«Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo» (Eclesiastés 3, 1). Mientras escribo este editorial, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, está en Rusia desarrollando un importante viaje para la diplomacia de la Santa Sede. ¿El horizonte de este camino será un viaje del Papa Francisco a ese país? No sabemos, el tiempo de Dios lo dirá. Lo importante en el momento oportuno de hoy está en su agenda; reuniones con el presidente Vladímir Putin y con altos representantes de la Iglesia ortodoxa rusa. Bajo el cielo están las prioridades de su viaje expresadas por él mismo: «la búsqueda del diálogo, la paz y el bien común».
El primer encuentro oficial del cardenal Parolin fue el lunes pasado con el metropolitano Hilarion de Volokolamsk, presidente del Departamento para las Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, quien fuera un diplomático eclesial clave para el histórico encuentro entre el Papa Francisco y el patriarca Cirilo en la Habana en febrero del 2016. Luego de la reunión citada, y consultado Parolin sobre la posibilidad de un segundo encuentro entre los «los dos Papas» (el católico romano y el ortodoxo ruso), expresó: «Demos tiempo al tiempo y que las cosas maduren sin tener demasiada prisa. Los tiempos de Dios son siempre perfectos, decían en América Latina». Es clave mencionar que en aquel encuentro en Cuba, el encargado de encabezar la diplomacia vaticana no fue Parolin, sino el cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Si trazáramos un eje de tiempo entre ambas gestiones, tradicional y ecuménica, estaríamos rondando más de dos años de tarea diplomática, principalmente silenciosa. Las dos vías diplomáticas de Francisco, la tradicional y la interconfesional, deben considerarse como complementarias, armónicas y simétricas. A veces los roles de la Secretaría de Estado y el Pontificio Consejo están bien marcados y sus vías y momentos definidos, en otros casos, estos confluyen y por lo tanto se potencian. La reunión del cardenal Parolin y el patriarca Cirilo y su contenido eminentemente ecumé- nico es la muestra de ello. Se puede hablar entonces del ecumenismo de la paz, del diá- logo, de la caridad, de la sangre y, como se dio a llamar ahora, de la santidad. La sinfonía de la diplomacia vaticana, utiliza instrumentos diferentes, pero respetan la partitura del concierto del Evangelio de la paz que tiene un autor resucitado y en estos tiempos una batuta argentina. Algunos conceptos mencionados bien pueden aplicarse para analizar el caso Venezuela y el rol de Francisco, la Santa Sede y la Conferencia Episcopal de ese país. Si las extensas y profundas crisis suelen generar violencia, las duraderas y centrales soluciones deben buscar la paz en tiempos, y espacios generosos y posibles. Este martes en otra entrevista, Parolin, en su momento Nuncio Apostólico en Venezuela y quien encabezara hace cerca de un año las gestiones diplomáticas vaticanas en ese país, dijo: «La Santa Sede ha buscado comprometerse de manera muy activa en lo que respecta a la situación de Venezuela, a partir de la búsqueda del bien de la gente y la población que sabemos vive una situación de gran sufrimiento, sobre todo desde el punto de vista de la falta de alimentos, medicina, la crisis de seguridad, tantos muertos y tanta violencia… La propuesta es siempre la misma: es necesario lograr un diálogo entre el gobierno y la oposición de modo serio y llegar a un acuerdo político, que permita encontrar juntos una solución democrática y pacífica actualmente para el país... La comunidad internacional puede jugar un papel para facilitar esta negociación y lo pueden hacer los países que tradicionalmente están ligados y son amigos de Venezuela. En este sentido también Rusia tiene un rol importante y ciertamente el tema está en las conversaciones con las autoridades rusas». Estas declaraciones demuestran que el trabajo incasable y extendido de la diplomacia del Papa Francisco para lograr la paz en ese país no solo no se ha abandonado, sino que sigue en forma abierta, paciente y urgente. Es que con anterioridad al comunicado de la Santa Sede del 4 de agosto, Francisco y la Secretaría de Estado ya habían realizado múltiples declaraciones y gestos. Fueron reiteradas las declaraciones y oraciones de Francisco desde el balcón del Palacio Apostólico, precisos los cuatro puntos fundamentales propuestos por la Secretaría de Estado para el diálogo, y variadas las declaraciones públicas de la Conferencia Episcopal venezolana en clarísima sintonía con la Santa Sede. Esperar acciones temerarias o intervencionistas desde lo político de parte de Francisco, no solo es desconocer su lógica diplomática, sino dejar al mismísimo Santo Padre sin una instancia futura, superadora y esperanzadora en pos de una paz posible por el bien de ese pueblo sufriente.
Los términos resaltados en estas líneas, como «tiempo», «momento oportuno», «diálogo y paz bajo el cielo» nos pueden revelar los mecanismos temporales y sus vías tradicionales y espirituales que hacen la diplomacia vaticana única en el mundo. Esta, y especialmente con el estilo de Francisco, un coordinador preciso del cronos y el kairos de los hechos mundiales, se maneja por coordenadas temporales especiales y transita caminos diferentes y convergentes. No está atada a las urgencias políticas de los gobernantes, a los límites del poder temporal de los Estados y mucho menos a las agendas que algunos medios poderosos de comunicación intentan imponer sobre el Papa Bergoglio. Por eso muchas veces no es comprendida y otras es calificada erróneamente en base a aquellos parámetros tradicionales. Esto se aplica no solo a las relaciones internacionales, sino también a situaciones y fenómenos globales dramáticos. En situaciones urgentes, el cronos actúa programando «despertadores de alertas», propios de la voz profética en términos bíblicos. Debería ser fácil leer esas alertas tempranas desde su inesperada visita a Lampedusa, su medular y reflexiva encíclica Laudato si’, o su permanente puesta en agenda del drama de los migrantes y trata de personas en todo tiempo y lugar. El cronos y el kairos de Francisco no llega tarde ni se apresura, suele marcar los tiempos, las oportunidades y el diálogo y la paz bajo el cielo. Y lo hace de una manera que hace mover los carriles de la diplomacia de la Santa Sede en un ritmo espacial que es necesario analizar y comprender con seriedad para poder luego legítimamente realizar análisis serios y comentarios debidamente fundamentados.