Eike Batista fue, durante los últimos años, un empresario ascendente en Brasil. Se presentaba como una de las caras de la potencia emergente. Pero estaba levantando un castillo de naipes que se derrumba: su petrolera OGX no encontró el petróleo que había prometido y su astillero OSX naufragó en un mar de deudas.
El juego fallido de Batista puede no ser un hecho aislado y se produce con el telón de fondo de graves problemas estructurales de la economía brasileña, muy bien conocidos por analistas responsables pero ocultados por la hojarasca mediática que busca héroes y éxitos del capitalismo.
En la última década Brasil creció 3,7% promedio, apenas por encima de la media latinoamericana y debajo del 4,5% promedio del crecimiento argentino, a pesar de que el período incluye la fuerte recesión local 2001-2002. Es una tasa de crecimiento mucho más baja que la que tuvieron y tienen países en proceso de industrialización y tecnificación, como ha sucedido y sucede con las asiáticas.
El crecimiento de la participación del PBI brasileño en el total mundial se debe al aumento del PBI nominal en dólares, y se explica por la apreciación del real en relación con la moneda estadounidense. Pero la participación de Brasil en el PBI mundial medido por la paridad de poder adquisitivo (PPA) está estancada desde hace décadas. Según el FMI, en 1980 el PBI-PPA de Brasil era el 3,6% del PBI-PPA mundial, en la década del 90 bajó y en 2010 fue el 2,9% del mundial. La participación de China, realmente emergente, pasó del 2% en 1980 al 10% en 2010.
Brasil disfrutó, como otros países de la región, de una notable mejora en los términos del intercambio por el aumento de los precios de las commodities en el mercado mundial y sus exportaciones crecieron sustancialmente. Pero está sufriendo una primarización de sus ventas: la Asociación de Comercio Exterior de Brasil (ACEB) estima que, en los últimos 15 años, las exportaciones de productos manufacturados se multiplicaron por tres y las de productos básicos por ocho, a contramano de las economías que industrializan su producción y exportación. En el mismo lapso las importaciones de manufacturados se multiplicaron por cuatro, incrementando el déficit comercial industrial.
Según la Cepal, la participación de los productos primarios en las exportaciones de Brasil pasó del 47% en 2002 al 70% en 2011. En la Argentina ese porcentaje fue cercano al 70% en ambos períodos. Parte de ese retroceso se debe a la apreciación del real provocada por el ingreso de capitales y a la competencia de las manufacturas chinas en los mercados de destino de las ventas brasileñas, incluyendo el mercado argentino. Pero también se debe al debilitamiento de las palancas de la competitividad brasileña en las ramas más complejas de la producción y la exportación. Un índice de este problema es la lenta capitalización de la economía: la relación inversión interna bruta/PBI fue del 19% en 2011, apenas por encima de la que tenía en los 90 y la mitad de los grandes competidores mundiales.
Esto se refleja en los problemas de infraestructura, que, como sucede en el transporte, afectan tanto la competitividad como la paciencia de los ciudadanos, que se manifestaron contra el déficit del transporte público.
Otros indicadores del atraso brasileño son: la inversión en investigación y desarrollo de Brasil es de un 1,5% del PBI, poco más que el promedio latinoamericano y la mitad del nivel de los países asiáticos o de Estados Unidos; en los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE (PISA, según su sigla en inglés), Brasil, como los demás países latinoamericanos, obtiene muy malas calificaciones y el muy consultado World University Rankings del Times Higher Education coloca a la Universidad de San Pablo en el puesto 158 y a la de Campinas en el 251. La UBA no figura en el más reciente relevamiento del Times
*Autor de ¿Por qué crecieron los países?