En plena guerra civil en Siria, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ), encargada de verificar el plan de desarme del régimen de Bashar Al Assad, fue distinguida ayer con el Premio Nobel de la Paz. Con sede en La Haya y fundada en 1997, fue comandada por el argentino Rogelio Pfirter entre 2002 y 2010 y alcanzó la fama el mes pasado, cuando le entregó a Naciones Unidas un informe que confirmaba el uso de armas químicas en Damasco.
El presidente del Comité Nobel, Thorbjoern Jagland, informó que el galardón es una recompensa a la OPAQ por sus "esfuerzos para eliminar las armas químicas". "Es un mensaje para todos los que no ratificaron la convención sobre armas químicas o no cumplieron con sus obligaciones en el marco de la convención", agregó Jagland. En la actualidad, sólo siete países no ratificaron ese tratado: Siria, Israel, Egipto, Sudán del Sur, Corea del Norte, Angola y Myanmar.
La relevancia de la OPAQ en el plano internacional creció en los últimos días, cuando el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, invitó a los 15 miembros del Consejo de Seguridad, entre ellos Argentina, a crear una “misión común” de la ONU y la OPAQ, integrada por cien hombres que operarán en territorio sirio. La iniciativa apunta a destruir las mil toneladas de armas químicas sirias, y se prevé que culminará el 30 de junio de 2014.
Compuesta por 189 Estados miembros, el director general de la OPAQ es desde 2010 el diplomático turco Ahmet Uzumcu, quien sucedió a Pfirter al frente del organismo. Tal como adelantó PERFIL, el diplomático argentino fue vetado en marzo por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner para comandar la misión de la OPAQ en Siria. Con 500 empleados, entre científicos, diplomáticos y administrativos, la organización tiene un presupuesto anual de unos 70 millones de euros. Con el anuncio de Jagland, la OPAQ se convirtió en la entidad número 25 en recibir el Nobel de la Paz. Por su parte, cien individuos fueron lauredos desde que se instituyó el premio, en 1901. Al ser elegida, la organización derrotó a los otros 258 nominados, en la máxima cifra de postulantes de la historia del galardón.
En el camino quedaron Malala Yousafzai, la joven paquistaní de 16 años baleada por los talibanes, y Bradley Manning, acusado por la Justicia militar de Estados Unidos de filtrar secretos de Estado a WikiLeaks. El elevado número parece indicar que el Nobel de la Paz está más vigente que nunca. Sin embargo, múltiples críticas aún acorralan al galardón más político de los instituidos por el industrial sueco Alfred Nobel.
Desde que el presidente Barack Obama fue premiado en 2009, cuando Estados Unidos estaba inmerso en las guerras de Afganistán e Irak, el premio cayó en un profundo descrédito. Poco a poco, la distinción se aleja más del testamento de Nobel, que definió que se elegiría "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz". Ninguno de esos requisitos tenía Obama cuando el Comité Nobel de Noruega anunció que era el ganador. Es más, el propio jefe de Estado se encargó de dejar en claro que no lo merecía, al sostener que era “un presidente en guerra”.
Otro laureado polémico fue el ex secretario de Estado Henry Kissinger, artífice de los bombardeos en Camboya y del golpe de Estado a Salvador Allende. La elección de la OPAQ llegó en el momento justo: cuando el mundo observa con atención los pasos de Al Assad, que prometió destruir sus arsenales de armas químicas. Pero confirmó, una vez más, que el Nobel de la Paz es un premio político que sigue los dictados de las potencias de Occidente.