Ante momentos de manifestaciones sociales y disturbios en América Latina, las miradas de líderes y medios suelen dirigirse a Estados Unidos. Algunas buscan iniciativas que restauren el orden regional, otras cuestionan posibles intervenciones en asuntos internos de naciones soberanas.
Estas semanas siguen la tendencia de los últimos años, una creciente inestabilidad social y política en la región, que hace cada vez más frecuente las miradas hacia Washington. Pero desde la Casa Blanca afloran gestos simbólicos y pocas acciones concretas. ¿Puede que los recientes episodios lleven a una mayor proactividad norteamericana en la región?
Desde la Guerra Fría, la política exterior norteamericana se caracterizó por una postura pragmática, preocupada por cuestiones prácticas de comercio, inversión, migración y narcotráfico; o por lograr apoyo de países latinoamericanos en problemas globales como el cambio climático o la gobernanza global.
Históricamente los intereses económicos y de seguridad estuvieron en el primer plano. América Latina sirve como fuente de materias primas, mercado para sus productos manufacturados y objetivo para inversiones extranjeras directas. Esta perspectiva se mantiene en la actualidad, cuando existen 11 Tratados de Libre Comercio en la región, mayormente en Centroamérica. También la región es la principal fuente de inmigración irregular y tráfico de narcóticos para el país.
Aun así, la perspectiva estadounidense no es monolítica. La distribución geográfica de la inestabilidad social y política junto con sus consecuencias sobre la inmigración irregular y el narcotráfico se vuelven prioritarias a mayor cercanía con su territorio, como los casos recientes de Cuba y Haití, junto con la atención puesta en las fronteras de México, Guatemala y Honduras.
En este escenario es común que la atención se pose en el presidente norteamericano, pero sus iniciativas son restringidas por otros actores como el Congreso, grupos de presión y la opinión pública, cada uno con intereses propios. Esta variedad de intereses hace que el camino a seguir en la región como un todo sea conflictivo, mientras el gobierno da prioridad a grandes problemas globales y locales como la pandemia, la retirada de la OTAN en Afganistán y un escenario social interno de gran conflictividad, entre otros.
Institucionalmente el ejecutivo puede realizar despliegues militares, brindar ayuda militar o imponer sanciones económicas de forma rápida y unilateral. Por el contrario, en política migratoria, ayuda económica y acuerdos comerciales, es necesario un difícil consenso con los demás actores del arco político, quienes tienen que encontrar beneficios para sí mismos en las iniciativas ejecutivas antes de dar su apoyo.
La llegada de Biden fue recibida con esperanza por su experiencia tanto en el Congreso como en la Casa Blanca. Sin embargo, hasta el momento el demócrata emuló la histórica agenda internacional estadounidense, prestando atención a la cercanía geográfica. Revirtió medidas migratorias de Trump, impulsó medidas para paliar la pandemia y continúa presionando al régimen de Nicolás Maduro mediante sanciones económicas y en foros internacionales.
Más allá de valiosos gestos diplomáticos desde el Ejecutivo y el Legislativo, el presupuesto solicitado por Biden al Congreso para 2022 incluye 2.100 millones de dólares para asistencia externa a América Latina. Un 41% de esos fondos estará destinado a Centroamérica, para abordar las causas fundamentales de la migración irregular. En el plano de la disputa hegemónica con China y su avance, la Ley de Innovación y Competencia de los Estados Unidos, sancionada el 8 de junio, incluye apartados destinados a mejorar la cooperación económica con América Latina.
En conjunto estas medidas no significan un cambio hacia la región, sino que mantienen las clásicas preocupaciones entre riesgos por la inestabilidad social cercana, la competitividad económica y la interferencia de otras potencias.
Independientemente de los reclamos y reacciones hacia Estados Unidos, el proceso de formación e implementación de su política exterior es un proceso teñido de intereses dentro de sus fronteras. En este contexto, a menos que la inestabilidad política y social proyecte dentro del país graves consecuencias económicas o de seguridad, las medidas hacia América Latina serán marginales y simbólicas, por más que las aspiraciones a mantener el patio trasero en orden puedan tener eco en los pasillos de la Casa Blanca.
*Politólogo, investigador y coordinador del Programa de Estudios sobre EE.UU. de la UCA.