La defensa de la soberanía es el elemento definitorio por excelencia del comunismo chino. La soberanía del PCCh frente a otros partidos. La soberanía de China frente a cualquier otro país. Deviene de su orgullo civilizatorio, pero también de la firme conciencia de un cosmos peculiar. Los avatares del maoísmo, el denguismo o ahora el xiísmo, tienen ese mismo denominador común, por más que las tácticas o sesgo ideológico de cada etapa arrojen matices y hasta contradicciones.
El PCCh es un partido secular. Las décadas transcurridas le han permitido engrasar y afinar una maquinaria que hoy admite pocas comparaciones en el mundo. Su militancia supera a la población total de Alemania. Y aun así, con la exhibición de todos sus meteóricos logros, su reconocimiento internacional es débil, lastrado hoy día no tanto por los desvaríos del lejano pasado maoísta como por su obstinación, real o infundada, en negarse a seguir el diktak liberal. Pese a la persistente simbología y adjetivación del discurso, muchos quisieron creer que iba camino de ello cuando la reforma parecía acentuar un determinado perfil, indispensable para congraciarse con la globalización pilotada por los países desarrollados de Occidente.
Superada esa etapa, el PCCh dirige de nuevo la mirada hacia sus raíces y, en paralelo, también el anticomunismo regresa a la agenda global. Y lo hizo a lo grande, de la mano del ex director de la CIA y ex secretario de Estado, Mike Pompeo, quien apeló en la Biblioteca Presidencial Richard Nixon en julio de 2020 a derrocar al PCCh. Las espadas siguen en alto, aunque en Beijing todo suene a argumentos extemporáneos para asegurar un dominio imperial en entredicho.
En una celebración de este calibre quizá no sea el momento más idóneo para expiar pecados. El PCCh tiene ciertamente mucho que celebrar. No obstante, merece prestarse atención al viraje introducido por Xi en un discurso ideológico que a partir de 1981 eludió cualquier revisitación del maoísmo, tal como ahora acontece con la propia reescritura de la historia del Partido alentada por figuras personalmente muy próximas al secretario general, como Zhuang Rongwen. Hay un severo riesgo en todo ello de una recidiva en comportamientos que se antojaban sentenciados para siempre. El ex primer ministro Wen Jiabao, quien ya en 2012 erguía su dedo acusatorio contra los peligros del neomaoísmo, regresó en abril pasado con una carta a su madre desde la prensa de Macao diciendo mucho entre líneas…
El centenario del PCCh mira hacia el futuro con toda la esperanza puesta en un siglo XXI crucial para glorificar su gesta y su modelo. En lo inmediato, la mirada está puesta en los juegos de poder que acompañan los preparativos del XX Congreso, previsto para el otoño de 2022, no solo de importancia subjetiva para Xi, sin sucesor a la vista, sino también para calibrar la capacidad del PCCh para defender una institucionalidad labrada con sacrificio y que podríamos definir como una de las mayores aportaciones del denguismo: las reglas de una sucesión civilizada. Pende de un hilo.
Pasando a mejor vida el legado de Deng y abrazando el pensamiento de Xi, el PCCh ciertamente se adentra en una nueva era. Ojo con la impaciencia que tan cara le resultó siempre al PCCh. Sin olvidar que solo puede haber algo más nefasto que esa soberbia occidental que no para de señalar con el dedo a otros despreciando las taras propias y es esa capacidad de engreimiento sin límite de quien embelesado por la eficiencia alcanzada cree estar en su derecho de arrebatar al cielo su mandato.
*Director del Observatorio de la Política China. Acaba de publicar “La metamorfosis del comunismo en China. Una historia del PCCh” (Kalandraka).