Hijo de inmigrantes piamonteses –su padre se llamaba Mario Bergoglio, primero empleado ferroviario y luego dueño de una fábrica de medias, y su madre, Regina Sivori, ama de casa–, el primero de cinco hermanos, Jorge Bergoglio nace en el barrio de Flores, corazón de Buenos Aires, el 17 de diciembre de 1936.
Zoraya muestra la casa de Membrillar 531 donde transcurrió la infancia del Papa. Es una zona tranquila, de casas bajas, arbolada, ahora famosa en todo el mundo. El “Papa tour” arranca a unas cuadras de allí, en la Basílica de San José de Flores, avenida Rivadavia 6950. De estilo románico e inaugurada el 18 de febrero de 1833, no es sólo la iglesia de la infancia y la adolescencia de Jorge Bergoglio. Es mucho más. Como el mismo Papa ha contado durante la vigilia de Pentecostés, el 18 de mayo, es allí donde escuchó el llamado de Dios, el 21 de septiembre de 1953. “Tenía casi 17 años, era el Día del Estudiante, para nosotros también el Día de la Primavera. Antes de ir a la fiesta, pasé por la parroquia donde solía ir, encontré un cura que no conocía y sentí la necesidad de confesarme. Fue para mí la experiencia del encuentro. Encontré a alguien que me esperaba desde hacía tiempo. Después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había sentido como una voz, un llamado: estaba convencido de que tenía que ser sacerdote. Nosotros decimos que tenemos que buscar a Dios, ir hacia El para pedir perdón, pero cuando vamos, El nos está esperando, El está antes Nosotros, en español, tenemos una palabra que explica bien esto: ‘El Señor siempre nos primerea’, es el primero, nos está esperando”.
Ese Día de la Primavera de 1953, el “flaco Bergoglio”, como lo llaman sus amigos, nunca llega a la estación de tren de Flores para irse a celebrar. Vuelva a su casa a meditar. Pasarían aún algunos años, pero para él estaba por salir otro tren (...).
Cuando a los 20 años, en 1957, anuncia que quiere ser cura y entra al seminario de Villa Devoto, las reacciones en casa son dispares. Su padre aplaude la decisión sin titubeos. “Mi papá fue el más feliz desde el primer momento”, cuenta su hermana María Elena. Su madre, Regina, reacciona mal. Le dice que no lo ve como sacerdote, no oculta que ella espera otra cosa de él. De hecho, cuando entra al seminario, no lo acompaña y durante años no acepta su decisión.
“Cuando Jorge terminó el secundario, mamá le había preguntado a qué se dedicaría y él le dijo que quería estudiar medicina. Entonces mamá arregló un cuarto y se lo dio para que allí estudiara tranquilo. Un día fue a limpiar y encontró libros de teología y de latín. Sin entender nada, mamá le preguntó: ‘Hijo, ¿qué son estos libros? ¿No te ibas a dedicar a la medicina?’. Y Jorge le contestó: ‘Sí, pero a la medicina del alma’,” evoca María Elena.