“La Casa está en orden”, pensará Barack Obama en su fuero íntimo cuando abandone este viernes el Salón Oval y le ceda el testigo a su sucesor, Donald Trump. Tras ocho años en la presidencia, el demócrata tendrá motivos para estar contento y, al mismo tiempo, melancólico y triste. Asumió pocos meses después de la quiebra de Lehman Brothers y del comienzo de la recesión de 2008, pero logró reactivar la economía y eludió el fantasma de la Depresión de 1930. En su primer año, las estadísticas oficiales de desempleo, pobreza y deuda se dispararon, producto de la “pesada herencia” legada por George W. Bush, pero durante el resto de su mandato revirtió esos indicadores, creando puestos de trabajo y restaurando la economía norteamericana.
En sus primeros meses en el poder, impulsó medidas controvertidas, apurado por las apremiantes circunstancias de la crisis. Entre ellas, el salvataje a la industria automotriz de Detroit y el rescate federal a los bancos de Wall Street que precipitaron la crisis. Además, impulsó un paquete de estímulo de la economía de 830 mil millones de dólares, que incluyó recortes de impuestos y elevó el déficit fiscal.
Poco a poco, la actividad económica mostró señales de recuperación. Entre enero de 2009 y diciembre de 2016, se crearon 11 millones de empleos, mientras que en los ocho años de Bush se generaron 2 millones. Desde 2010, el Producto Bruto Interno (PBI) creció en promedio 2,1% por año. Mientras la Unión Europea se ahogaba con la crisis de deuda de Portugal, Irlanda, Grecia y España, Estados Unidos veía luz al final del tunel.
Su proyecto insignia –la Reforma de Salud– le otorgó un seguro médico a 20 millones de norteamericanos de bajos recursos, pero fue percibido de forma dispar por la opinión pública: sus seguidores la aplaudieron, mientras que sus detractores la denostaron por incrementar el déficit.
Esos logros se sobrepusieron a la encarnizada oposición de los republicanos, que desde 2010 controlaron la Cámara de Representantes y desde 2014 el Senado.
Relato. El desempeño de sus gestiones no fue suficiente para que Hillary Clinton lo sucediera en la Casa Blanca. Por el contrario, amplios sectores de la sociedad compraron el discurso de Trump, que sostenía que el país estaba en crisis, los empleos de la industria manufacturera migraban el extranjero y había que “hacer a América grande otra vez”. Para ese electorado, el temor a que su situación económica empeorase fue más tangible que los índices macroeconómicos que avalaban la gestión saliente.
Sus fracasos más resonantes fueron la fallida reforma migratoria, los constantes casos de gatillo fácil contra afroamericanos, la guerra civil en Siria y la incapacidad para restablecer las negociaciones de paz entre Israel y Palestina.
Política exterior. Al recibir el Premio Nobel de la Paz, dijo que era un “presidente en guerra”, al heredar las incursiones militares en Afganistán e Irak. En esa misma línea, ordenó el asesinato de Osama Bin Laden, el cerebro detrás del 11S, y utilizó drones para asesinar a 2500 terroristas y 116 civiles, según reconoció la Casa Blanca. Además, restableció relaciones diplomáticas con Cuba y firmó un histórico pacto nuclear con Irán.
Sus iniciativas penden ahora de un hilo. Trump puede revertirlas de un plumazo y borrar el legado de Obama en la Casa Blanca, redefiniendo a Estados Unidos y al mundo en un abrir y cerrar de ojos.