Fue la cara visible de Apple. Hasta agosto de este año, los principales lanzamientos de la empresa lo tuvieron como protagonista, opacando incluso a los mismos productos. Sin embargo, pocas veces se dedicó a hablar de su vida personal, y repasar su historia que, con su muerte, promete convertirse en fuente de inspiración para varios.
En 2005, Steve Jobs dio un discurso en la Universidad de Stanford, que luego se convertiría en casi un manifiesto de sus fanáticos alrededor del mundo. Allí, el entonces iCEO de Apple intentaba motivar a los futuros graduados, a pesar de que el nunca fue uno de ellos.
“Esto debe ser lo más cerca que estuve a una graduación”, bromeó durante esa presentación, en la que compartió, a través de tres historias centrales de su vida, anécdotas que explican cómo un joven autoexcluido del sistema educativo se transformó en una de las mentes más brillantes de los últimos treinta años.
En perspectiva. La historia del hacedor de Apple se entiende sólo si se conoce desde un principio. Hijo de una joven soltera, fue dado en adopción con una condición: que sus padres adoptivos fueran graduados universitarios. En el último minuto, el destino del pequeño cambió: su nueva familia se decidió por una nena. Quienes lo aceptaron no cumplían con la exigencia de su progenitora. “Mi madre no tenía titulación universitaria, y mi padre ni siquiera había terminado el bachillerato”, recordó, pero prometieron, luego de idas y vueltas, asegurar un estudio universitario para el bebé.
Diecisiete años más tarde, Steven Paul Jobs pasó por la Universidad de Reed, pero a los seis meses abandonó sus estudios formales. “No tenía idea de qué quería hacer con mi vida y menos aún de cómo la universidad me iba a ayudar a averiguarlo”, afirmó ante los sorprendidos estudiantes. “Y me estaba gastando todos los ahorros que mis padres habían conseguido a lo largo de su vida”, agregó. Dejó todo. “Decidí confiar en que las cosas saldrían bien”, afirmó. Y así fue.
“En retrospectiva, fue una de las mejores decisiones que nunca haya tomado”, aseguró Jobs.
Pero no todo fue tan simple. “No tenía dormitorio, así que dormía en el suelo de las habitaciones de mis amigos”, admitió el multimillonario. “Devolvía botellas de Coca Cola por los cinco centavos del envase para conseguir dinero para comer, y caminaba más de 10 kilómetros por la noche para comer bien una vez por semana en el templo de los Hare Krishna”, ejemplificó.
Por entonces, el interés de Jobs estaba en el estudio de Caligrafía, una orientación nada rentable para cualquier perspectiva tradicionalista. Y la Universidad de Reed se había convertido en un referente en la materia. Allí se enfocó el díscolo estudiante, a pesar de jamás haberse matriculado.
“Era sutilmente bello, histórica y artísticamente, de una forma que la ciencia no puede capturar, y lo encontré fascinante”, resumió. “Nada de eso tenía ni la más mínima esperanza de aplicación práctica en mi vida. Pero diez años más tarde, cuando estábamos diseñando el primer ordenador Macintosh, todo eso volvió a mí”, expresó.
“Diseñamos el Mac con eso en su esencia. Fue el primer ordenador con tipografías bellas. Y como Windows no hizo más que copiar el Mac, es probable que ningún ordenador personal los tuviera ahora”, ironizó, en un golpe directo a quien, salvando ciertas distancias, podría ser su competidor, Bill Gates, el cerebro de Windows.
Para Jobs, “era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro cuando estaba en clase, pero fue muy muy claro diez años después”. “No puedes conectar los puntos hacia adelante, sólo puedes hacerlo hacia atrás”, afirmó. “Tienen que confiar en que los puntos se conectaran en el futuro”, recomendó.
El amor y la pérdida. Por esos años, Jobs ya se consideraba un suertudo. “Supe pronto qué era lo que más deseaba hacer”. Tan sólo tres años después de haber abandonado sus estudios, fundó junto a Steve Wozniak la empresa que cambió el mundo de las computadoras y el diseño. Desde el garaje de su casa paterna, dio forma a Apple. Diez años después, el emprendimiento se había convertido en un gigante de unos 4 mil empleados. Y desde ese gigante, fue despedido.
“Lo que había sido el centro de mi vida adulta se había ido”, explicó. A punto de irse de Silicon Valley, el centro neurálgico de la computación, comenzó de nuevo, como un principiante. Ese fue su período más creativo e integrador. Fundó la empresa NeXT –que en 1996 vendió a Apple por 429 millones de dólares- y los estudios de animación por computadora Pixar, responsables de los principales films animados de la última década. “Que me echaran de Apple fue lo mejor que jamás me pudo haber pasado”, sonrió.
Todos los consejos de Jobs pueden concentrarse en cuatro palabras: confiar en el corazón. “Esta forma de actuar nunca me ha dejado tirado, y ha marcado la diferencia en mi vida”, remarcó.
“Tienen que encontrar qué es lo que aman. Y esto vale tanto para el trabajo como para los amantes. No se conformen”, insistió durante el coloquio.
“Como todo lo que tiene que ver con el corazón, lo sabrán cuando lo hayan encontrado. Y como en todas las relaciones geniales, las cosas mejoran según pasan los años”, comparó. Para ese entonces, estaba enamorado de su esposa Laurene, con la que tuvo a tres de sus cuatro hijos.
La muerte. En 2004, cuando todo parecía volver a la normalidad, o al éxito, en todo caso, recibió una noticia devastadora: sufría de cáncer de páncreas. La expectativa de vida de los médicos no superaba los seis meses. A pesar de ello, el raro tipo de tumor que lo aquejaba permitió que se le realice una cirugía. En 2009, llegó el trasplante de hígado. “Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón”. Con esa frase, Jobs intentó subsanar el golpe anímico que le produjo la enfermedad. Y es con esas palabras que alentó a los jóvenes a construir su futuro profesional.
“Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que haya encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida”, opinó en esa oportunidad. “Prácticamente todo se desvanece frente a la muerte. Recordar que vas a morir es la mejor forma de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder”, interpretó.
Quien ya sabía que la salida era única e inevitable pensaba que “la muerte es posiblemente el mejor invento de la vida”. “El tiempo es limitado, no lo gasten viviendo la vida de los otros. No se dejen atrapar por el dogma. Tengan el coraje de seguir a su corazón y su intuición”, exhortó Jobs en unas de sus últimas palabras. “Sigan hambrientos, sigan alocados”, sugirió. Así se lo consideraba y así se lo recuerda.