Es capaz de emocionarse hasta el sollozo y ese no es un dato menor. Prueba una sensibilidad que tiene supremacía sobre las poses que recomienda cada circunstancia; pero también prueba que no ha desconectado su presente rutilantemente exitoso de su pasado afligido por intemperies y desolaciones.
El poder no tiene lágrimas, pero Lula sí, porque tiene un pasado del que no se desprende sino que, al contrario, abraza y ostenta para lucir una pobreza noble y digna. Sin esa niñez de zapatillas rotas, comidas salteadas y trapos de lustrar, Lula no sería “el”
que es, y por ende tampoco sería “lo” que es: fundamentalmente, el hombre que despierta conmovida admiración; el conquistador de un respeto que trasciende las ideologías; el presidente que puso en marcha una eficaz política social en ese océano de miseria y desigualdad que es el gigante sudamericano; el estadista que atrajo hacia Brasil la mirada del mundo y al que muchos líderes de esta y otras regiones invocan como garantía de confiabilidad político-económica y de pragmatismo con compromiso social.
LA ENSEÑANZA LULA. Esa quizá sea la señal más clara de su éxito político actual: invocarlo como inspiración y modelo de liderazgo, es toda una definición. Es lo que ha hecho en los últimos tiempos la mayoría de los candidatos presidenciales de centro- izquierda y de centro, incluso también algunos de centro-derecha. Identificarse con Lula implica en términos políticos varias garantías. Por caso seriedad administrativa, respeto al pluralismo y la institucionalidad, apertura mental, compromiso con los pobres y cuidado de las libertades individuales, públicas y económicas. Un ejemplo que podría servir de aprendizaje para cualquier país, inclusive para la Argentina y sus líderes.
La nota completa, en la última Revista Noticias , edición especial por su 20º aniversario.