Desde La Habana
Apenas pisó tierra cubana, el papa Francisco sintió el eco de las quejas de quienes aspiraban a reunirse con él y fueron excluidos. Son dos los encuentros que nunca entraron en la agenda del Papa: uno con los disidentes cubanos que residen en la isla y otro con los negociadores de las FARC que participan de una mesa de diálogo con el gobierno colombiano.
Los guerrilleros lo sabían hacía meses y no se sorprendieron, los disidentes trataron de acordar una reunión hasta el último minuto y, al no obtenerla, pusieron el grito en el cielo. El mundillo de la disidencia manifestó un profundo malestar. El más desilusionado fue el grupo formado alrededor del proyecto Varela de Osvaldo Payá, el área católica de los disidentes. Sin embargo, fuentes de PERFIL en el Arzobispado de La Habana no excluyeron que en el encuentro de mañana con los jóvenes pueda haber “algún invisible contacto”.
¿Por qué el Papa no ve a los disidentes? Porque conoce la regla de oro de las negociaciones con el régimen cubano: los Castro tienen que mostrarse como los directores de las gestiones, aunque no lo sean. Si no, simplemente, dan la espalda y se van. Y el precio no lo pagan Fidel Castro ni Raúl, sino los 11 millones de cubanos de a pie que cada día tienen que procurarse dólares, el adorado dinero del ex enemigo.
“El Papa no nació ayer –comenta Víctor Guerrero, ingeniero civil, sentado en un banco del Paseo del Prado jugando al ajedrez–. Obvio que no verá a los disidentes. Si quiere salvarnos no puede humillar a Fidel”.
“Esta es una sociedad muy rara donde funcionan reglas surrealistas –sigue Orlando Flores, su compañero de ajedrez–, donde si no tenés dólares no podés sentarte en algunos lugares a tomarte un café y si no tenés una forma para conseguirlos no podés hacer muchas cosas, incluido comer. Todo esto está cubierto por la retórica socialista, sin embargo la realidad va por otro lado”.
Francisco conoce otra regla del arte de las tratativas con los Castro: los problemas cubanos tienen que solucionarlos los cubanos. Entonces, dio carta blanca al cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, para que él sea quien hable con los Castro. “Pobre Francisco, lo van a embaucar, a embutir de mentiras –dice Alicia Pichardo, profesora de Letras–. Es imposible tratar con Raúl y Fidel porque no tienen palabra, cuando obtienen lo que necesitan cambian las reglas del juego. A Francisco le pasará lo mismo. Igual apreciamos el esfuerzo”, concluye amargada.