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Michelle Obama, el sueño americano para la reelección demócrata

La primera dama estadounidense es hoy la cara visible de la campaña presidencial. Por qué se convirtió en la mejor anfitriona de la Casa Blanca. Fotos.

Michelle Obama, estrella de campaña.
| AFP.

“Si te hubieras casado con él, hoy serías la encargada de una estación de servicio”, “No, querido.. Él sería el presidente de los Estados Unidos”, cuentan que le dijo una vez Hillary Rodham a Bill Clinton, cuando se cruzaron con un exnovio de la rubia, que cargaba combustible en una estación de Arkansas. Los Clinton ya ocupaban la Casa Blanca y, sea cierta o no la anécdota, es el mejor relato para mostrar cómo la dupla demócrata se convirtió en uno de los matrimonios presidenciales más renombrados de la historia estadounidense.

En medio de una tradición de affaires extramatrimoniales, disculpas públicas y un juicio político evadido por milímetros, el binomio alcanzó -y hasta tal vez haya superado- la imagen cuasi perfecta de los Kennedy. Contra ellos, los Clinton fueron la realidad de la clase media estadounidense, académica e imperfecta. Sin carisma ni elegancia, la inteligencia de Hillary salvó cualquier defecto en su paso por la Casa Blanca. No habrá podido volver como presidenta, pero al menos lo hizo como secretaria de Estado.

Y entre la inmaculada Jackie Kennedy y la real Hillary, el sueño americano, que parece encarnarse en la figura siempre expresiva de Michelle LaVaughn Robinson.

LaVaughn Robinson es Michelle Obama, esposa del primer presidente afroamericano del país. Juntos, llegaron a la Casa Blanca en 2009 y prometen quedarse por un nuevo período. No es fácil: las promesas de la primera campaña no están del todo cumplidas, las principales propuestas de gobierno tienen cierta oposición en el Congreso y el candidato republicano Mitt Romney, pese a sus furcios, hace lo posible por superar las encuestas.

El recurso demócrata es sencillo pero, por lo general, efectivo. Maquillaje, sonrisas y equilibrio para abrir las puertas de la política oficialista. Lo que hace la Primera Dama es agregarle su inacabable empatía. Y parece funcionar: el lugar donde la pareja se besó por primera vez tiene hasta una placa conmemorativa. Desde abril de este año, luego de que su marido anunciara oficialmente su intención de ser reelecto, Michelle participa de todo tipo de eventos sociales, deportivos y políticos. Acompañó en silencio a la dupla Obama-Biden años atrás, y ahora prácticamente lidera la campaña.

Como quien recibe visitas a la hora del té, oficia de anfitriona ante las esposas de otros mandatarios. Sin alejarse del protocolo, le arranca una sonrisa a la reina Isabel II. Arenga a la delegación olímpica y le explica a los niños de la Nación por qué es importante comer sano. Participa en reality shows, arma un tremendo revuelo al inaugurar perfiles oficiales en redes sociales y hasta acepta ser editora de un sitio web dedicado a las mujeres durante una semana. No se despeina siquiera.

Colorida y exagerada en sus gestos, se convirtió en la principal colaboradora de su esposo y hasta tomó las riendas de la relación entre él y Oprah Winfrey. Hay quienes dicen que la conocida conductora fue quien logró definir, a fuerza de capacidad mediática, la interna entre Clinton y Obama. Hay otros que también dicen que Michelle puso los puntos necesarios para que Winfrey no se extralimitara en su confianza con Barack.

Mientras tanto, mira de cerca a Hillary. Consciente del alto perfil político de la funcionaria, Michelle mantiene una relación algo más distante con Hillary que la que tuvieron las antecesoras de ambas. Tanto es así que los medios comenzaron a hablar, el año pasado, de un eventual alejamiento de Clinton. Los rumores jamás fueron confirmados, pero el recelo entre ambas mujeres es casi un secreto a voces.

“El cambio comienza con nosotros”, prometió Obama en su segunda campaña por la presidencia de los Estados Unidos. Con un equilibrado desparpajo, el cambio parece haber empezado un poco antes y de la mano de su mujer.