A poco más de dos meses de que su acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) naufragara en un plebiscito popular, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, recibió ayer en Noruega el Premio Nobel de la Paz. En medio de la incertidumbre que reina en su país tras el triunfo del No en aquella consulta ciudadana, Santos llegó a Oslo acompañado por víctimas del conflicto armado y protagonizó una ceremonia a la que la guerrilla no fue invitada.
Cuatro años atrás, la capital noruega había sido escenario del inicio de las negociaciones formales entre el gobierno colombiano y la cúpula de las FARC. Ayer, Santos volvió a Oslo para recibir la medalla de oro, el cheque y el diploma que corresponden al ganador. En su discurso, agradeció los esfuerzos a los negociadores y destacó la “voluntad de abrazar la paz” de las FARC, sin la que “el proceso hubiera fracasado”. Y dedicó el premio a las víctimas: “Mientras muchos que no han sufrido en carne propia el conflicto se resisten a la paz, son las víctimas las más dispuestas a perdonar y a enfrentar el futuro con un corazón libre de odio”.
Santos había sido elegido como Nobel de la Paz 2016 apenas cinco días después de que el No al acuerdo de paz con las FARC se impusiera por un ajustado margen en el referéndum del pasado 2 de octubre, en el que hubo una abstención récord. Una furibunda campaña a favor del No, liderada por el ex presidente Alvaro Uribe, se sumó a las dudas de un amplio sector de la ciudadanía sobre el espíritu de amnistía que gobernaba el acuerdo y sobre ciertas concesiones hechas a la guerrilla, como la posibilidad de que sus miembros se incorporaran a la vida político-partidaria.
El Nobel refleja el importante apoyo que la iniciativa de Santos ha cosechado en la comunidad internacional. Así lo reconoció ayer el presidente: “En un momento en que nuestro barco parecía ir a la deriva, el premio fue el viento de popa que nos impulsó para llegar a nuestro destino: ¡el puerto de la paz!”.
Sin embargo, pese a que Santos aseveró ayer que “hay una guerra menos en el mundo y es la de Colombia”, el respaldo exterior contrasta con las dudas que persisten en Colombia sobre el futuro del conflicto armado. Tras el triunfo del No, el gobierno y la guerrilla firmaron un nuevo acuerdo que, en teoría, recoge varias de las demandas de los detractores del pacto original. Pero la oposición encabezada por Uribe sigue expresando quejas sobre el nuevo acuerdo, al que considera “cosmético”, y critica el hecho de que esta vez no fue plebiscitado, sino que se ratificó en tiempo récord por vía legislativa.
En los últimos dos meses, la polarización en la dirigencia política se agudizó y creció la apatía de sectores de la población que ya no creen en una salida consensuada al enfrentamiento con las FARC. Se supone que el proceso de desarme y desmovilización debería activarse dentro de 180 días. Para la implementación del acuerdo, el gobierno necesitará aprobar una serie de reformas constitucionales. Con las elecciones presidenciales de 2018 en el horizonte, la batalla en el Congreso será durísima.