Los vaticanistas no tenían a Bergoglio entre los candidatos. Se especulaba con el arzobispo de Milán, Angelo Scola, el brasileño Odilo Scherer y Patrick O’Malley, de la arquidiócesis de Boston. Incluso con el cardenal filipino Luis Alberto Tagle, que en el Sínodo de Obispos de 2012 había llamado a una “nueva evangelización”.
Pero Bergoglio empezó a fortalecerse en las primeras votaciones del Cónclave que se inició en la tarde del 12 de marzo de 2013. En el caso de los purpurados estadounidenses, la decisión inicial de votar por Bergoglio fue del cardenal de Nueva York, Timothy Dolan. El franciscano de ascendencia irlandesa Sean O’Malley, cardenal en Boston, también se sumó al grupo y motorizó la idea: conocía al jesuita argentino desde inicios de los años ochenta, y reconocía sus cualidades personales y espirituales. Asimismo, Bergoglio obtuvo el apoyo de los cardenales latinoamericanos, a los que ya había cautivado por la originalidad de su mensaje a favor de ir en busca de las periferias existenciales durante la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam) de Aparecida, en el año 2007, en la que fue elegido relator del documento. Además de la preferencia de los cardenales de toda América, la anglosajona y la latina, que sumaban ya treinta electores, se sumó la voluntad de cardenales de España, adonde en los últimos años Bergoglio había viajado a transmitir sus reflexiones como pastor a obispos de ese país, que luego fueron editadas en su libro Mente abierta, corazón creyente . Y de ese modo, con voluntades y preferencias de algunos cardenales europeos más otros italianos de la vieja escuela progresista de cardenal jesuita Carlo María Martini, ya fallecido, el argentino avanzó en la primacía de las elecciones hasta ser electo, en la ronda final, como en un plebiscito después de un Cónclave de veinticinco horas. Cuando en la noche del 13 de marzo de 2013 apareció por el balcón central de la Basílica de San Pedro, convertido en el papa número 266 de la historia de la Iglesia, después de decir “Hermanos y hermanas, buenas noches”, le tocaba la tarea más difícil de todas: gobernar.