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Ankara
A horas de pisar suelo turco, Francisco estrechó la mano del todopoderoso presidente Recep Tayyip Erdogan, dirigente clave en el equilibrio geopolítico de Medio Oriente. El líder del islamista Partido Justicia y Desarrollo (AKP) gobierna Turquía desde 2003, es un aliado clave de la OTAN y el dique de contención del temible Califato del Estado Islámico (EI). En su conferencia de prensa con el Pontífice, Erdogan aprovechó para instalar en la agenda internacional los temas que desvelan a su gobierno. Así, expresó su preocupación por lo que consideró como una “seria y rápida” progresión de la islamofobia, y pidió que cristianos y musulmanes luchen juntos para frenarla.
“Los prejuicios se desarrollan entre el mundo musulmán y el cristiano. La islamofobia crece seria y rápidamente. Tenemos que actuar juntos contra las amenazas que pesan sobre nuestro planeta: la intolerancia, el racismo y las discriminaciones”, declaró el mandatario, quien fue primer ministro hasta agosto, cuando fue electo presidente.
Tasas chinas. Con el 99% de la población musulmana, Turquía vivió su propia “década ganada” con el ascenso al poder de Erdogan en 2003. El vertiginoso crecimiento económico a tasas chinas, la democratización de las instituciones y la pérdida de poder de los militares cimentaron su hegemonía política. Sin embargo, en los últimos años sus políticas se volvieron cada vez más autoritarias. En 2013, su gobierno ordenó reprimir violentamente a manifestantes que se oponían a un proyecto inmobiliario en el parque Gezi, en Estambul. Suele descabezar a la cúpula de las Fuerzas Armadas, con recurrentes denuncias de desestabilización e intentos de golpes de Estado.
Además, Erdogan alienta fervientemente la islamización de la sociedad turca, incluso con polémicas y conservadoras declaraciones sobre la familia y el rol de la mujer. “No se puede poner a mujeres y a hombres en los mismos puestos. Nuestra religión define el lugar de la mujer: la maternidad”, sostuvo esta semana el jefe de Estado.
Aliado clave de la OTAN, Erdogan sabe que Occidente necesita un rol activo de Turquía para estabilizar los conflictos en Irak y Siria. Sin embargo, Ankara jugó en los últimos meses un ambiguo doble juego geopolítico, negándose a enviar tropas a Siria para combatir al Estado Islámico.