A pesar de que el líder del grupo extremista Al-Qaeda, Osama Bin Laden, nunca formó parte del gobierno talibán de Afganistán, los talibanes (“estudiosos de las Escrituras”) lo consideraban su máximo líder (cheik) y héroe.
Los talibanes llegaron a Kabul -capital afgana- en 1996 y se dispusieron a imponer su visión de la sociedad musulmana perfecta y el régimen islámico más estricto del mundo. Al principio, la seguridad ofrecida por ellos atrajo a muchos afganos hastiados de tanta guerra, y en el nombre de Alá pusieron un alto a todas las actividades delictivas, confiscando armas y castigando a los acusados, ya fuese ejecutándolos o cortándoles alguna extremidad.
Entre 1996 y 2001, el gobierno talibán afgano tuvo como principal jefe al mullah (“Líder de los fieles”) Mohammed Omar, un misterioso personaje del que nadie en Occidente conocía su rostro. Las autoridades talibanes dependían de la determinaciones finales del mullah y su consejo de ancianos y notables (“Loya Jirga”). No había otro tipo de ley escrita que garantizara los derechos individuales de las personas.
Los talibanes procedieron a ocupar de a poco la mayor parte de Afganistán, y las mujeres se vieron obligadas a usar el “burka” en público y se les prohibió estudiar o trabajar después de cumplir los ocho años, y hasta entonces sólo se le permitía el estudio del Corán. Si se enfermaban, no podían ser atendidas por médicos hombres y tuvieron que enfrentarse a la flagelación pública en la calle, y la ejecución pública (apedreamiento) por violaciones de las leyes.
Las nuevas reglas de juego estipulaban la reducción de las mujeres a actividades como la medicina y la educación (para mujeres), la eliminación de la música, la TV y la computadora, y la demolición de históricas estatuas de Buda.
Los médicos se formaban solamente leyendo textos, porque no podía ver fotos, dibujos ni nada que representase un cuerpo humano. Y menos estudiar sobre un cadáver.
“Piensa en Alá todo el tiempo”, decían los letreros instalados en las escuelas religiosas donde niños y jóvenes fueron formados -con celo extremo y castigos corporales- en los preceptos del Corán. También les enseñaban a “pensar en Alá” en caso de que sus hermanos musulmanes les solicitaran morir en ataques suicidas contra los “herejes”.
En 2009, la ONU denunció a un grupo de talibanes extremistas dedicados a “comprar” niños, entrenarlos y “venderlos” a otros oficiales talibanes para cometer actos suicidas. Los niños eran comercializados en precios que variaban entre $ 6.000 y $ 12.000 dólares, y estas actividades eran relativamente permitidas porque, para los talibanes, las personas nacidas fuera de ciertas etnias o razas no eran ni siquiera personas y por tanto podían ser objeto de comercio.
La clandestina “Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán” denunció en 2001 la venta de niños, de vírgenes y viudas de guerra en los mercados paquistaníes. Las viudas no podían trabajar ni siquiera en las panaderías que organizaciones no gubernamentales habían abierto para ellas. Podían casarse con sus cuñados, en todo caso, a menos que se negaran y aceptaran ser ejecutadas. Vivían de la limosna y enviaban a sus hijos a revolver la basura para sobrevivir. De ahí que su vulnerabilidad y desamparo las volviera un objetivo fácil para el tráfico sexual junto a sus hijos. Si eran vírgenes, los niños eran sometidos a todo tipo de abusos y vejaciones con total libertad.
Un informe de Amnistía Internacional dice que los años noventa “grupos armados masacraron a mujeres indefensas en sus hogares, o las castigaban y violaban. Docenas de mujeres jóvenes fueron secuestradas y violadas, tomadas como esposas por caudillos o vendidas como prostitutas... Decenas desaparecieron. Sus atacantes eran los principales mujahidines (guerrilla). Como los territorios cambian de dueño en las largas batallas entre bandos, pueden reprimirse poblaciones enteras y los conquistadores celebraban matando y violando mujeres y saqueando las propiedades”.
Fue allí en Afganistán donde Bin Laden encontró terreno fértil para su “guerra santa”, y tres meses después de la llegada de los talibanes se instaló en el desierto afgano. En mayo de 1996 le declaró la guerra a los Estados Unidos y su organización -Al-Qaeda- y media docena de grupos formaron una coalición musulmana militante internacional cuya «misión» y «deber» era matar norteamericanos.
Tras los atentados de septiembre de 2001, el régimen talibán afgano no quiso extraditar a Bin Laden. Al-Qaeda volvió a atacar en varias oportunidades, y diez años tardó Estados Unidos en dar con el líder terrorista.
(*) Especial para Perfil.com
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