Cuba quizá tiene el parque automotor más exótico del mundo. Las “máquinas” que conducen a los turistas desde La Habana hasta la playa, las “guaguas” que los cubanos toman para ir al trabajo, los taxis modelo soviético, los coches norteamericanos que sobrevivieron a la Revolución y los carros oficiales de alta gama conviven en las calles de la isla. Desde ayer, una nueva especie está legalmente autorizada a incorporarse a la fauna vehicular del país caribeño.
Raúl Castro anunció la entrada en vigor del permiso a la venta “liberada” de autos cero kilómetro, prohibida por cincuenta años. La medida autoriza la libre venta en el comercio minorista de autos importados a “precios de mercado”, que podrán ser adquiridos por los cubanos sin un permiso especial. Hasta ahora era necesaria una autorización para adquirir un coche.
Así, comprar un auto sería perfectamente posible para los cubanos si no fuera por los exorbitantes precios de los automóviles en un país en el que la capacidad de ahorro es casi nula: el Estado cubre las necesidades básicas, pero el salario promedio es de veinte dólares al mes.
Lo mismo ocurre con otros de los Lineamientos de la Política Social y Económica aprobados por el Partido Comunista de 2011, y paulatinamente puestos en práctica por el menor de los hermanos Castro. Se puede viajar fuera de la isla sin perder la ciudadanía, pero hay que tener el dinero para hacerlo o familiares en el exterior que costeen la salida. Se puede comprar una casa, siempre que se pueda pagarla. Se puede trabajar por cuenta propia, pero sólo en lo que el Estado autoriza.
Más que transformar radicalmente la vida en la isla, la tímida apertura económica que ensaya el gobierno cubano tiene un objetivo económico básico: palear el déficit de divisas en una nación con escasos recursos productivos y una dependencia extrema del turismo y las remesas. El Partido afronta el mismo dilema desde el Período Especial: los turistas traen dólares, pero también modelos de consumo que los cubanos, especialmente los jóvenes, anhelan peligrosamente.
Castro es consciente de la situación. Por eso el jueves, en los actos celebratorios del 55º aniversario de la Revolución, pronunció un discurso de trinchera en el que denunció al “imperialismo estadounidense” por introducir “plataformas de pensamiento liberal” en Cuba. “Se afanan engañosamente en vender a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social –exclamó–. Con ello pretenden inducir la ruptura entre la dirección histórica de la revolución y las nuevas generaciones”.
El gobierno cubano acompaña las reformas económicas y sociales con acciones represiva contra la oposición política y medidas de contención ante la incipiente oposición civil. Y el Partido sigue en manos de la generación revolucionaria, con un promedio de edad de 80 años. Con las puertas a la política grande clausuradas, los jóvenes prefieren soñar con los autos que tampoco ahora podrán comprarse.