Si no consigue un rápido desenlace militar contra los grupos islamistas en Mali, Francia corre el riesgo de vivir en pleno desierto africano un mal remake del infierno que están sufriendo los Estados Unidos en Afganistán.
La mayoría de los expertos coincide en afirmar que la clave del éxito depende del tiempo que demande la Operación Serval, una ofensiva relámpago lanzada por el presidente François Hollande el 11 de enero para contener el arrollador avance de tres grupos islamistas que se aliaron para apoderarse de Mali: Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine (Defensores del Islam) y Muyao (Movimiento por la Unificación y el Yihad en Africa del Oeste).
Ayer, Hollande justificó la intervención en Mali –a pesar de que provocó una cruenta represalia con toma de rehenes en Argelia– y advirtió que durará “el tiempo necesario para vencer al terrorismo en esa parte de Africa”.
Nadie, ni siquiera el Estado Mayor francés, esperaba una resistencia como la que ofrecen los 1.500 rebeldes de las katibas (brigadas combatientes) islámicas. Los militares admiten en privado que fueron sorprendidos por la habilidad de la operación dirigida personalmente por Abu Zeid, uno de los jefes de AQMI.
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