.
Por su parte, para Lula la prioridad es construir su imagen de moderado y evitar toda precisión sobre la economía, para no alimentar las dudas de sectores empresariales ni alimentar el antipetismo. En 2002, el mercado había inventado el “Lulómetro”, un índice que medía la variación del dólar a cada punto que Lula subía en las encuestas para las elecciones que lo llevarían al poder.