El “huracán Marina” se convirtió en los últimos quince días en una mansa brisa, tras la intensa campaña negativa del oficialismo que la desbancó del primer lugar en la carrera al Planalto. Pese a que los brasileños exigieron en las protestas de 2013 un cambio en la forma tradicional de hacer política, las últimas encuestas confirmaron una ventaja en primera y segunda vuelta de Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), la fuerza que gobernó el país en los últimos 12 años. Así, Marina Silva, que se presenta como “la cara de la renovación” –aunque fue ministra de Medio Ambiente de Luiz Inácio Lula da Silva–, puso súbitamente en duda su triunfo en los comicios presidenciales del 5 de octubre.
Paradójicamente, el gobierno brasileño está utilizando las mismas armas que empleó la derecha contra el ex sindicalista en 1989 y 2002. Por ese entonces, la llamada “campaña del miedo” buscó desacreditar a Lula, cuestionando su inexperencia, vinculándolo con la izquierda radical e incluso con el chavismo. “Marina sufre hoy una campaña del miedo semejante a la enfrentada por Lula en 1989, cuando se midió con Fernando Collor de Mello, y en 2002, cuando venció a Serra”, explicó a PERFIL Ricardo Ismael, profesor de Ciencia Política de la PUC Río de Janeiro.
Entrevistada por la revista Veja, Silva manifestó su sorpresa por el tenor de las críticas recibidas. “Nadie esperaba este marketing salvaje, que no tiene la mediación de los valores y la ética. Todo el mundo está un poco asustado. Dicen que si soy elegida todos se verán obligados a seguir mi fe, lo cual contradice toda mi historia como cristiana. Dicen que voy a terminar con el plan Bolsa Familia, con el Pré-sal, con la transposición del río São Francisco. Hablan como si yo fuera una exterminadora del futuro”, cuestionó la líder ecologista. Rousseff no tardó en responderle: la calificó de “quejosa”, al negar la llamada “campaña del miedo”. Lo cierto es que en dos semanas Silva cayó del 33% al 27% de cara a la primera vuelta, mientras que la presidenta aumentó 4 puntos porcentuales y llegó al 40%.
¿Por qué Brasil teme a lo desconocido? Tanto la campaña de Dilma como la de Aécio Neves buscaron deconstruir la imagen y la historia personal de Silva, despegándola de sus orígenes humildes y enfatizando su cercanía con empresarios y banqueros. Ese discurso, que insinúa que un gobierno de la ecologista propiciaría un ajuste económico, convenció a la mayoría de la famosa clase C –los 40 millones de brasileños que salieron de la pobreza y se incorporaron a los estratos medios en la última década–. Según la última encuesta de Datafolha, Dilma empataba hace una semana con Marina en ese segmento, y ahora la aventaja por siete puntos. Esos guarismos son aún más pronunciados en los estados más pobres del Nordeste, donde temen perder Bolsa Familia.
Emir Sader, uno de los intelectuales de izquierda más cercanos al PT, sostuvo esta semana en Carta Maior que “el miedo existe realmente, por el retroceso que representan las promesas anunciadas por el comando de campaña de Marina”. Y, reformulando la frase de James Carville que llevó a Bill Clinton a la Casa Blanca, el académico disparó: “Son las políticas sociales, estúpido”.
Los doce minutos de publicidad televisiva de Rousseff se convirtieron en un recurso imprescindible para desarrollar la campaña negativa contra Silva, que cuenta sólo con 120 segundos diarios. Desde esa vidriera, el PT cuestionó la inconsistencia ideológica de su adversaria. “Giro a la derecha. Recalculo. Giro a la izquierda. No, cambié de opinión, a la derecha”, dice una voz que simula ser un GPS. “Si como candidata Marina está cambiando siempre de dirección, imagínese como líder”, concluye el spot.
Pese a que muchas campañas electorales se valen de críticas a los adversarios, en este caso el oficialismo brasileño disparó con las mismas armas con las que la derecha quiso evitar un gobierno de Lula. “Tengo miedo. Brasil corre el riesgo de perder la estabilidad. No se puede tirar a la basura”, decía en 2002 la actriz Regina Duarte al hacer campaña contra el obrero metalúrgico. La respuesta de Lula, simple y concisa, simbolizó su histórico triunfo: “La esperanza vence al miedo”.