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México: cómo sobrevive el DF al flagelo de la gripe porcina

Un periodista argentino cuenta cómo cambió la megápolis más imponente de Américalatina desde el descubrimiento de la epidemia. Galería. Galería de fotos

México DF, desolada por la gripe porcina.
| EFE

Don Pastor es una taquería más de las miles que pululan en el Valle de México. Tacos de pastor, longaniza, lengua, suadero, cabeza o bistec, forman parte de su carta. Una carta sencilla que se acaba en una hoja para atender a los comensales de sus cinco mesas. Desde este martes, Don Pastor debería atender a su clientela por una ventanilla o por la puerta de atrás. El gobierno de la Ciudad de México ha incluido a los restaurantes en la lista de lugares sospechosos de contraer el virus de la influenza porcina. Las concentraciones humanas deben evitarse. Don Pastor debería atender a su clientela solamente con alimentos procesados para llevar a sus casas o el trabajo, pero no en público.

Sus propietarios no le dan mayor importancia. Por el momento Don Pastor atiende en sus mesas y de cara a la calle. Día y noche.

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¿Irresponsabilidad? ¿La acendrada costumbre de que la leyes no están hechas para cumplir? o ¿simplemente una manera suicida de sostener la economía de sus dueños y cinco empleados? No les convence el subsidio diario gubernamental de 50 pesos mexicanos (unos 4 dólares) por mesero destinado a paliar el efecto de la medida.

Millones de habitantes de esta ciudad comen a diario en taquerías como Don Pastor. Y esta se puede decir que es de lujo. Cómo no incluir a los miles de puestos establecidos en plena calle, sin control de higiene y a salvo de compromisos con el fisco.

Si los mexicanos nos acostumbramos a las amebas y tantos bichos que hay en las calles, cómo puede ser que ahora un bicho invisible, que ni doctores ni científicos pueden controlar, nos haya dado vuelta la ciudad, se preguntan los defeños con cierto dejo de ironía.

Este miércoles, como lo fueron también martes y lunes, el ritmo de actividades del Distrito Federal se asemeja al de un domingo. Los niños siguen sin ir a las escuelas, perros y algunos transeúntes despistados, más ardillas ocasionales, dan vida a plazas y parques semivacías, no se puede ir al cine ni a cafeterías, menos a bares. Los bancos han extendidos sus horarios para no generar aglomeraciones en días de pagos. El metro, su transporte más popular, ya no es un amasijo de gente. Desde el sábado, su actividad decreció 60 por ciento. Circulan entre 2 millones y 2 millones y medio de personas, pero no los 5 millones, su número habitual. Seis de cada diez de sus usuarios usan tapabocas en su interior, dicen las autoridades. Habrá que ver cuántos de ellos con síntomas del virus requieran del millón de guantes que se comenzó a distribuir en el interior del Metro, o el millón de litros de gel antiséptico.

Si los restauranteros se han mostrado reacios a acatar las órdenes oficiales de cerrar y sólo atender pedidos -algunos se animan a protestar contra la medida en el centro de la ciudad-, la contracara parece ser el servicio de transporte de autobuses. Los mismos conductores que en días normales lanzan sus unidades sobre transeúntes o automóviles, y se abren paso en rodaje darwiniano: sólo pasa el más fuerte; ahora son señores muy cumplidos, con tapabocas y hasta guantes en algunos casos.

Las rutinas para los 20 millones de habitantes de esta megalópolis han cambiado drásticamente desde el sábado cuando las medidas sanitarias se hicieron más restrictivas. Se cocina en casa, se trabaja en casa, se juega en casa.

Los niños juegan en el departamento o en el patio. Llaman a un amiguito o amiguita a disfrutar el descanso inesperado, siempre que los padres no tenga la paranoia del contagio y acepten el convite. Algunos maestros de escuelas tomaron la decisión de pasarle tareas para que su diversión sea completa. También abarrotaron los comercios de renta de películas. Los vendedores piratas de cd y la cadena Blockbuster hacen su abril. Los más rezagados se clavan en buscar entretenimiento en los canales abiertos de Televisa y Tv Azteca, o inventarse juegos con canicas, pistolas de palo o el último juguete que trajeron los Reyes Magos.

Están abuelas o tías para cuidarlos. Mamás que lograron permiso para falta en el trabajo, o papás que ahora llegan más temprano y los autorizaron a a chambear (trabajar) desde casa.

La salida a la calles es para lo imprescindible. Ir al trabajo, si no hay otra opción, o al supermercado. Si acaso correr al banco, en un horario bien estudiado, a pagar los vencimientos de impuestos, tarjetas de créditos o servicios.

Desde el lunes, cuando se vio que la alerta se profundizaba y no había opciones de regreso a la vida normal, los supermercados se abarrotaron al atardecer. Garrafones de agua, litros de alcohol, productos de limpieza, carnes, enlatados, se sumaban por doquier en las cajas. Una cola de más de una docena de carritos era la espera obligada. Parecía un 23 de diciembre de cualquier año. El llamado a la calma de las autoridades y de los propios directivos de la central empresarial de supermercadistas apenas logró aminorar los temores. El desabasto fue evitado.

En el DF, nadie quiere acercarse a un hospital si no es por una emergencia. Cualquier estudio que se necesite y no sea de urgencia quedará para cuando el virus invisible dé autorización y permiso. Las autoridades hospitalarias así lo aconsejan. Si el hospital o unidad sanitaria está especializada en padecimientos no respiratorios, se pide ir a otro lugar. Donde se atienden enfermedades respiratorias como la influenza sólo hay permiso para el paso del supuesto enfermo y un familiar o acompañante. Nadie más.

La atención, sin embargo, resulta insuficiente. Fueron habilitados más de un centenar de unidades móviles para detectar enfermos del virus en todo el país. La gente igual se queja, los ejemplos de mala o buena atención se repiten según sean los resultados de la atención.

El primer enfermo que ha saltado a la fama -fama que alguna vez lo tuvo a diario en periódicos, televisoras y radios, y que ahora ha recuperado brillo por una horas-, ha sido el ex alcalde capitalino en los años 90, Manuel Camacho Solís, quien desde las páginas del diario El Universal, relató en primera persona cómo cayó enfermo la semana pasada, y llegó a pensar en lo peor para su vida en la sala de terapia intensiva de un hospital privado. Luego de ser dado de alta en la tarde de este miércoles pedía a la población que se tomara en serio el virus y desde el primer momento en que tenga síntomas, cosa que él aceptó no haber hecho, acudiera a recibir atención médica.

El hijo político de Camacho Solís, Marcelo Ebrard, hoy conduce las oficinas que encabezara en tiempos en que Carlos Salinas de Gortari presidía la República. Todas las mañanas, Ebrard trata de llevar tranquilidad y conducción política en medio de la emergencia. Este miércoles anunció que el problema tendía a estabilizarse, aunque advertía que el problema, tal cual indicó la OMS, tardará meses en resolverse e incluso se corre el riesgo que resurja en la próxima temporada invernal, como ocurriera en Asia y Europa con la fiebre aviar.

Los pronósticos de Ebrard no tuvieron su correspondencia horas más tarde, al menos al hablar de estabilización, cuando la OMS resolvió saltar la emergencia sanitaria de la fase 4 a 5 a escala mundial. Entonces, el alcalde dio un nuevo salto en medidas que paralizan actividades laborales en la ciudad. Mandó a suspender todos trámites oficiales en áreas capitalinas. Una medida que corre hasta el martes próximo, aunque viernes y lunes no serán laborables en el país por cumplirse dos fechas festivas.

La emergencia sanitaria no había tenido hasta el momento condimento político, cuestión que resultaba extraña. La oposición en el Senado la sacó a relucir hoy, al anunciar legisladores de los dos principales partidos de oposición, PRI y PRD, que desconfían de las cifras oficiales de casos detectados y muertos reconocidos. A los legisladores no les cuadra que de 99 casos efectivos de virus de la influenza porcina que registran las autoridades de salud, sólo hay 8 decesos. Para confundir algo más, las autoridades sanitarias hablan de 152 muertos por neumonía atípica.

Las dudas legislativas, no obstante, no ofrecen datos propios para contrastar.

Enclaustrados, atados a la televisión o la computadora, entretenido en cambiar de pared un clavo, sin más salida que ir por víveres al supermercado o pasear al perro por el vecindario, los habitantes de esta ciudad de calles vacías esperamos lo que resta de una semana de incertidumbre que quizá termine a primera hora del próximo martes. O no.