Hay imágenes que conmueven y otras que revelan una tendencia. Están también las que conjugan las dos. La golpiza a una inmigrante ecuatoriana por parte de un español en un subterráneo de Barcelona, y la indiferencia de turistas ante los cadáveres de dos niñas gitanas ahogadas en la playa de Nápoles sacaron a la luz este año un drástico cambio en la mentalidad europea frente a las migraciones.
Allí donde antaño se necesitaba mano de obra y eran permisivos con los nuevos ciudadanos, hoy los foráneos no son bienvenidos. Tampoco los argentinos. Hoy también son sometidos a las crecientes presiones que se expresan a la hora de buscar un trabajo, de hacer un trámite, de conseguir escuelas para sus hijos o hasta para conseguir atención médica. La opción para muchos compatriotas hoy parece oscilar entre un retorno sin gloria a la Argentina y una sufrida permanencia en la tierra europea.
La percepción pública negativa hacia los inmigrantes, señalados muchas veces como responsables de la recesión económica y la inseguridad, se plasmó en junio en letra de ley, cuando el Parlamento de la Unión Europea aprobó, luego de más de tres años de desacuerdos, las nuevas directivas para los que quieren residir y trabajar en el viejo continente. Las normas del Europarlamento entrarán en vigor recién en 2010, aunque en España, Italia, Francia e Inglaterra ya cerraron virtualmente las fronteras, y la presión contra los extranjeros irregulares se profundizó.
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