La muerte de Fidel Castro volvió a poner en primer plano la incógnita sobre el embargo a Cuba que durante más de cinco décadas impuso Estados Unidos y cuyo futuro ahora dependerá de la nueva administración del presidente electo, Donald Trump. Tras el acercamiento y la normalización de relaciones impulsada por Barack Obama y Raúl Castro, incluida la reapertura de embajadas, el fin de la administración del demócrata y la asunción el próximo 20 de enero de Trump abren una etapa de incertidumbre sobre el futuro diplomático de ambos países.
El magnate norteamericano cuestionó ayer en duros términos al líder de la Revolución Cubana. En un primer mensaje en su cuenta de Twitter, afirmó “Fidel Castro está muerto!”, en una declaración que sonó a festejo. “Hoy el mundo es testigo del deceso de un dictador brutal que oprimió a su propio pueblo por casi seis décadas”, agregó horas más tarde en un comunicado, donde añadió que “las tragedias, muertes y dolor provocados por Fidel Castro no pueden ser borrados”.
Sus declaraciones arrojaron un manto de duda sobre cuál será su política hacia la isla. Durante la campaña, se mostró ambiguo: en marzo declaró que continuaría con el deshielo, pero en las últimas semanas insinuó que derogaría todos los decretos de apertura firmados por su antecesor. El embargo sólo puede ser levantado por el Congreso de los Estados Unidos, controlado por los republicanos.
Con un tono mucho más moderado y diplomático, Obama también se expresó sobre la muerte de Fidel. “La historia registrará y juzgará el inmenso impacto de esta singular figura en las personas y el mundo a su alrededor”, aseguró. “Durante mi presidencia, hemos trabajado duro para dejar atrás el pasado, tendiendo hacia un futuro donde las relaciones entre ambos países sean definidas no por nuestras diferencias sino por lo que compartimos como vecinos y amigos; relaciones familiares, cultura, comercio y humanidad común”, agregó, al enviar sus condolencias a los familiares de Castro y al pueblo cubano.
“Durante al menos seis décadas, las relaciones entre Estados Unidos y Cuba estuvieron marcadas por discordia y profundos contrastes políticos. En los próximos días los cubanos recordarán el pasado y mirarán hacia el futuro”, finalizó el comunicado difundido por la Casa Blanca.
Deshielo. En los últimos dos años, Obama restableció los vuelos directos a Cuba, alivió algunas trabas comerciales y suavizó las restricciones de viajes de estadounidenses a la isla. Además, el demócrata retiró a Cuba de la lista de países que, según el Departamento de Estado norteamericano, patrocinan el terrorismo. Pero el gobierno de Obama, quien en marzo pasado viajó a Cuba con su familia y se reunió con Raúl Castro y con disidentes, concluirá sin haber logrado el apoyo suficiente en el Congreso para derogar el embargo.
Así, Trump estará ante la disyuntiva de revertir el acercamiento o, por el contrario, quedar en la historia como el presidente que puso fin a esa medida, en vigor desde 1962. La muerte de Fidel puede ser un incentivo para esa última postura. Analistas norteamericanos consideran que el magnate inmobiliario tendrá que atemperar su postura anticastrista debido a las presiones que recibirá de parte de empresarios estadounidenses que anhelan desembarcar en Cuba.
El embargo contiene una serie de disposiciones legales que impiden al presidente estadounidense revocarlo por decreto, y es únicamente el Congreso el que tiene esa competencia. Estos artículos están recogidos en la Ley Helms-Burton de 1996, que endureció el bloqueo económico, comercial y financiero contra La Habana y que estableció que mientras un miembro de la familia Castro esté en el poder, el presidente de Estados Unidos no podrá solicitar el fin de la medida coercitiva. El futuro de Cuba se decidirá en el Capitolio.