“En algún momento esto se chacreó, se llenó de rasquerío. Ellos no ganaron, perdimos nosotros”, dice Carlos Figueroa. El ex ministro del Interior de Frei que se desplaza con bastón, pero no pierde agudeza, tiene anotados en un papelito los resultados del primer cómputo que ya es público y se los muestra a Víctor Manuel Rebolledo y el embajador Pablo Cabrera, que lo acompañan en el lobby del Hotel San Francisco.
El ambiente en la sede del comando de Frei ya no es bueno desde varias horas antes. Los únicos alegres son los camarógrafos y periodistas que se reencuentran con viejos compañeros. Pero más que tristeza hay resignación. Al menos en las caras que son más reconocibles para la gente. Porque el rostro de Diego Méndez, el administrador electoral del comando, de pantalones blancos, zapatos negros y abdomen abultado, luce absolutamente descompuesto. Probablemente esté pensando en el alto de facturas impagas que están pendientes.
Méndez mira los resultados en una de las tres pantallas dispuestas en la carpa climatizada que funciona como centro de operaciones. Los cómputos se oyen por altoparlantes y a medida que el triunfo de Piñera se va perfilando, escuchar tan fuerte los resultados se convierte en un acto de masoquismo.
Bomba de tiempo
Cuando Patricio Rosende anuncia las regiones en las que ha ganado Frei, muy pocos aplauden. Son como los últimos soldados que mueren disparando en una batalla perdida por paliza, con la diferencia que esta elección sólo se perdió por tres puntos. En cambio la pasión que debe alimentar la política se fue mucho antes. Desde que Frei fue elegido candidato con los viejos métodos y al que todos daban por ganador en público sólo por lealtad.
En medio del cómputo entra en la carpa Sebastián Bowen, rodeado de camarógrafos. En el contexto de la derrota inminente la escena tiene un aire mesiánico. Hacia el final de la jornada, uno de los “chilenos que toman el bastón y la posta de mando”, como dijo Lagos en su discurso, se dará tiempo para sacarse una foto con dos estudiantes de Derecho que se lo piden expresamente.
Por mientras, se escuchan frases como “bueno, la vida sigue”, abrazos con palmoteos de consuelo y un par de señoras con la credencial de “invitado”, que a la hora de la primera proyección proponen impugnar los votos en el Tribunal Calificador de Elecciones si el resultado es muy estrecho. Aún creen que el partido se puede dar vuelta “porque las primeras mesas que se cierran son chicas, son de derecha”, dicen.
A esa misma hora, poco después de las 16:30, el “comité estratégico” formado por algunos jóvenes, y otros veteranos como Marcelo Schilling y Belisario Velasco se reúne en el segundo piso del hotel. El empresario Máximo Pacheco Matte recibe de una periodista el resultado de la proyección, entregada por el Instituto de Sociología de la UC. Sin embargo mantiene la calma y dice que arriba “están todos al aguaite”. Al lado un periodista de corbata le explica en inglés a un gringo con pinta de turista jubilado, que tanta locura es porque habrá cambio en la coalición de gobierno después de 20 años. “Perdimos por nuestra soberbia e incapacidad”, dice una mujer que trabaja en prensa del comando. Llegan Carabineros del Gope con un Labrador que se pasea bajo la carpa ¿amenaza de bomba? No, el oficial dice que es de rutina para un evento como éste. A esta altura da lo mismo, porque el lugar está que explota igual, aunque no sea en sentido literal.
La soledad de Camilo
Luego, ya con los resultados del primer cómputo en la mano, se ve la consternación en la cara de Óscar Landerretche, Víctor Barrueto e Ignacio Walker. Los dos últimos a su turno lanzan un discreto resoplido, buscando alivio para algo que ya no se puede torcer.
Fernando Meza, presidente del Partido Radical, es el primero en reconocer la derrota frente a la prensa, en el lobby del hotel, cerca de las 18:00. Camilo Escalona y Juan Carlos Latorre, los presidentes del PS y la DC respectivamente, salen hacia la carpa para hablar parados sobre la tarima, pero un enjambre de reporteros impide que Latorre pueda mantenerse arriba. A Escalona, una mujer que probablemente entrenó el volumen de su voz durante las protestas de los ’80, lo increpa duramente: “Por tu culpa perdimos, todo lo que luchamos en estos años”, le dice revelando que fue torturada y violada y que se quedó “luchando aquí en las poblaciones, no fuera del país”.
A las 18:41 sale Eduardo Frei por la puerta del ascensor. Un grupo de personas forma un pasillo por el que camina mientras lo aplauden. Sin embargo el candidato se mantiene parco. Sólo su esposa reparte saludos. La comitiva formada también por sus hijas se acaba con un tipo que lleva banderas chilenas en las manos. Unos metros más atrás camina lento Francisco Aleuy, el experto electoral mano derecha de Escalona, que hizo su mejor esfuerzo pero no pudo.
Habla Frei. Adentro junto a unas mesitas en el lobby, donde algunas personas comen frente a la pantalla con la imagen del discurso, está escuchando muy lejos de la multitud Camilo Escalona, de pie, muy serio y sosteniendo la mano de su esposa Jimena Tricallota, que está realmente a punto de llorar. Pablo Cabrera lo nota y dice un chiste que logra sacarle una sonrisa cuando el discurso ya ha terminado.
Al lado de Escalona está Belisario Velasco escuchando a Frei y a una distancia prudente de los dos, mira la pantalla Hernán del Canto, ex ministro de Salvador Allende, que asiste al fin de otra era, aunque sin balas ni muertos. Habla Ricardo Lagos y es fácil recordar que los políticos capaces de emocionar todavía existen. Algo que Piñera invocando cien veces a Dios aún no ha logrado. Ángel Parra apenas puede contenerse y no sigue mirando.
Lagos como él mismo
A las 19:45 Patricio Rosende da las cifras finales. Pero en el lobby ya nadie escucha, se oyen otra vez los abrazos de consuelo. Fulvio Rossi se alarga en una entrevista con dos periodistas mujeres. Los números ya no importan, la suerte está echada y más vale pensar en el futuro. Eso lo sabe bien Lagos. Se los dijo a los que ya ungió como su nuevo círculo íntimo: “Podrán contar con este ex presidente para colaborar con ellos en la construcción de Chile”.
Y como también sabe de puestas en escena, minutos después de que Rosende ha dejado de hablar, sale por las puertas del ascensor. Pero no enfila hacia la Alameda, sino que baja al bar donde la gente sentada lo aplaude, lo felicita, le pide que vuelva. Rodeado de camarógrafos se da una vuelta larga para llegar al mismo lugar donde partió, frente al ascensor. Mira hacia el frente y se va. Game Over.
Fuente: Elmostrador.cl