Ni los más de 30ºC de temperatura pudieron contra la consigna de vestir de negro. Sin embargo, el luto de las miles de personas que esta tarde protestaron frente al Parlamento griego contra el gobierno por los incendios no fue mucho más allá del color de su ropa. Todo un símbolo, es verdad. Pero parece poco a la hora de demostrar indignación.
La convocatoria prometía ser “silenciosa” y así fue, si se la compara con una manifestación en la Argentina. Aquí no hubo cánticos, no hubo bombos. Pero tampoco se logró el clima de recogimiento de una marcha del silencio: el murmullo permanente de las conversaciones le imprimió un aire más parecido a la previa de un recital que al dolor por las pérdidas.
Eso sí, anarquistas, defensores del medio ambiente, jóvenes con raros peinados nuevos y hasta un grupo de ciclistas que aprovechó para llevar su mensaje “por una ciudad sin autos”, hoy, en Atenas, coincidieron en algo: el fuego no fue un castigo de los dioses ni un problema del calentamiento global. Fue premeditado y su mayor combustible estuvo en la desidia de los políticos y los grandes intereses que tendrán vía libre para utilizar esas tierras, ahora inservibles, para grandes proyectos inmobiliarios.
“Como no votan, les importa un bledo los bosques”, decía una de las pocas pancartas. Porque la idea era que no hubiera banderas políticas. Quizás por eso, lo único que rompió la tranquilidad del acto fue una pequeña columna de manifestantes de un partido de ultra izquierda que avanzó por una de las calles laterales y se metió en el medio de la gente. Ahí sí hubo abucheos. Ahí sí salió la bronca. “El 16 de septiembre son las elecciones legislativas y todos quieren sacar provecho”, explicó un joven que abrazaba a su novia mientras observaba lo que ocurría. Y enseguida a su lado alguien aclaró: “Pero esto no es lo que queremos. No nos tenemos que pelear sino estar más unidos que nunca”.
* Redactora del Diario Perfil