El escritor italiano Roberto Saviano no está nada cómodo desde que empezó a recibir amenazas anónimas a raíz de la publicación de su última novela, “Gomorra”. Es que la trama, bajo la máscara de la ficción, retrata el modus operandi de la Camorra, la mafia napolitana, y después de las denuncias y los rastreos de rigor, la policía (y el involucrado) ya sabe que las intimidaciones provienen de esa banda criminal.
Es imposible pensar que un libro que agotó nueve ediciones en pocos meses (60 mil ejemplares) pase desapercibido para la Camorra, y mucho menos cuando lo que se cuenta es una historia protagonizada por mafiosos napolitanos (aunque con los nombres cambiados) que sucedió hace unos años. Saviano, es evidente, no calculó el efecto que podría desencadenar.
A punto tal que el polígrafo no puede salir de su casa sin la escolta ofrecida por el personal de seguridad del gobierno nacional. “’Gomorra’ me ha destrozado la vida”, dijo el escritor la semana pasada, abrumado por los llamados telefónicos sin respuesta, los timbrazos, las cartas anónimas y el terror con que lo miran sus vecinos y hasta el vendedor de diarios.
Se apiadó de Saviano el honorabile Umberto Eco, que pidió no dejar “solo” al hombre. “No dejemos a Saviano solo, como dejamos a Falcone y Borsellino (dos jueces asesinados por la mafia en los 90)”, pidió el semiólogo por televisión, radio y la prensa gráfica. El ministro del Interior, Giuliano Amato, se puso al frente del operativo de protección, que incluyó una reprimenda: que se cuide de lo que escribe, con semejante enemigo en la ciudad que vive.
Aunque el italiano, un joven de 28 años, puede ganar publicidad y dinero, también puede perder la vida. Las amenazas contra intelectuales ya son un clásico del mundo contemporáneo: entre las más notorias figuran la fatwa contra el anglopaquistaní Salman Rushdie, y algunas recientes, contra el turco Orhan Pamuk, flamante Premio Nobel de Literatura.