Aunque la noción de “lobos solitarios” resulta adecuada para describir el modo en que operan atacantes terroristas como los que atentaron esta semana en Barcelona –básicamente, sin adscripción orgánica a grupos yihadistas de cierta envergadura y sin una estructura firme de recursos logísticos, armamentísticos y presupuestarios–, esa categoría tiende a desdibujar un factor clave para comprender el proceso de radicalización de quienes están dispuestos a matar y morir por la yihad: las redes de sociabilidad que dichos individuos construyen en los meses, e incluso años, previos al momento de pasar a la acción.
La imagen popular del “lobo solitario” es la de un sujeto que, motu proprio y en condiciones de soledad y aislamiento, un buen día decide atropellar a decenas de turistas, ametrallar a jóvenes en un bar, atacar con un cuchillo a la policía o inmolarse en un evento masivo. Sin embargo, el análisis concreto de las circunstancias vitales de estas personas arroja evidencias algo más complejas.
Véase, por caso, lo que ocurre en España, donde hoy se posan todas las miradas tras el derrotero letal de una camioneta en Las Ramblas de Barcelona. En un paper académico publicado este mes, diez días antes de la matanza del pasado jueves, tres expertos en contraterrorismo del Real Instituto Elcano, uno de los think-tanks españoles más prestigiosos en materia de seguridad internacional, se propusieron ponderar los factores que explican la radicalización yihadista en su país. La pregunta disparadora fue: ¿por qué una minoría de musulmanes en España se adhiere a una versión radical y violenta del islam y se implica en actividades terroristas mientras que otros no lo hacen, pese a que comparten rasgos sociodemográficos similares? Para buscar la respuesta, analizaron cuantitativamente los casos de 178 individuos detenidos en el país entre 2013 y 2016 por actividades vinculadas al terrorismo yihadista.
La conclusión fue sugerente: en el 87% de los casos, los individuos en cuestión tuvieron contacto (online o personal) con algún “agente de radicalización”, es decir, algún referente religioso, activista o familiar que contribuyó a catalizar la ideología extremista de los potenciales atacantes. Además, el 69% de los detenidos había entablado vínculos sociales antes del inicio de su proceso de radicalización con otras personas en una situación similar, generalmente basados en relaciones de amistad, afecto o parentesco.
“Considerados de manera conjunta, los dos factores sugieren que la radicalización yihadista que conduce a una implicación terrorista está estrechamente asociada con interacciones sociales mediante las cuales determinados individuos aprenden y hacen suyas ideas que justifican el terrorismo”, concluye el estudio. De “lobos solitarios”, poco y nada.
El presunto cerebro del ataque en Barcelona, el imán Abdelbaki Es Satty, encaja con la figura de estos “agentes de radicalización”. La neutralización de personajes como él es todo un desafío para los servicios de inteligencia europeos. Tal vez el esfuerzo valga la pena.