Raquel Miguel
Desde Ankara (DPA)
Desde el pasado fin de semana, cuando las protestas contra la construcción de un centro comercial en el parque Gezi, situado junto a la emblemática plaza Taksim de Estambul, escalaron hasta desembocar en fuertes enfrentamientos entre los manifestantes y la policía, la democracia islámica turca se tambalea.
La zona de la plaza Taksim y sus alrededores, como el cercano barrio de Besiktas –donde se han extendido y agudizado los enfrentamientos violentos–, viven en permanente estado de “trincheras”, aún rodeados de barricadas, hormigón, automóviles quemados y pintados, cristales de comercios rotos, basura y pancartas colgadas de las paredes.
Los vecinos de Taksim han vivido estos días en un barrio que experimenta un precario equilibrio entre la normalidad y el caos, y que un día amanece tranquilo y otro día en medio de una nube de gas lacrimógeno cuyos motivos desconocen.
Un empresario que prefiere no dar su nombre explica los motivos de la rebelión. “Turquía ha crecido mucho económicamente, pero el gobierno avanza hacia una sociedad que no quieren los jóvenes. Y la población joven es muy numerosa en este país y debe luchar por corregir el rumbo del gobierno, para que el país se conforme como ellos quieren”.
Entre muchos países islámicos con sistemas políticos restrictivos, la democrática Turquía era hasta ahora un oasis en el desierto. Pero el descontento de los jóvenes contra el gobierno de Recep Tayyip Erdogan seca peligrosamente ese manantial.
Y es que Erdogan ha combinado una pujanza económica con un avance social basado en el tradicionalismo y los valores islámicos, algo sobre lo que se rebelan los jóvenes de Taksim.
Sin embargo, al otro lado del Cuerno de Oro la zona turística continúa inmersa en su actividad ajena a las protestas. “¿Protestas? ¿Problemas? Al otro lado, en Taksim”, dice uno de los guías que acompaña a turistas en la visita a la joya de la ciudad, la mezquita de Hagia Sofía o Santa Sofía. “Aquí no hay problemas”.
Los turistas que pasean por la zona parecen muy enterados de lo que ocurre al otro lado del río. Y es que los dueños de los comercios no se muestran demasiado solidarios con los manifestantes de Taksim que ponen en jaque a la democracia turca.