Para bien o para mal, 2014 será el año de Brasil. En los próximos doce meses, el gigante sudamericano se convertirá en centro de atención mundial por las elecciones en las que Dilma Rousseff buscará un segundo mandato, la organización del Mundial de Fútbol y la evolución económica de un país emergente que aún no se calza el traje de potencia global. La gran incógnita es cuál será el resultado político de la interacción de esas tres variables.
El año que termina deja algunas señales de alerta para el gobierno brasileño. Primero fueron las masivas protestas callejeras de junio contra los deficientes servicios públicos y la clase política. Y esta semana, el anuncio del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE) acerca de que el PBI se redujo 0,5% en el tercer trimestre, la peor contracción desde 2009.
Los pronósticos del Banco Central brasileño indican que la desaceleración continuará en 2014: se espera un crecimiento de 2,1% por debajo del 2,5% previsto para este año. La expansión de la economía brasileña será inferior al promedio mundial y regional. Al mismo tiempo, la inversión se mantiene cerca del 19% del PBI, un nivel demasiado bajo para lo que se espera de un país emergente y que a su vez impacta negativamente en la actividad industrial.
Existen diferentes diagnósticos sobre la coyuntura brasileña. Para una referencia de la ortodoxia como The Economist, el problema pasa por la excesiva intervención del Estado. En una reciente edición cuya tapa fue el Cristo Redentor de Río de Janeiro yéndose a pique, la revista británica criticó a Brasil por tener uno de los sistemas impositivos más gravosos del mundo, un enorme gasto en prestaciones sociales y bajo en infraestructura, altos aranceles aduaneros y una burocracia estatal que aleja a los inversores privados.
Para los economistas heterodoxos, en cambio, el problema es que Rousseff se aferra a una política ortodoxa que enfría la economía. “El gobierno no tiene vocación por crecer –dijo a PERFIL Eduardo Crespo, economista argentino radicado en Brasil y profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro–. En términos de crecimiento, el próximo año será igual de mediocre o peor que éste. Desde 2010, Rousseff optó por una política fiscal mucho más restrictiva y contractiva que la de Lula, y ese ajuste es un elemento clave en la desaceleración.”
Pese a que la economía se desacelera, Brasil mantiene su solidez financiera y sus niveles de consumo y empleo. Luego de una tendencia al alza a mediados del año, la inflación se mantiene dentro de las metas del gobierno gracias a la política –también ortodoxa– de altas tasas de interés. Por eso el gobierno brasileño no se enfrenta al peligro de una crisis social o de cuentas públicas, sino al dilema de asumir o no los riesgos políticos de implementar medidas expansivas que reposicionen al país como aspirante a potencia mundial.
“En 2010, cuando la economía creció al 7,5%, el empresariado brasileño comenzó a hablar de ‘recalentamiento’ para frenar el cambio en el esquema social que favorecía a las clases medias y bajas –opinó Crespo–. Esa preocupación empresarial influyó en el camino que adoptó el gobierno.”
La pregunta es si Rousseff cambiará de rumbo por razones electorales. La intención de voto de la presidenta oscila cerca del 44%, mientras que la de su principal rival, Aécio Neves (PSDB), no supera el 21%. Aun si la popular Marina Silva se presentara como candidata presidencial, Rousseff ganaría en primera vuelta si los comicios fueran hoy.
Claro que, de aquí a octubre de 2014, el tablero puede cambiar en Brasil. Especialmente con un factor extra en juego como el Mundial de Fútbol, tan atípico como determinante. La organización de la Copa del Mundo también será una vara para medir si el gigante regional está a la altura de las grandes aspiraciones.