INTERNACIONAL
esperando el bombardeo

Los sirios intentan que la vida siga su curso

A pesar del inminente ataque, en Damasco hacen esfuerzos para no pensar en las armas. Casamientos, vida al aire libre y club de verano, en un país asediado por la guerra civil.

Rutina. Los sirios tienen problemas por los choques entre el Ejército y los guerrilleros, pero intentan que todo siga igual.
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A juzgar por las declaraciones del propio gobierno de Bashar al Assad, para los sirios la intervención militar de los Estados Unidos y sus aliados es casi un hecho. Pese a que Washington prometió una acción limitada y contenida, en Damasco y otras urbes se acostumbran a la idea de que no existen bombardeos sin consecuencias colaterales, por más “quirúrgicos” que sean. Pese a todo, los sirios hacen esfuerzos para que la vida siga su curso normal.

En los suburbios de la capital, copados por los rebeldes, el ataque extranjero se aguarda con la esperanza de que incline la balanza a favor de la insurgencia. Los vecinos intentan mantener en pie la rutina diaria: trabajan, van de compras a los bazares y mercados callejeros, pasan ratos de ocio en parques y piscinas públicas, incluso se casan. Pero el fuego de artillería, las incursiones aéreas y los cortes de luz agotan a las familias que viven en barrios asediados desde hace meses por el ejército leal a Al Assad.

La situación es muy diferente en el centro de Damasco, donde las tropas progubernamentales resisten aún los embates de la guerrilla. Allí, el bombardeo norteamericano se espera con nerviosismo y miedo a que sea el principio del fin. El paisaje en la capital es muy distinto de aquel que enorgullecía a los sirios años atrás, cuando la ciudad era la perla de Medio Oriente y sus habitantes colmaban los restaurantes y los bailes elegantes por las noches.

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La guerra interrumpió los canales de comercio con los países fronterizos, por lo que el contrabando aflora en la frontera con Turquía con la tácita aceptación de las autoridades. Pañales, leche en polvo y aceite, pero también libros, música y ropa llegan en centenares de camiones y también en manos de comerciantes hormiga, para quienes la tragedia bélica se convirtió en un negocio rentable.

Y así como los alimentos entran con dificultad, los seres humanos escapan de Siria a un ritmo vertiginoso: se calcula que ya hay más de 6 millones de desplazados por la guerra. Mientras los hijos de la plebe se hacinan en los campamentos de refugiados en el Líbano, las familias de las elites tradicionales envían a sus hijos a Europa.

En ese desolador escenario, la estrategia de Al Assad resulta casi esquizofrénica: el presidente se muestra sonriente en cada acto público y hasta se permite bromear con sus asesores sobre los desbarajustes políticos en otros países de la región. Como si nada hubiera pasado en Siria.
Semanas atrás, un camarógrafo de la BBC logró capturar los minutos posteriores a un ataque aéreo con una sustancia similar al napalm en la ciudad siria de Aleppo. El video muestra a hombres desparramados en una casa venida abajo, dando alaridos por las quemaduras. De pronto, un joven desesperado pide cámara y se dirige al mundo: “¿Y ustedes piden paz? ¿No ven lo que es esto?”.