Esta semana, el Acuerdo Transatlántico de Inversiones y Comercio (TTIP, por su sigla en inglés), el mayor Tratado de Libre Comercio (TLC) de bienes y servicios de toda la historia, estuvo en boca de todos en Bruselas. La segunda ronda de negociaciones –y primera en suelo europeo– culminó ayer con una conferencia de prensa de Ignacio García-Bercero y Dan Mullaney, los dos jefes de las misiones, que apuestan por sellar la asociación económica para 2015.
El entusiasmo en ambos lados del Atlántico apunta a que el súper TLC implicaría nuevos negocios por 160 mil millones de dólares para la Unión Europea (UE) y por 128 mil millones para Estados Unidos. Según la Comisión Europea, el PBI de la UE crecería entre 0,5% y 1% y significaría un impulso clave para salir de la recesión. El instituto alemán IFO considera que se crearán 400 mil empleos, en un gran mercado transatlántico de 800 millones de consumidores.
“Un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea constituiría una referencia para el resto del sistema de comercio internacional, afectado por la dificultad para avanzar en las negociaciones multilaterales en la OMC. Sin embargo, además de este escenario optimista existen otros dos posibles: que la negociación se dilate sin que concluya satisfactoriamente o que se firme un acuerdo que no incluya los temas sensibles para cada una de las partes, lo que reforzaría el declive del régimen multilateral”, explicó a PERFIL Roberto Bouzas, profesor de la Universidad de San Andrés.
El comercio de bienes entre Washington y la UE está bastante liberalizado, ya que los aranceles promedios alcanzan el 4%. El TTIP buscaría aumentar el intercambio de servicios, proteger las inversiones y reducir las barreras no arancelarias, como las regulaciones fitosanitarias, financieras y las patentes. El acuerdo le originaría al resto del mundo beneficios por 135 mil millones de dólares, ya que se crearía más comercio, según un estudio del Centre for Economic Policy Research.
Una de las motivaciones principales del tratado es geopolítica: disputarle mercados a China. “El que define el ritmo es Barack Obama, quien decidió encarar negociaciones simultáneas en el Atlántico y el Pacífico como estrategia de relanzamiento económico de Estados Unidos para marcarle los límites a China. La razón subyacente de estas iniciativas es el estancamiento de la ronda Doha de la OMC: ante la inviabilidad de acuerdos globales, se buscan acuerdos bilaterales”, confió Andrés Malamud, investigador de la Universidad de Lisboa.
En esa sintonía, también opina Federico Steinberg, del Real Instituto Elcano: “El TTIP puede verse como parte de la reacción de Europa y Estados Unidos a su declive relativo; es decir, como un instrumento para recuperar el liderazgo y lograr mayor influencia en el escenario internacional”.
Las principales trabas radican en los lobbies de las industrias amenazadas –el sector audiovisual francés– y los votantes agrupados en grupos de presión –agricultores de ambos lados del Océano–. Si hay consenso, el TLC tendría que ser refrendado por los Parlamentos de Estados Unidos y de los 28 miembros de la UE. Y si sólo uno de ellos lo rechazara, todo volvería a fojas cero.