Lo primero que llamó la atención de los investigadores de la masacre desatada anteayer en Dallas, Texas, fue el manejo experto de un rifle automático por parte del tirador que asesinó a cinco policías e hirió a otros siete. Unas horas más tarde, cuando el atacante ya había sido abatido por las fuerzas de seguridad, se supo el motivo de su pericia para disparar: Micah Xavier Johnson, un joven afroamericano de 25 años sin antecedentes criminales ni lazos aparentes con células terroristas, sirvió en el Ejército estadounidense y pasó varios meses en una brigada en Afganistán.
Un allanamiento efectuado en su casa en Mesquite, en las afueras de Dallas, confirmó que el ataque no fue improvisado: según la versión oficial, Johnson guardaba “material para fabricar bombas, chalecos antibala, rifles, munición y un diario personal sobre tácticas de combate”.
La policía de Dallas reveló que, durante las negociaciones que mantuvieron con Johnson antes de abatirlo, el hombre dijo que estaba “enojado” por los recurrentes casos de ciudadanos negros muertos a manos de agentes policiales y afirmó que “quería matar a policías blancos”. Según el diario Dallas Morning News, hasta anoche no había razones para que el tirador estuviera en los radares de las fuerzas de seguridad.
El Pentágono confirmó lo publicado por la prensa estadounidense acerca de que Johnson fue reservista del Ejército hasta abril del año pasado. Aunque recibió entrenamiento militar, sus tareas consistían fundamentalmente en hacer trabajos de carpintería y albañilería. Entre noviembre de 2013 y julio de 2014, integró una brigada de ingeniería en Afganistán, y recibió varias condecoraciones.
La masacre desatada por Johnson es producto de un cóctel de varios de los problemas actuales más sensibles para la sociedad estadounidense: odio racial, violencia policial, venta de armas y militares inactivos.